09. LEY Y ESPIRITU SANTO

            Un anhelo de Espiritu parece caracterizar a muchos cristianos de hoy. El surgir de movimientos carismaticos en el periodo postconciliar, es una señal mas de este fenómeno. Ahora bien, la mera referencia al Espiritu tiende a evocar unos sentimientos - gozo, espontaneidad, entusiasmo, dinamismo... - que parecen encajar mal con las exigencias de la ley.

            Hay personas que absolutizan el contraste, afirmando que la vida y el desarrollo de la Iglesia, sometidos hasta ahora a la ley y al legalismo, habran de confiarse en adelante a la libertad y al Espiritu Santo. No es infrecuente leer u oir que "la Iglesia debe ser gobernada por el Espíritu Santo", afirmación que parece implicar que la Iglesia deberia ser gobernada por algo "mas libre" que la ley; que el Pueblo de Dios deberia ser conducido por caminos carismaticos de gozo y libertad y no por vias juridicas de coacción y poderio legal.

            La contestación exacta a esta tesis es que la Iglesia es de hecho gobernada por el Espíritu Santo, pero que el Espíritu Santo efectua gran parte de su gobierno precisamente a traves de la ley. El Espíritu no cuenta con la coacción, pero sí con nuestra capacidad de comprender el valor de la ley, y con nuestra libre decisión de dejarnos guiar por ella.

Ordenes de marcha

            El Pueblo Peregrino del Antiguo Testamento era llevado por el Espíritu Santo (y cabe afirmar que a menudo lo llevaba por caminos que, a sus ojos, debian de parecer sinuosos). Pero el Espíritu era practico: proporcionaba al pueblo tanto lideres como leyes, y lo exhortaba constantemente a obedecer.

            Un pueblo peregrino, un pueblo en camino, necesita moverse con orden, de modo que, si es posible, nadie quede rezagado y se tenga buen cuidado de todos, especialmente de los mas debiles. Un pueblo en camino necesita ordenes de marcha, comunicadas por unos lideres que avancen en unidad de propositos y de dirección.

            Asi fue en el Antiguo Testamento; y sigue siendo asi también en el Nuevo. El mismo dinamismo espiritual del nuevo Pueblo de Dios postula unas leyes y unos lideres para salvaguardar su vida, proteger sus miembros, fomentar su unidad y asegurar su expansión.

            ¿Quien da las ordenes de marcha en la Iglesia? ¿Quien marca el ritmo al que debe marchar el Pueblo de Dios y la dirección en la que debe ir? El Espíritu Santo    

            ¿Y quien en la Iglesia posee Espíritu Santo? ¿Por medio de quien habla? Son dos preguntas muy diferentes y cada una exige una contestación adecuada.

            ¿Quien en la Iglesia posee el Espíritu Santo? La contestación evidente es: todo cristiano que ha recibido la gracia bautismal y que - en el caso de haberla perdido - la ha recuperado. La frase del evangelio: "El Espíritu sopla donde quiere" (Jo. 3, 8), subraya el hecho de que solo Dios sabe a quienes ha escogido y los dones particulares que confiere a cada uno para su salvación. Está claro que nadie puede atribuirse un monopolio de gracias o carismas personales. También está claro que si cada uno responde a la gracia que le ha sido dada, llega - a su vez - a ser canal de gracia para los demas.

            Una mirada a los siglos nos enseña como el Espíritu Santo ha hablado - y habla - dando a los fieles buena orientación e inspiraciones por medio de muchas voces individuales: por las obras y palabras de tantos santos y fundadores y autores asceticos y teologos...

            Pero, ¿y si en alguna ocasión estas voces no están de acuerdo entre sí? En tal caso es claro que no todos hablan con la voz del Espíritu Santo, porque el Espíritu de Verdad (cfr. Jo. 15, 26) no puede estar en desacuerdo consigo mismo; no puede dejar a su pueblo perplejo ante ordenes de marcha contradictorias. De ahi se origina el gran don publico, tan esencial para la salud del Pueblo de Dios, de que se pueda contar siempre con una interpretación auténtica - divinamente garantizada - de la Verdad revelada. Tratandose de este don, el Espíritu ha querido soplar en una dirección concreta y por un medio especifico.

            Al abordar la segunda cuestión, conviene formularla de modo preciso. Cuando se trata de aclarar la verdad, de resolver un desacuerdo sobre ella, de declararla definitivamente, ¿quien habla con la voz y la autoridad del Espíritu Santo? La respuesta también es clara y concreta: el Magisterio. El Magisterio infalible es un don peculiar del Espíritu Santo a la Iglesia y posee sus instrumentos especificos: el Romano Pontifice, y el Colegio Episcopal en unión con el Romano Pontifice.

            Puede ayudarnos a entender, dar un paso atras en el tiempo. Intentemos colocarnos en la situación de cualquiera de los fieles corrientes, en Alemania o Inglaterra del siglo XVI. El pueblo estaba perplejo; y esa perplejidad era causada por unos cuantos teólogos y predicadores que proclamaban, a los cuatro vientos, que la naturaleza humana está intrinsecamente corrompida, que la gracia no nos hace verdaderamente gratos a Dios, que el Matrimonio o la Penitencia no son Sacramentos, que la Eucaristia no es otra cosa que mero pan y vino a los cuales se presta una significación religiosa, que la Misa es una blasfemia... Eran voces e ideas nuevas, que estaban en clara contradicción con las que los cristianos habian oido durante siglos.

            En tal situación, cuando la confusión amenazaba, los cristianos habrian de preguntabarse: "?en todo esta babel de voces, ¿donde está el Espíritu de Verdad que Jesucristo nos prometió; ¿qué es lo que El dice?"

            Aquellos que supieron reconocer la voz del Espíritu en el Magisterio se quedaron en la Iglesia. Quienes prefirieron escuchar las voces de teólogos y predicadores disidentes la abandonaron.

Un "segundo" Magisterio?

            En algunos circulos eclesiasticos, ha empezado a correr una tesis segun la cual corresponderia a los teólogos una parte privilegiada en la asistencia del Espíritu Santo, tanto que los elevaria al nivel de una especie de "segundo" Magisterio.

            Segun las ideas que propalan, el liderazgo eclesial - al menos en el campo de la doctrina - deberia ahora repartirse entre dos elementos: uno, la Jerarquia, por lo general de tendencia mas conservador; y otro, los teólogos, mas liberales.

            Para dirimir esta cuestión, sin embargo, lo decisivo no es saber cual de estos agentes es conservador y cual liberal, sino saber cual posee el Espíritu Santo en el sentido estricto de haber recibido un mandato, con garantía divina, para hablar, enseñar y guiar el Pueblo de Dios en el nombre de Jesucristo.

            La Jerarquia posee este mandato concreto; los teólogos, en cambio, no. La labor de investigación teologica - si se lleva a cabo de modo verdaderamente teologico - constituye un gran servicio a la Iglesia. Pero la pretensión de algunos teólogos de que su labor represente un segundo Magisterio o un Magisterio paralelo no encuentra absolutamente ningún fundamento ni en la Escritura ni en la Tradición.

            Los Apostoles no eran teólogos", en el sentido en el que solemos emplear este término hoy. De hecho eran, en su gran mayoria, hombres casi sin letras. A pesar de esto, en el Concilio de Jerusalen, enseñaron y legislaron con una seguridad y una autoridad plenas: "Ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros..." (Hech. 15, 28). No se sintieron en la necesidad de recurrir a unos peritos. Eran conscientes de que ellos, como cuerpo, poseian una especial asistencia del Espíritu Santo para dar verdadera dirección al pueblo cristiano; y se la dieron.

Carismas

            Todo el mundo en la Iglesia tiene un carisma o gracia peculiar, esto es, un don especial del Espíritu Santo, para cumplir su papel concreto en la vida de la Iglesia (cfr. I Cor. 7, 7). Pecaria de presunción la persona que afirmara poseer un carisma personal de mayor utilidad para la Iglesia que el carisma de los demas. Solo Dios conoce el verdadero valor de tantos carismas personales que pasan practicamente ocultos a los ojos humanos. No seria arriesgado afirmar, por ejemplo, que el carisma escondido ejercido de Santa Teresa de Lisieux probablemente sirvió la Iglesia, ya durante su propia vida, tanto como la labor de los mas renombrados pensadores católicos de su epoca.

            Ahora bien, si es verdad que cada uno tiene su propio carisma, también lo es que la posesión de un carisma no lleva consigo ninguna garantía de que se use siempre bien. Si un don del Espíritu se emplea bien o mal depende de las disposiciones de cada uno, sobre todo de su humildad y docilidad - virtudes esenciales si se ha de responder eficazmente a la operación del Espíritu - , de su actitud de servicio y de su prontitud para subordinar sus propios intereses o preferencias a una preocupación superior por el bien de los otros. San Pablo pensaba en esta buena subordinación cuando concluye sus reflexiones sobre los carismas con la advertencia: "hagase todo con decoro y con orden" (I Cor. 14, 40).

            Esta regla - que el buen uso de un carisma no es algo garantizado - tiene sin embargo una importantisima excepción, que se refiere al carisma publico por el cual el Magisterio eclesiastico sirve al Pueblo de Dios, guiandole en la verdad. La Iglesia goza de una garantía constitucional de que el Espíritu Santo no permitira un mal empleo de ese carisma tal que engañe al pueblo fiel o le induzca al error.

            Por lo tanto, si surge, entre el Magisterio y algun teólogo, un conflicto sobre un punto de doctrina, el católico no deberia tener la menor duda en cuanto a quien Dios quiere que escuche; sabe que las indicaciones del Magisterio - "esto concuerda con el mensaje de Cristo, esto otro, no" - gozan de la protección del Espíritu Santo.

            Es verdad que la protección del Espíritu Santo no se extiende a la prudencia y ni siquiera a la justicia con las que el teólogo personalmente puede ser tratado. La verdad de la doctrina en cuestión nos debe resultar cierta; en cambio, nos puede resultar como nos parrezca el modo de tratar el caso, lo apropriado o no del tono de las admoniciones dirigidas al teólogo, de las sanciones que le hayan sido infligidas, etc.

            Si un teólogo cree que el ha sido tratado de modo injusto - sin un proceso equitativo adecuado - por parte de las autoridades eclesiasticas, puede ser que tenga razon; o no. El Espíritu Santo no garantiza necesariamente que se le hará perfecta justicia al teólogo ni protege sus intereses. Lo que el Espíritu protege es la verdad; son los intereses de los fieles.

?Una ley interior?

            Conectado con este tema de "Ley y Espíritu", hay un area marginal que está llena de afirmaciones quizas biensonantes pero ciertamente imprecisas; por ejemplo, que la ley del Espíritu - o la ley de Cristo - es "antes que nada una ley interior", o que la ley del Espíritu es una ley de libertad "precisamente porque sus exigencias no se imponen desde fuera"...

            ¿Que es lo que se entiende exactamente en este contexto por "ley del Espíritu "? Si significa algo mas que la conciencia, si la ley del Espíritu viene en definitiva a significar la ley de Cristo, entonces por supuesto que sus exigencias se imponen desde fuera.

            La ley de Cristo es algo objetivo, de manera parecida a como Cristo mismo es Alguien "objetivo". El, en un principio, está "fuera" de cada uno de nosotros, aunque, por su gracia y por nuestra libre correspondencia, quiere entrar "dentro" de nosotros - si le dejamos - con su ley liberadora. Es verdad que la ley de Cristo habla al corazon, y la respuesta a la ley debe venir del corazon. Pero la ley de Cristo no es interior en el sentido que la ley misma viene del corazon (es la Ley Natural la que, en cierto sentido, viene del corazon). La ley de Cristo no se "impone" desde fuera, pero evidentemente viene desde fuera. Lo mismo que la Encarnación o la Revelación - obras del Espíritu - , la Ley de Cristo es algo objetivo, algo dado, que los hombres aceptan tal como es, o rechazan, o procuran convertir en algo distinto.

            El Espíritu Santo confiere el don. También asegura que se conserve incolume, y que los hombres siempre lo puedan encontrar en toda su pureza, con tal de que sepan donde se debe buscar y esten dispuestos a buscarlo alli. Pero el Espíritu Santo no impedirá que los hombres particulares - hay una unica excepción - falsifiquen su mensaje. Si esto ocurre, se limita a señalar claramente - para los que tienen fe y humildad - donde se puede encontrar su auntentico mensaje, dejando a aquellos que se han enturbiado la visión con la falsificación que prefieren.

La gracia de la obediencia

            El cumplimiento de la Ley de Cristo no es consecuencia del entusiasmo ni, normalmente, se logra sin esfuerzo. El Espíritu Santo puede desde luego fácilitar nuestro cumplimiento de esta ley. Pero la manera principal como lo hace es a base de hablar claro, de comunicarnos tanto el contenido y las exigencias reales de esa ley como la disposición y la fuerza para cumplirla. Una de las gracias mas tipicas del Espíritu Santo es precisamente la de la obediencia; una de las disposiciones que mas frecuentemente suele inspirar es la de obedecer. Son también éstas las inspiraciones a las que la soberbia opone mayor resistencia.

            Aqui podemos distinguir una secuencia clara de dones y gracias. La ley, como vimos en el ultimo capitulo, es un don de Dios. La conservación de la ley, en su pureza y en sus fuentes, es una acción especial del Espíritu Santo (LG 27); ademas, la observancia de la ley y - mejor aun - la correspondencia a la ley son dones y gracias especialisimas del Espíritu. La observancia de la ley podria no pasar de algo mecanico y externo: una obediencia servil, nada mas. El Espíritu Santo nos inspira para superar esa situación, si se presenta, para saber reaccionar ante la ley con una respuesta personal: no con la obediencia servil del esclavo sino con la obediencia filial del hijo (cfr. Rom. 8, 15). De esta manera, el Espíritu Santo "interioriza" la ley en nosotros. En cuanto reconocemos la voluntad paternal de Dios, en la ley, estamos en condiciones para acogerla amorosamente en nuestro corazon; y para darle respuesta, libre y filialmente, desde nuestro corazon.

            "Donde está el Espíritu del Señor está la libertad" (II Cor. 3, 17). Si queremos la libertad, por tanto, tenemos que buscarla donde está el Espiritu; tenemos que localizar el area de libertad dentro de la cual obra el Espíritu, que es el area de la gracia y de la verdad. La verdad y la gracia tienen unos límites puestos por el Espíritu Santo: los límites de la verdad que El nos enseña a traves de su Iglesia, y los de los sacramentos y de la ley que El nos administra a traves de su Iglesia. Si queremos mantenernos dentro de una libertad que realmente sea dada por el Espíritu, hemos de caminar dentro de aquellos límites - realmente dados por el Espíritu - de la gracia y de la verdad.

            Otro punto que merece comentario es la insinuación implicita de que una ley "interior" es algo que se obedece sin mayor dificultad.

            La conciencia es, por definición, una ley interior. Sin embargo, como vimos en un capitulo anterior, las exigencias de la conciencia son frecuentemente perentorias y no suelen ser nada fáciles de obedecer, sino todo lo contrario. La persona que toma esta ley interior en serio, dispuesta a obedecerla, muchas veces experimenta que ha de mantener una lucha esforzada para seguir a su conciencia. Es verdad que las exigencias de la conciencia no vienen desde fuera; pero las exigencias están ahi, y nosotros, o nos las imponemos (solución dificil) o las pasamos por alto (solución suicida).

            Unos breves comentarios sobre dos conceptos con los que el Espíritu Santo - quieralo o no - se encuentra hoy dia a menudo asociado: creatividad, dinamismo, dialogo.

Creatividad

            Ser "creativo" - expresarse, hacer "lo mio" o hacer "algo nuevo" - parece ser una de las ansias de los tiempos en que vivimos. Cuando a un cristiano se le ocurre ser creativo - de modo particular en relación con la doctrina o el culto - es fácil que quiera atribuir esta creatividad al Espíritu Santo, el "Creator Spiritus". Sin embargo, no se ha de hacer esta atribución con excesiva facilidad.

            La creatividad del cristiano es algo importante y a la vez humilde. Es importante porque Dios efectivamente cuenta con nosotros para completar esa labor suya de la creación y de la re-creación. Es humilde porque, si ha de ser eficaz, debe operar dentro de unas condiciones dadas por Dios. Si no lo hace, no es una creatividad cristiana.

            Si el Espíritu Santo es el Espíritu creador, nuestras contribuciones a lo que El hace, solo pueden ser creativas si guardan el caracter de una sub-creación con relación a la obra suya. En cuanto el Espíritu Santo ha creado algo, nos pide que respetemos esa creación con la naturaleza y las leyes que El le ha dado.

            Hacer violencia a la Ley Natural significa no respetar la obra del Espíritu: no es creativo sino destructivo. Merecen esta critica ciertos planteamientos "creativos" contemporaneos que abogan por practicas tan anti-naturales como la homosexualidad, la contracepción o el aborto.

            Tratandose de la re-creación que es el cristianismo, nuestra creatividad ha de estar todavia mas dispuesta a trabajar dentro de unos límites divinamente dados.

            Cuando contemplamos las Escrituras o la Tradición como obras del Espíritu (DV 7-10), crece nuestra reverencia hacia estas fuentes de la Divina Revelación. Entonces percibimos que nuestro papel creativo con respecto a ellas no es independiente sino esencialmente subordinado. Consiste no en diluir o vaciar de sentido el mensaje que el Espíritu ha comunicado (esto, repetimos, seria destructivo y no creativo), sino en comprenderlo, ilustrarlo y transmitirlo, de acuerdo con una interpretación autorizada, y bajo la guia vivificador del Magisterio, otra creación fundamental del Espíritu Santo.

            El Espíritu - el Espíritu exigente - también opera en y a traves de la ley y de la disciplina eclesiasticas. Alli crea las condiciones dentro de las que cada uno de nosotros puede ser renovado y santificado para llegar a ser una "nueva creacion" en Cristo (cfr. II Cor 5, 17).

            Un obispo cualquiera puede ser una persona sin ninguna caracteristica de esas que los medios de comunicación calificarian de "carismatica". Su oficio, sin embargo, es carismatico; el Espíritu Santo obra a traves de ese oficio. Y si los fieles - sacerdotes y seglares - tienen fe, las decisiones e indicaciones del obispo les resultaran carismaticas: por medio de ellas el Espíritu Santo desea establecer un contacto vifificador con nosotros, excitando nuestro amor y probando nuestra fe. Lo carismatico, en tal caso, no tiene nada que ver con las virtudes o las capacidades personales del obispo; tiene todo que ver con nuestra correspondencia.

            Se podrian multiplicar los ejemplos, sobre todo quizas en el campo de la liturgia. Nos referiremos a uno solo. Cada Misa es, en si, una acción totalmente carismatica porque el Espíritu Santo actua, de modo singular, en ella. Si un sacerdote intenta subordinar la Misa a su personal creatividad, en contra de las leyes liturgicas (dadas para la protección de los fieles), está imponiendo su personalidad y sus caprichos a la acción del Espíritu. En el altar, el sacerdote actua "en la persona de Cristo" (LG 10), y el Espíritu santificador desea que nuestra atención, durante la celebración eucaristica, se vea atraida hacia la Persona y la obra redentora de Cristo, y no hacia la persona y la obra creativa de un sacerdote, sea quien sea.

?Dinamismo? ¿Dialogo?

            "La ley del Espíritu es mas dinamica"... Dinamismo implica poder; y, en una frase tal como la que acabamos de citar, es de suponer que implica eficacia. Si la ley del Espíritu congrega a los fieles en la unidad - y los fieles responden - , entonces es verdaderamente dinamica; no lo es, en cambio, si el efecto es el contrario.

            Unas ordenes de marcha tienen como finalidad el unir a la gente, convocarla a trabajar y caminar al unisono y en la misma direccion; si cumplen esta finalidad, entonces se pueden llamar dinamicas. Desde luego no serian mas dinamicas si su efecto fuera el de poner a cada uno en marcha en una dirección distinta.

            Actua bastante a la ligera quien afirma ser movido por el Espíritu cuando se mueve sin que le importe la dirección en la que lo hace; de ello da buena prueba la historia del protestantismo. Siempre es bueno no perder esa historia de vista; lleva a que uno se pregunte si mil voces contradictorias, cada una de las cuales afirma hablar en nombre de Cristo, pueden representar el dinamismo del Espíritu..., o si mas bien sugieren el paroxismo de los pareceres individuales.

            El Espíritu Santo nos impulsa a actuar de modo libre, pero como partes de un todo, como miembros de un mismo Cuerpo. Congrega los corazones dispersos, las voluntades y las mentes dispersas, en una unidad de afectos y de intenciones: "con unum et anima una" (Hech. 4, 32). Si se puede dudar si el Espíritu Santo está presente donde hay unidad sin diversidad, se puede estar seguro de que no está presente donde hay diversidad sin unidad.

            Me viene a la memoria el comentario de un clerigo, a proposito de unas directrices dadas para la labor pastoral de la diocesis: "Seguiriamos mejor al Espíritu Santo si hubiese mas dialogo entre el obispo y cada uno de sus sacerdotes. A fin de cuentas, ambas partes son templos del Espíritu Santo"...

            El comentario no carece de utilidad, y los obispos harian bien en no despreciarlo. Los miembros de una diocesis, sin embargo, también harian bien en recordar que lo que asegura la eficacia de la labor pastoral no es tanto el dialogo mutuo de superior y subordinado cuanto el dialogo personal de cada uno con Dios. Lo que hace mas falta no es que el obispo me escuche a mí, sino que yo escuche a Dios. Cuanto mas una persona esté en la onda del Espíritu - del Espíritu exigente - , tanto mas eficaz será, tanto mas flexible, tanto mas disponible; y tanto menos preocupada de que los demas se ponga a su onda...

            Nadie, deciamos antes, tiene un monopolio del Espíritu Santo. Pero es importante poseer algun criterio seguro por el cual podemos saber si, sin monopolio, al menos lo poseemos. San Agustín nos proporciona un criterio definitivo: "En la medida en que amamos a la Iglesia, poseemos el Espíritu Santo" (In Joann. Ev. Tract. 32, 8. cfr. OT 9).