Algun lector habrá quizá participado, de niño, en un juego muy sencillo. Diez o doce participantes se sientan en circulo, uno cuenta una historia, al oido del siguiente quien, entonces, ha de contarla, del mismo modo, a un tercero, y asi sucesivamente hasta el ultimo. Este, al final, narra la versión de la historia que le ha llegado. Los resultados suelen ser sorprendentes y bastante divertidos. Lo que se puede dar por seguro es que la última versión sera distinta, en bastantes detalles importantes, de la original. Si la narración inicial es compleja, y si va corriendo por una linea de veinte o treinta personas, la versión final puede ser irreconocible.
En el caso de un juego no importa si la historia se transmite con errores. Eso es, mas bien, la razon del juego y lo que le da gracia.
Pero supongamos que sí importa. Consideremos que no se trata de un juego, sino que se ha de transmitir un mensaje importante, y que la vida de mucha gente depende de la recepción y comprensión correctas de esta mensaje que - por las razones que sean - ha de ser transmitido de esta manera: persona a persona. En tal caso, los errores de transmisión no tienen gracia. Es esencial - si es posible - evitarlos.
Si yo fuese quien hubiera dado origen al mensaje, escucharía - si pudiera - cuidadosamente a cada persona mientras lo recibe y lo transmite a la siguiente; y, de vez en cuando, me veria obligado a intervenir para decir: "No; Vd no ha entendido bien. No es asi; es de este otro modo".
Como es obvio, no podria desempeñar este papel de corrector-apuntador si hubiera que transmitir la historia, no a veinte personas que viven en el mismo lugar y tiempo, sino a veinte generaciones sucesivas. En ese caso, el problema me superaria: no puedo estar presente en cada generación asegurando la validez e integridad de cada transmisión del mensaje.
Dios sí puede. Jesucristo, Dios hecho Hombre, comunicó un mensaje a sus Apostoles y les mandó predicarlo al mundo entero. El estuvo con ellos, despues de Pentecostes, cuando emprendieron su misión, y ha estado con sus sucesores desde entonces, señalando la validiz de la transmisión, corrigiendo los errores, mejorando incluso la comprensión y asegurando que la auténtica versión de su mensaje salvador recorra los siglos, hasta llegar a todas las generaciones.
La logica de la presencia de Dios
El Señor podia haberles dicho: "Id e enseñad; y tened cuidado como lo haceis, porque yo no estaré presente. Emprended vuestra misión, pero no conteis conmigo. Yo tendré que ocuparme de otras cosas". Podia haber añadido explicitamente: "Si surgen dificultades en la comprensión del mensaje, si no os encontrais de acuerdo sobre su contenido, en tal caso, despues de discutir el asunto, haced una votación democratica y adoptad los resultados"
Por supuesto que no dijo nada del genero. Dijo: "Id, enseñad...Yo estoy con vosotros siempre" (Mt. 28, 20).
Es logico. Hasta en los asuntos humanos, los que fundan una institución o una empresa y desean, o esperan, que dure, la dotan de una constitucion; y sabiendo que, por clara que sea la palabra escrita, los hombres facilmente discrepan sobre su significación o aplicación, normalmente confian la interpretación auténtica de la constitución a alguna entidad concreta. Luego mueren; y, desde la eternidad, pueden contemplar como la obra que han fundado sigue fiel a sus fines originarios o como, por el contrario, se aparta de ellos.
Pueden servir de ejemplo los padres fundadores de los Estados Unidos de America. Hace mas de 200 años, despues de haber redactado una Constitución confiaron la misión de su interpretación a un Tribunal Supremo (y cabe preguntarse qué habrian pensado de todas las enmiendas constitucionales posteriores).
No podian llegar a mas. Dios - repetimos - sí puede. El Señor sabe que los hombres, por nuestra cuenta, podemos entender mal y confundir hasta el mensaje mas claro, y por eso no nos dejó solos. "Id, enseñad: Yo estoy con vosotros..."
Desde el punto de vista de Dios - si nos podemos expresar asi - era logico. También lo es logico desde el nuestro. A fin de cuentas, la gran pregunta que se plantea con respecto a cualquier cuestión de fe o moral conducta es o debe ser ésta: qué dice Cristo sobre esto? Porque El es quien sabe.
¿Habló Cristo una sola vez hace dos mil años, para luego callar definitivamente? O ha permanecido su Voz viviente con nosotros, en una continua comunicación, no para decirnos cosas nuevas, sino para guiarnos y corregirnos en la recepción y transmisión de su mensaje salvador, y para aclarar cual es su Mente, cual es la Verdad, si surge una cuestión que no se encuentra explicitamente resuelta en las Escrituras?
Se sabemos reconocer la Voz de Cristo en el Evangelio, si captamos no solo la verdad el tono de autoridad de sus palabras, sino también el acento de ternura y de amor infinito, entonces nos preguntaremos de continuo: "?Donde se encuentra esta Voz hoy?", y no nos quedaremos tranquilos hasta que la hayamos encontrado y reconocido, y la sigamos.
Como los fariseos (pero con una fe que ellos no tenian), nosotros podemos decir a Jesus: "Señor, sabemos que eres veraz y que enseñas de verdad el camino de Dios" (Mat. 22, 16)... "Pero entonces, Señor, Tu sabes la verdad sobre el hombre y sobre los problemas que tiene: los problemas del siglo X o XX o XXX. Tu sabes si determinados modos de conducta están dentro del camino de Dios - de Tu camino - o no. Tu sabes lo que es bueno y honrado, y lo que no lo es. Entonces: !dinoslo! ¿O es posible que Tu, aun sabiendo la verdad, prefieras dejarnos en la oscuridad...?"
No puede permitirse que este tema se complique con polemicas filosoficas sobre la naturaleza de la verdad; y mucho menos cuando, al estilo de tantos filosofos contemporaneos, la discusión termina a lo Pilato, con una ultima duda: "Pero, despues de todo, ¿existe la verdad?" (cfr. Jo. 18, 38). El ciudadano normal, que sabe mas del sentido comun que de las complejiades de la especulación filosofica, sabe que la verdad existe, y que también existe el error; y que tanto en la fe como en la moral, uno puede dirigirse a una o a otro. Y, por poco que reflexione sobre la vida y sobre el destino personal, quiere saber que cosas son verdaderas y cuaales falsas, cuales son moralmente correctas, y cuales no lo son.
No faltan, entre los filosofos o psicologos contemporaneos, quienes tachan esta ansia de certidumbre de algo patologico. De ningún modo lo es. Resulta por el contrario una tendencia fundamental de la naturaleza humana. Algunos filosofos pueden llegar hasta el punto de no creer en la verdad objetiva. Si es asi, es logico que no busquen ni la verdad ni la certeza. La gente normal sí las buscan.
Nadie, habitualmente, prefiere una media-verdad, si puede lograr la verdad completa. Quienes desean saber la verdad en materia de fe o de moral no se dan por satisfechos ante frases como "todo vale" o "cualquier opinión humana vale igual que otra". La "opinion" de Cristo - su comprensión de la verdad - vale mas que la de nadie; y si se puede conseguir, queremos conocerla. ¿Se puede efectivamente conseguir? Todos somos libres de pensar, cada uno "a su manera": ¿somos libres de pensar a la manera de Cristo? ¿Tenemos acceso a la mente de Cristo?
Si no nos es posible pensar como piensa Cristo, si no podemos conocer su Pensamiento, si no existe manera de saber con certeza cual es la Mente de Cristo - y cual no lo es - , hemos perdido el contacto con esa Mente. La Voz del Señor y el mensaje que transmite no nos llegarian claros y fuertes, sino que se habrian perdido dentro del babel de voces y opiniones humanas y, sencillamente, ignorariamos cual es la Verdad.
Pero no es asi. ¿Tenemos acceso concreto y seguro a la Mente de Cristo? La respuesta es "sí". La alcanzamos en la "mente" de la Iglesia, en la del Magisterio.
Esta respuesta, insistimos, corresponde tanto a la "logica" del designio divino - a su voluntad de hacer llegar efectivamente su mensaje salvador a todos los hombres - como a la logica de lo que el hombre espera: a su anhelo de conocer la verdad.
Estas consideraciones revisten tanta fuerza que llevaron al Cardenal Newman, en su Ensayo sobre el Desarrollo de la Doctrina, a concluir que Dios, al hacernos el don de la Revelación, virtualmente no nos habria dado nada, a no ser que también hubiese dado un medio divinamente instituido, infalible, que protegiese esa Revelación y asegurara que su mensaje - en toda su verdad, y no en una versión alterada - seria transmitida a todas las generaciones.
Lo que importa aqui no es tanto especular sobre lo que Dios podia logicamente haber hecho o lo que nosotros habriamos esperado que hiciera, sino observar lo que efectivamente realizó. No sorprende nada que haya hecho lo que era de esperar (lo contrario seria sorprendente) pero, en todo caso, lo que importa es que lo hizo. Mando a sus Apostoles a predicar y a enseñar el mensaje de la salvacion: "Id, haced discipulos de todas las naciones... enseñandoles todos los mandamientos que Yo os he dado" (Mat. 28, 19-20). Y, para garantizar su predicación, prometio tanto su presencia - "sabed que Yo estoy con vosotros siempre, hasta el final de los tiempos" (ibid) - como su proteccion: "lo que atareis sobre la tierra sera tenido por atado en el cielo (Mat 18, 18; cfr. Mat 16, 19); "el que a vosotros os escucha,a mi me escucha, y el que a vosotros rechaza, a mi me rechaza" (Lc. 10, 16).
En otras palabra, establecio una Iglesia con una misión de enseñar y con la garantía de que enseñaria su Verdad, hablando con su Voz, su Voz viviente en la historia del mundo, porque El sigue vivo y activamente presente en su Iglesia.
Cuando el Concilio Vaticano II, en su Constitución sobre la Revelación Divina, habla de la función del magisterio, la describe como viva: "el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado unicamente al Magisterio vivo de la Iglesia" (DV 10).
Con esta visión del Magisterio se superan ciertos prejuicios contemporaneos: que es una imposición burocratica, una fuerza asfixiante, un poder desvitalizador, una camisa de fuerza para el pensamiento eclesiologico, un enemigo del progreso teologico, etc., etc.
La verdad es que el Magisterio es un don de Dios. No es letra muerta, es algo que vive, porque es la expresión de la mente y de la voz del Cristo vivo; es la presencia del Espiritu de Verdad (Jo 16, 13), que dirige el pensar de la Iglesia hacia la plenitud de la Verdad (cfr. DV 8).
Integridad y auténticidad
La tarea de transmitir la fe gira en torno a dos ideas claves: la integridad y la auténticidad.
Hay que transmitir la integra fe cristiana, todo el mensaje de la salvación. Si solo se comunicara una parte, mientras otra se pierde o se desecha, se privaria a las generaciones posteriores del pleno poder de la palabra y de la gracia de Cristo.
Desde los tiempos apostolicos se ha vivido esta vigilancia de la integridad. San Pablo advierte a los Galatas que no deben escuchar una versión del Evangelio distinta de la que él les ha predicado (Gal. 1, 6-9). En otras pasajes de sus cartas, de modo particular en la conocida amonestación a Timoteo, insiste: "depositum custodi": guarda el deposito que te ha sido confiado (I Tim 6, 20). San Vicente de Lerins, en una obra escrita casi 400 años despues, nos ha dejado un comentario sobre esta exhortación que dificilmente se podrá superar:
"Guarda el depósito, dice el Apóstol. Pero, que es el depósito? El depósito es lo que te ha sido confiado, no encontrado por ti; tú lo has recibido, no lo has excogitado con tus propias fuerzas. No es el fruto de tu ingenio personal, sino de la doctrina; no está reservado para un uso privado, sino que pertenece a una tradición pública. No salió de ti, sino que a ti vino: a su respecto tú no puedes comportarte como si fueras su autor, sino como su simple custodio. No eres tú quien lo ha iniciado, sino que eres su discípulo; no te corresponderá dirigirlo, sino que tu deber es seguirlo".
"Guarda el depósito, dice; es decir, conserva inviolado y sin mancha el talento de la fe católica. Lo que te ha sido confiado es lo que debes custodiar junto a ti y transmitir. Has recibido oro, devuelve, pues, oro. No puedo admitir que sustituyas una cosa por otra. No, tú no puedes desvergonzadamente sustituir el oro por plomo, o tratar de engañar dando bronce en lugar de metal precioso. Quiero oro puro, y no algo que sólo tenga su apariencia" (Commonitorium, 22, PL 50, 667).
La misión y la responsabilidad son claras: transmitir la fe salvadora, entera y sin adulterar. Pero, si se producen desacuerdos sobre el contendido de la fe, ¿como se puede saber qué es doctrina genuina o auténtica, y qué no lo es?
Por doctrina cristiana auténtica se entiende aquella que refleja de modo verdadero la Mente de Cristo, y comunica fielmente a los hombres su mensaje. En primer lugar, doctrina auténtica significa doctrina que se deriva de la Revelación en su doble fuente: Escritura y Tradición (DV, Capitulo II). Pero siempre puede haber desacuerdo sobre el modo y el grado en los que un punto concreto está enraizado en estas fuentes. Es entonces cuando surge mas claramente la necesidad de maestros auténticos, de maestros con credenciales apropiadas. En esta materia, es Dios quien "proporciona" las credenciales. Y no debemos olvidar que la Lumen gentium, despues de hablar de la autoridad e infalibilidad del Romano Pontifice (nn. 18-23), afirma que también los obispos "son maestros auténticos, es decir, herederos de la autoridad de Cristo" (n. 25).
No se trata, por supuesto, de que otras personas aparte del Romano Pontifice o de los obispos no puedan enseñar la Verdad de Cristo. Pero interesa insistir en que cuando se levanta una discusión sobre cual es la verdadera doctrina de Jesucristo, entonces, para auténticar su Voz y para identificar su mensaje, no cuenta nada humano: ni la imagen publica ni la sinceridad personal ni los dotes intelectuales, sino solo el mandato divino. Y éste unicamente lo posee el Magisterio.
Otros pueden ser maestros dotados de autoridad por sus puestos o titulos academicos, por sus dotes de orador, por su popularidad en los medios de comunicación, etc.; pero no se puede afirmar que están dotados de la autoridad de Cristo. Ese sello de auténticidad lo posee solamente el Magisterio del Romano Pontifice y del Colegio de los Obispos.
Bajo la guia del Magisterio, muchas personas participan en la tarea de enseñar la fe: sacerdotes, religiosos, catequistas, maestros de escuelas, profesores de seminario, etc. Sin dejar de lado que son los padres de familia, por derecho natural, los primeros educadores de sus hijos en la Fe (cfr. GE 3).
El teologo, en cuanto maestro de la Fe, se encuentra fundamentalmente en la misma situación que los demas maestros, con la unica diferencia de que, por haber estudiado la Fe en mayor profundidad, deberia estar en mejores condiciones para enseñarla. Pero sin olvidar que ha de enseñar la Fe.
¿Que puede afirmarse de la tarea del teologo de buscar nuevas luces en la inteligencia de la Revelacion? Aqui podemos considerar dos puntos: el desarrollo de la doctrina misma, y el papel del teologo dentro de este desarrollo.
El desarrollo de la doctrina
La Revelación de Cristo, tanto oral como escrita, se completo en los llamados tiempos apostolicos. No puede darse una ulterior revelación publica. Sin embargo, la unica Voz de Cristo sigue hablandonos, a lo largo de los siglos, no para enseñarnos verdades nuevas sino para ayudarnos a comprender mas perfectamente el preciso contenido de su mensaje.
Asi se explica lo que suele denominarse "desarrollo de la doctrina". La Verdad Revelada sigue siendo la misma; pero puede y debe alcanzarse una nueva comprensión de ella.
Enseña el Vaticano II que "esta Tradición, que deriva de los apostoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Espiritu Santo, puesto que va creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas... El Espiritu Santo, por quien la voz del Evangelio resuena viva en la Iglesia... va induciendo a los creyentes en la verdad entera y hace que la palabra de Cristo habite en ellos abundantemente" (DV 8).
En la medida en que nos damos cuenta de que Cristo, con su Espiritu, ha permanecido en la Iglesia con nosotros, comprendemos mas claramente la unidad, armonia y homogeneidad del mensaje cristiano. Se trata de una unica Mente que expone una unica Verdad. No hay adiciones (aunque sí haya desarrollo), no hay sustracciones ni contradicciones.
No hay adiciones. No se puede hablar con propiedad de nuevas doctrinas en la Iglesia. Lo que la Iglesia presenta es siempre el "Mismo Viejo Mensaje" de Cristo, pero visto desde nuevos angulos y con mayor profundidad. Tendremos ocasión de exponer esto mas ampliamente en el proximo capitulo.
No hay sustracciones. Aqui se presenta a los hombres un peligro mas actual y poderoso: disminuir el mensaje divino, peligro que se produce sobre todo cuando este mensaje es exigente. Es la tentación que vuelve a presentarse a traves de los siglos: querer descubrir una versión mas comoda del cristianismo. Se han inventado ya bastantes versiones mas comodas, pero les falta auténticidad salvadora. Dios no nos obliga por la fuerza a responder a la plenitud de su mensaje: eso depende de la respuesta de cada uno. Pero sí asegura que el mensaje se conserva en su Iglesia y se transmite integramente.
Y no hay contradicciones. Pensar que la Iglesia puede cambiar su doctrina contradiciendo aquello que ha enseñado anteriormente en nombre de Cristo, equivale a negar la naturaleza objetiva universal de la verdad, o a negar la presencia viva de Cristo en su Iglesia.
Esto no es immovilismo. Es la verdad que va cobrando impetu. La razon ultima por la que algunas cosas - las esenciales - no cambian es que Cristo no cambia: "bajo la superficie de lo cambiante hay muchas cosas permanentes, que tienen su ultimo fundamento en Cristo, quien existe ayer, hoy y para siempre" (GS 10).
Con el paso del tiempo, aumenta la claridad del mensaje y la potencia de su voz. La Voz de Cristo nos llega a traves de los siglos, no como algo remoto. No llega como lejano rumor o suave murmullo; llega cristalino, fuerte y actual.
El papel del teólogo
La comprensión mas profunda del mensaje de Cristo, aunque necesariamente se ha de llevar a cabo bajo la guia del Espiritu Santo, no se logra sin esfuerzo humano.
Es aqui donde se centra el papel investigador del teólogo. El Magisterio, y la Iglesia entera, cuentan con que el teólogo cumpla este papel; y el teologo - en un sentido un tanto distinto - tiene que contar con el Magisterio, al cumplirlo. Aqui, de nuevo, una verdadera perspectiva teologica contempla la cuestión en términos de armonia y complementariedad, no de oposición.
la Iglesia, al aprobar y animar a la investigación teologica, advierte que debe guardar "la debida sumisión al Magisterio de la Iglesia" (cfr. c. 218). Esta es la escueta disposición canonica. Si intentamos profundizar en este aspecto, podremos comprobar lo positivo que es.
El area de investigación del teólogo es de hecho la Mente de Cristo (cfr. el Capitulo 16). Investiga para conocer mejor lo que ya está en este terreno, no para introducir cosas nuevas alli. Ademas, investiga algo vivo; y debe de estar preparado para que esa Mente le conteste e incluso le corrija, quizas bruscamente: "estás procurando introducir ideas ajenas en mi Mente: pensamientos tuyos, pero no mios"...
Por eso es por lo que debe mantener su propia mente delicada y humildemente de acuerdo con la de Cristo mientras ésta, desde sus auténticas fuentes y a traves de sus interpretes auténticos, continua aclarandose.
Para captar esto claramente basta tener una clara noción de la misma teologia. La teologia no es ni mas ni menos que el estudio o el conocimiento racional de Dios y de las cosas divinas, estudio que se basa en la Revelación y se adquiere o se desarrolla a la luz de la fe.
La Verdad es una; y, propiamente hablando, la Verdad es inalterable. Pero la teologia - la investigación humana de la Verdad divina - no es inalterable. La teologia se desarrolla; está constantemente en camino. Pero debe seguir siendo teologia, para lo cual han de combinarse tres elementos: un punto de partida, un medio y un punto de referencia.
El punto de partida es la Verdad Revelada (Sagrada Escritura y Tradicion), que no puede engañar.
El medio es la razon humana, que puede engañar.
El punto de referencia es Cristo, que nos habla en su Iglesia - en otras palabras, el Magisterio vivo - , que tampoco puede engañar.
Aqui hay dos elementos - la Revelación y el Magisterio [1] - que no pueden engañarse ni engañarnos: Dios no lo permitiria. Pero el tercer elemento - la razon humana - puede fallar. Dios no quiere que ocurre, pero no tiene por qué impedirlo, sobre todo, si al hombre le falta humildad: no hemos de olvidar que la soberbia humana siempre ha sido la fuente principal del error.
El teólogo que razona partiendo solamente de la Escritura, dejando de lado la Tradición, no parte, de hecho, en sus razonamientos, de la Revelación (hace caso omiso de un aspecto de ella). Lo mismo puede afirmarse del teólogo que, razonando de la Revelación, no hace la debida referencia a la Mente de Cristo que habla en el Magisterio. Como en ninguno de los dos casos está razonando teologicamente, es casi seguro que se descaminará.
El teólogo no debe - y ojala no quiera - crear oposición entre su mente y la mente de la Iglesia. Pero sabra evitar ese peligro en un solo supuesto: aceptando que la mente de la Iglesia es superior. Esta es siempre la elección con la que se enfrenta el teólogo: o subordinar su opinión a la Iglesia, o procurar subordinar la mente de la Iglesia a su opinión.
Lo que el teólogo necesita en primer lugar es fe: una mayor inteligencia no le convertira necesariamente en mejor teólogo (aunque deberia ser una ayuda); una mayor fe, sí. Y, por inteligente que sea una persona, una falta de fe minaria radicalmente su teologia y a la larga le inhabilitaria como teólogo. Podria seguir especulando y hablando acerca de Dios, de la Iglesia, de los sacramentos, etc, pero si abandona el punto de partida de la Revelación o el punto de referencia del Magisterio, ya no estaria haciendo teologia.
"?Teologos en contra del Magisterio?"
La sindrome de los teologos opuestos al Magisterio, que se encuentra en algunos ambientes eclesiasticos contemporaneos, demuestra un caracter profundamente no-eclesial. No puede sorprender a nadie que la prensa lo haga resaltar; para los medios de comunicación, cualquier posible antagonismo es noticia. Lo que nos interesa es considerar si es real ese antagonismo o si es necesario o natural que se produzca. Por mi parte, no creo que sea real ni tampoco necesario. Pero, antes de considerar si ha de haber una contienda, intentemos identificar con mas detalle los posibles contrincantes.
"Teologos contra Magisterio" no es una adecuada descripción del combate (si combate ha de haber); se trataria, en todo caso, de "opinión humana contra don divino". Si hay una confrontación, no se produce entre dos bloques dentro de la Iglesia, sino entre un organo divinamente instituido para la protección de la Palabra de Dios y la interpretación individual, o individualista, de esa Palabra.
La teologia es una empresa humana; y, en cuanto tal, corre los riesgos de toda iniciativa del hombre. La Revelación es un don de Dios; y, en cuanto tal, está divinamente protegido por medio del Magisterio, otro don de Dios.
Los teólogos tienen el derecho de hacer teologia: y el deber de hacerla como Dios quiere. El Magisterio tiene el deber - y el poder carismatico - de proteger la Fe en servicio del Pueblo de Dios.
La teologia es un tipo de juego intelectual - lleno de rompecabezas - que se ha de jugar siempre en la presencia de Dios. Si se juega correcta y humildemente, puede ofrecer soluciones inteligibles a algunos problemas y echar una luz parcial sobre otros.
El ejercicio del Magisterio no es ningún juego. Es una tarea intensamente seria, y divinamente encargada, de proteger la Fe para el Pueblo de Dios.
Pueden ser de utilidad algunas consideraciones ulteriores:
a) la regla de la mente cristiana no es la teologia sino la fe: la Revelación. Si la teologia ayuda en la comprensión de la Revelación, bien. Pero la Revelación es el dato sobrenatural objetivo. La teologia es el analisis humano subjetivo.
b) La teologia mas firmemente establecida, la mas profunda y ancha, es la que realiza el Magisterio, no tan solo porque el Magisterio mantiene la mas amplia visión teologica, sino también y esencialmente porque goza de una especial asistencia divina en el discernimiento teologico. Por eso es por lo que es totalmente falso ofrecer la impresión de que son los teólogos quienes "hacen teologia" dentro de la Iglesia, mientras el Magisterio seria un tipo de burocracia inexperta no-teologica que en el fondo no conoce el campo teologico y, por tanto, no tiene derecho a entrometerse en el. La función magisterial es plenamente teologica. Pero es mas que teologica, es carismatica. La función del teólogo no es carismatica; es simplemente especulativa.
El Magisterio está en posesión de la Fe. Su misión principal no es investigarla en la busqueda de nueva luz, sino protegerla y exponerla fielmente, de modo que cada generación pueda la comprender adecuadamente, y transmitir en su integridad a la generación siguiente.
La Fe está muy por encima de cualquier teologia o de todas las teologias juntas. La empresa teologica, a fina de cuentas, es tarea de "amateurs" (algo que todos somos en el campo teologico; es bueno recordar que a Santo Tomas de Aquino la labor de toda su vida le parecia "paja"), mientras la custodia de la Fe es una tarea que requiere dotes sobrehumanos. Dios los ha dado: a personas bien concretas, y a un organo bien concreto dentro de la Iglesia.
El Magisterio guia al Pueblo de Dios. Los teólogos tentarian a Dios si pretendiesen guiar al Magisterio. Por cuantas dotes puedan poseer, les falta el carisma necesario. Es el Espiritu Santo quien guia al Magisterio. Por tanto, si hay peligro de intromisión, no es el de que el Magisterio se entrometa indebidamente en la teologia; es el de que los teólogos se entrometan indebidamente en la Fe.
c) El Magisterio no origina normalmente la especulación teologica; no es esta su tarea. Como Guardian de la Fe del Pueblo de Dios, su misión ha de actualizarse mas bien cuando esa Fe se encuentra de cualquier modo amenazada por tendencias teoricas o practicas que surgen dentro o fuera de la Iglesia. Es entonces cuando aparece su peculiar función.
Seria presunción e intromisión que los teólogos reclamaran autoridad sobre el Magisterio. Lo contrario, en cambio, no es verdad: los teólogos no son jueces sobre el Magisterio; el Magisterio sí lo es sobre los teólogos.
En el juego teologico, los teólogos y el Magisterio no desempeñan papeles identicos. Los teólogos son los jugadores; el Magisterio es el arbitro. Lo mismo que el arbitro de un partido de futbol podria indicar a un jugador que cierta jugada infringe las reglas, el Magisterio puede decirle a un teólogo que está fuera de juego, o que la linea de especulación que sigue se sale de los "límites del campo": que no está dentro de los límites de la Mente de Cristo. El Magisterio está capacitada para esa misión y, al cumplirla, goza de la asistencia del Espiritu Santo. Solo El posee "el carisma seguro de la verdad" (DV 8).
La teologia católica tiene que "jugarse" segun las reglas dictadas por el Magisterio. Se puede inventar un juego teologico que siga otras reglas; pero en ese caso no seria ya teologia católica.
El Magisterio está dentro de la Mente de Cristo; los teólogos tienen que entrar en ella (cfr. Capitulo 16), y tienen que pedir la llave al Magisterio. El teólogo con espiritu católico se alegra porque sabe quien custodia las llaves.
Ciertos teólogos contemporaneos pueden estar en desacuerdo con el Magisterio. A otros muchos no les sucede esto: se dan cuenta de que, para ellos, lo mismo que para cualquier otro fiel cristiano, el Magisterio es un servicio, la piedra de toque de la Verdad de Dios. De este modo, con fe, aceptan el servicio que Cristo les presta en el Magisterio, y están capacitados para cumplir su propio y peculiar servicio hacia la Verdad divina. Su especulación teologica sigue una lineas directrices seguras. De este modo, prestan servicio por servicio: corresponden al servicio carismatico del Magisterio, con el servicio intelectual de la reflexión teologica. De esto modo también ellos contribuyen a edificar la Iglesia en la fe [2].
La Iglesia cuenta con los teólogos para el cumplimiento de este servicio intelectual. Los Papas, los obispos, los Concilios - para elaborar declaraciones y decretos doctrinales - han acudido habitualmente a los teólogos. El carisma de la enseñanza magisterial no puede prescindir de la reflexión teologica, aunque su efecto y valor no dependen de ninguna linea concreta de especulación teologica.
Los teólogos y el Magisterio, por tanto, son aliados naturales, y no adversarios; siempre han trabajado en estrecha colaboración. Si echamos una mirada a la historia, vemos por una parte que muchos grandes teólogos del pasado han sido obispos y, en cuanto tales, entraban en el mismo Magisterio. Recordemos entre los mas ilustres a San Juan Crisostomo, a San Atanasio y a San Agustin. Pero ha habido otros muchos que no eran obispos y, por tanto, no formaban parte del Magisterio oficial. Sin embargo, estos teólogos - San Jeronimo, San Juan Damasceno, San Buentaventura, Francisco Suarez o Santa Teresa de Jesús... - enriquecieron la Iglesia de un modo que pone en evidencia la labor del Espiritu Santo. ¿Quien sabria medir le deuda del pensamiento cristiano con las reflexiones teologicas de hombres como Santo Tomas de Aquino o de John Henry Newman?
Ahora bien, aunque estos teólogos trabajaron desde "fuera" del Magisterio, no llevaron a cabo su trabajo sin referencia a él. Ellos - lo mismo que cualquier teólogo que entiende su misión - vieron en la Verdad recibida y en el Magisterio el guia y el aliado y la protección para su investigación teologica. Para ellos, una reflexión teologica en disonancia con la Tradición o con el Magisterio significaba un pensamiento en disonancia con la Mente de Cristo, lo que les resultaba, teologicamente hablando, algo impensable. La norma sigue valiendo para toda teologia valida.
La verdad y la democracia
El escepticismo es una moda actual. Sin duda pasará, porque no corresponde a la naturaleza humana racional, a esa profunda ansia de verdad que se encuentra presente en toda mente y en todo corazon humanos. Sin embargo, siendo una moda actual, tiende a influir también a los cristianos que han de estar al tanto de esta influencia. Si no - si no la perciben y se defienden - , puede minar su fe en Cristo, que es la Verdad, y en la Iglesia de Cristo, que es el guardian de esa Verdad.
También caracteriza nuestro tiempo el anhelo de democracia. Corresponde al miedo de la tirania y al respeto por la igualdad. Con todo, por cuanto se pueda considerar que el proceso democratico representa el mejor modo de organizar un gobierno, es obvio que no es una manera fiable de definir la verdad. Si la mayoria del consejo de dirección de una empresa vota, por ejemplo, a favor de someter al Fisco una falsa declaración de ingresos, ¿el hecho de tratarse de un resultado mayoritario convierte la declaración en verdadera? Si la mayoria en un pais determinado vota con el fin de discriminar a una minoria, ¿su acción puede valer para crear una nueva y verdadera norma de conducta?... Un voto democratico puede coincidir o no con la verdad; pero no la establece.
Jesucristo se halló "en minoria", sobre todo en los momentos criticos de su vida; y sin embargo es precisamente Cristo, y no "la mayoria", la fuente y el criterio de verdad para la Iglesia y para el mundo.
De todos modos, en un cierto sentido, la opinión mayoritaria en la Iglesia sí apunta hacia la verdad de Cristo. Nos referimos a lo que se conoce como el "sensus fidelium" o el"sensus fidei": el sentido de la fe poseida por el pueblo de Dios. Nos recuerda la Lumen Gentium que "la universalidad de los fieles que tiene la unción del Santo no puede fallar en su creencia, y ejerce ésta su peculiar propiedad mediante el sentido sobrenatural de la fe (sensus fidei) de todo el pueblo, cuando desde el obispo hasta los ultimos fieles seglares manifiesta un asentimiento universal en las cosas de fe y de costumbres" (LG 12).
Surgen varios puntos que merecen una cuidadosa atencion:
a) La universalidad de los fieles no puede fallar cuando manifiesta un "asentimiento universal" en materia de fe y de moral, i.e. cuando los fieles están unidos en sus creencias. Si no están unidos - si no existe un asentimiento universal sino mas bien desacuerdo - entonces debe claramente de haber error de una parte o de otra. Es entonces cuando hay que recurrir a los organos mas especificos de la infalibilidad.
b) Los fieles no pueden errar cuando están unidos en materia de creencia. Este es un punto que hay que sopesar bien porque lo que los fieles de hecho creen no es siempre facil de verificar, y menos si uno se deja guiar por ciertos tipos de encuestas de la opinión publica.
Se nos dice, por ejemplo, en el periodico que, segun una encuesta, el 60% de los católicos de un pais determinado "no están de acuerdo" con la doctrina católica sobre la contracepción... No hace falta poner en tela de juicio la fiabilidad de la encuesta para preguntarse: ¿a que conclusión se nos quiere llevar con esto?
¿Que significa, de parte de tales católicos, "no estar de acuerdo" con la doctrina de la Iglesia? ¿Significa que no observan esta doctrina o que "preferirian" que fuera distinta y no tan exigente? Podria ser, y no tendria nada de extraño que asi fuera. A fin de cuentas, ya que todos somos pecadores, siempre habra algun aspecto de la doctrina de la Iglesia que no logramos observar, y se nos podria pasar por la cabeza desear que fuera menos exigente. Si la encuesta va encaminada sencillamente a demostrar que los católicos son pecadores como todos los demas, aceptar sus conclusiones ofreceria poca dificultad.
Ahora bien, ma parece que la encuesta, de un modo solapado, está intentando sugerir otra cosa: que los católicos encuestados creen que la doctrina de la Iglesia está equivocada. Y esta sugerencia, un tanto disimulada, habria que considerarla con mayor atención.
Si se ha de conocer por medio de una encuesta lo que los fieles creen en esta materia, entonces habria que poner preguntas mas especificas: "despues de haber ponderado bien tu fe, y de haber examinado tu conciencia a fondo, ¿crees que la doctrina de la Iglesia católica sobre la contracepción es no solamente clara y exigente, sino también falsa? ¿Crees que Jesucristo permite y aprueba la contracepción de modo que esta practica concuerda con su ley, en vez de violarla?"
Me pregunto que porcentaje de aquellos católicos que "no están de acuerdo" con la doctrina de la Iglesia sobre la contracepción consideran que efectivamente la doctrina de la Iglesia es contraria a la mente de Cristo. Mi experiencia es que muchos protestantes, por no hablar de los católicos, no se sienten del todo tranquilos con la practica del "birth-control" artificial, aunque su iglesia o sus pastores les aseguren que no tiene nada de malo. Esa intranquilidad es bien comprensible, siendo tan evidente la desnaturalización de la sexualidad humana que supone la contracepción.
Si se pudiese verificar el supuesto de que el 60% de los católicos en algun lugar "no están de acuerdo" con la doctrina de la Iglesia sobre el control de la natalidad - en el sentido de que no la observan - , se habria simplemente confirmado un hecho sociologico que quizas podria dar lugar a algun comentario negativo sobre la conducta de las personas en cuestión, pero no diria absolutamente nada acerca de su fe. Demostrar que las practicas de unas personas se han deteriorado, no prueba en absoluto que su fe, tocante los principios doctrinales que enjuician esas practicas, ha cambiado.
c) Debe tenerse en cuenta un tercer punto. Cuando afirmamos la infalibilidad de la Iglesia creyente - que la universalidad de los fieles no puede errar en su creencia - es importante no olvidar que la Iglesia no es solamente la Iglesia del momento actual. Es la Iglesia de todos los siglos. No se puede hablar de la "universalidad" de los fieles, a no ser que se incluyan las generaciones pasadas tanto como la generación a la que, de modo transitorio, se puede considerar como contemporanea. Por tanto, el pueblo, unido en su fe dentro de la Iglesia, puede realmente ser considerado como testigo de la verdad, pero siempre a condicoon de no excluir de ese pueblo a las generaciones pasadas. Excluirlas seria "anti-democratico". Las generacionea anteriores son también miembros del Pueblo de Dios, y escuchar su voz supone atender a la voz de todo el pueblo. Es la voz del entero pueblo la que produce un eco verdadero de la Voz de Cristo.
Podemos señalar algunos puntos ulteriores en torno a la fe del pueblo:
(i) La fe es del pueblo. Les "pertenece" para disfrutar de ella, no para hacer con ella lo que quieran. Pertenece al pueblo no porque puedan cambiarla sino para creerla e intentar tomarla como modelo y regla de vida; y asi llegar a la salvación.
(ii) La fe es del pueblo. Es su derecho y heredad. En cuanto herencia necesita de protección, de modo que pueda ser recibida en su integridad de la generación anterior y transmitida a la siguiente. Dios, a traves del Magisterio, asegura la protección de esta herencia que ha legado a su pueblo.
(iii) Algunos teólogos contemporaneos reclaman el papel de portavoces de la fe del pueblo. ¿Con que derecho se han apropiado de este papel? Incluso humanamente hablando, no es probable que los teólogos puedan articular la fe del pueblo mejor que los obispos. Los obispos están tanto pastoral como fisicamente mas proximos al pueblo, mientras los teólogos tienden a vivir en un mundo academico mas cerrado: en la practica es frecuente comprobar que sus ideas están distanciadas del pueblo. También es cierto que los obispos no se apoyan sobre ningún auto-nombramiento. De Dios partio la idea de constituirles pastores y padres de su Pueblo (CD 11-21).
Autoridad, Verdad, Escritura
La busqueda en la Sagrada Escritura de las raices de la doctrina católica es una tarea que la Iglesia siempre fomenta. Pero esta empresa debe evitar ciertos planteamientos erroneos:
a) dejar totalmente de lado la Tradición, como si la sola Escritura fuese regla unica y suficiente de la fe. Es la posición protestante.
b) subordinar la Tradición a la Escritura, como si la Escritura constituyese una autoridad superior o una fuente normativa. La visión católica es que ambas juntas "constituyen un solo deposito sagrado de la palabra de Dios" (DV 10); "están intimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo las dos de la misma fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin. Ya que la Sagrada Escritura es la palabra de Dios en cuanto se consigna por escrito bajo la inspiración del Espiritu Santo, y la Sagrada Tradición transmite integramente a los sucesores de los apostoles la palabra de Dios, a ellos confiada por Cristo Señor y por el Espiritu Santo...; de donde se sigue que la Iglesia no deriva solamente de la Sagrada Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas. Por eso se han de recibir y venerar ambas con un mismo espiritu de piedad" (DV 9).
c) ver el Magisterio como una restricción eclesiastica artificial e injustificada que se quiere imponer sobre la libre interpretación del mensaje cristiana.
Algunas reflexiones pueden ayudarnos a evitar estos escollos, y ver asi la armonia que existe entre las fuentes de las que recibimos la Revelación, y el instrumento divino por el que somos guiados en su comprensión.
Que la sola Escritura no puede ser la guia exclusiva de la fe cristiana se aclara también por el hecho de que, durante los primeros 15 o 20 años despues de Pentecostes, no existia ninguna redacción del Nuevo Testamento. Durante ese periodo, todo conocimiento de la Revelación de Cristo vino por medio de la predicación oral: primer vehiculo por el que el mensaje venia transmitido (Tradición = transmision). Existe un acuerdo general en que el primer libro del Nuevo Testamento data del año 49 o 50 d.d.c.; los ultimos fueron escritos 50 años mas tarde. Conviene ademas señalar que Cristo no dijo a sus discipulos que escribieran, sino que predicaran (Mat 28, 19-20; Mc 16, 16), y fue precisamente a su predicación a la que refirio la promesa de que gozarian siempre de su presencia (Mat. ibid). Unos pocos discipulos, bajo la inspiración del Espiritu Santo, pusieron aspectos esenciales del mensaje divino por escrito. Pero la preocupación de los primeros cristianos no era tanto difundir estos escritos como comunicar el mensaje; y lo hacian oralmente. Esto se impuso, ademas, como una necesidad: en parte porque existian muy pocas copias de aquellos escritos (pocos libros habia en aquellas epocas y, de hecho, seguian siendo un objeto muy poco frecuente hasta la invención de la imprenta, 1400 años mas tarde); y sobre todo porque la inmensa mayoria de los destinatarios del mensaje no sabian leer. La palabra escrita no les podia iluminar; la palabra hablada, en cambio, sí.
Puede subrayarse otro punto importante. La Escritura no se mantiene sola; o sea, no puede auténticarse a si misma. Nos han llegado desde los primeros siglos muchos escritos con pretensiones de comunicar aspectos de la vida o doctrina de Cristo. Se podria hacer una larga lista: el Evangelio segun los Hebreos o los Egipcios, el Evangelio de Pedro, los Hechos de Pedro o de Juan, la Carta a los Laodicenses, etc. Tanto protestantes como católicos rechazan estos libros como no-inspirados. Pero, cabe preguntar, ¿en base a que autoridad se ha de incluir el Evangelio de Lucas en la Sagrada Escritura y excluir el Evangelio de Tomas?
¿Que justificación tienen los cristianos para creer que la Biblia se compone de los 72 libros que actualmente conocemos: concretamente de esos 72 libros, y de ningún otro? La Biblia no puede dar fe de si misma. La prueba de que la Biblia está inspirada no puede proceder exclusivamente de la misma Biblia; seria razonar en circulo. El unico modo por el que podemos conocer con certeza qué libros son inspirados y forman parte de la Biblia, y cuales no, es a traves de alguna autoridad externa a la Biblia, que goce de un respaldo divino; y ésta es la Iglesia. San Agustin sintetiza este argumento cuando afirma: "No creeria en el Evangelio si no fuera por la autoridad de la Iglesia Católica" (Con. epist. Manichaei, fundam. no. 6). Los "criterios internos" para establecer el verdadero significado de la Escritura solo poseen un valor limitado, y no están por encima de los criterios externos tales como el sensus fidei, la Tradición, el Magisterio.
Ha de notarse que la acusación de "prueba circular" no es aplicable a la posición católica. El católico no hace apelación a una Escritura inspirada para probar que la Iglesia goza de una autoridad divina, apelando a la vez a la autoridad de la Iglesia para probar la inspiración divina de las Escrituras. No; el católico va primero a lo que de hecho ocurrio; en otras palabras, acude a la historia y, por eso, también a los libros de la Escritura, pero tratandolos, para este proposito, sencillamente como parte de las fuentes historicas. Concluye - de esos libros - que Jesucristo realmente existio, que dijo ser Dios, que probó que su pretensión era verdadera, que fundó una Iglesia para continuar su mision; y que esta Iglesia - la Iglesia católica - goza de una protección divina en sus enseñanzas, también al afirmar qué libros son divinamente inspirados.
Dios nos habla por medio de la Biblia. Pero, como es logico, nos dice no solamente que es la Biblia, i.e. qué libros han de incluirse en ella, y cuales quedan excluidos, sino también cual es el verdadero sentido de los distintos pasajes de los escritos sagrados. Lo hace por medio de la Tradición y del Magisterio.
Las Escrituras nos dan la Palabra de Dios puesta por escrito. La Tradición nos comunica el mensaje de Cristo en su totalidad. Y, con la ayuda del Magisterio, aprendemos el sentido claro y verdadero de esta Revelación divina. Insiste el Concilio: "es evidente, por tanto, que la sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia, segun el designio sapientisimo de Dios, están entrelazados y unidos de tal forma que no tienen consistencia el uno sin los otros, y que juntos, cada uno a su modo, bajo la acción del Espiritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas" (DV 10).
Por tanto, al referirnos a la Tradición, no hablamos tan solo de las creencias establecidas de los primeros siglos. La Tradición se va formando y se nos transmite a lo largo de todos los siglos. Es una herencia que se va enriqueciendo constantemente, a base no de aumentar lo que se ha de creer sino de comprender mejor lo que ya se cree. Asi llegamos de nuevo a la cuestión del desarrollo de la doctrina que tocamos antes brevemente. Este tema ofrece, sin embargo, ciertos aspectos de tal importancia que merecen un capitulo aparte.
NOTAS
[1] Nos referimos tanto al Magisterio solemne como al Magisterio ordinario y universal de la Iglesia. El canon 749, 1 explica, en términos concisos, lo que esto implica.
[2] La imagen de edificar la Iglesia, la comunidad, el Cuerpo de Cristo, era especialmente querida por San Pablo (cfr. I Cor 14, 5 y 12; II Cor 12, 19; Efes 4, 12, etc.). Insiste en que los dones individuales han de emplearse para edificar (I Cor 14, passim); y advierte de modo particular que el conocimiento sin el amor infla, pero no edifica (I Cor 8, 1).