Hay todavía más partido a sacar de ese atinado comentario: "¿Donde está el mundo?"
Hemos procurado demostrar como toda la tematica de la "lucha por el poder" está en desacuerdo con la eclesiologia del Vaticano II, por lo que se refiere al concepto de autoridad, de una parte, y a los papeles peculiares del clero y de los seglares, por otra. Se puede señalar un tercer defecto: es apostolicamente esteril.
La preocupación excesiva por "el poder" suele desembocar en polemicas sobre la organización de la Iglesia. El espiritu de servicio, en cambio, lleva naturalmente al afan por la evangelización del mundo. La primera, con su proyección hacia dentro, dificilmente evita caer en una actitud pueblerina, proyectada cada vez mas hacia dentro; el segundo, en su preocupación por los demas, tiende a mirar hacia fuera.
A pesar de esto, a veces se pretende que una Iglesia reorganizada y reestructurada sobre unas lineas mas "liberales" ofreceria una mejor "imagen" al mundo, facilitando asi la evangelización. Habrá quienes favorecen esta tesis por creer que ayudará a justificar unos fenómenos que, en sí, parecen carecer de proyección evanglizadora, estando mas bien caracterizados por un espiritu individualista y egocentrico: el rechazo del celibato sacerdotal, la reivindicación de la ordenación sacerdotal de mujeres, la pretensión de ciertos seglares de participar en el gobierno de la Iglesia... Es innegable que en los ultimos veinticinco años una buena parte de las energias de los católicos se han gastado en estas preocupaciones y otras similares: el disenso teológico; los "católicos" pro-aborto o contra-Magisterio o pro-socialismo; el tema de las "sacerdotisas"; el "sexismo" en el lenguaje liturgico; la falta de proceso "democratico" en los nombramientos al episcopado..., son cuestiones que han llenado y siguen llenando gran parte de los escritos y debates clericales.
Cada uno puede juzgar si lo que inspira estas campañas es un celo ardiente por la salvación del mundo o la preferencia por un tipo distinto de Iglesia, y sobre todo por un estilo diferente de vida personal. Juzgar las motivaciones sujetivas resulta siempre una tarea dificil. Mas facil, en cambio, es observar el efecto de tales preocupaciones en los demas, ya que logicamente tienen eco en el mundo no-católico.
Es posible que estas cuestiones dejen perplejos a los no-católicos. Es mas probable que los dejan indiferentes, ante lo que sin duda califican como altercados clericales o camorrillas eclesiasticas. ¿Que, en todo esto, pueda impresionar al mundo, revelandole el espiritu de Cristo, y atrayendolo hacia El?
Signos de los tiempos
Hay quienes defienden la dirección señalada por estos afanes afirmando que corresponden a las necesidades de los tiempos. Insisten que una de las principales directrices dadas por el Vaticano II fue la de que la Iglesia tiene que ponerse al dia y remodelarse segun los "signos de los tiempos".
Esta corta frase (cuatro vocablos) aparece en los primeros parrafos de la Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual y probablemente ninguna otra expresión de los documentos conciliares haya sido citada tan a menudo. "Leer los signos de los tiempos" ha llegado a ser para muchas personas el principio maestro para la interpretación y la puesta en practica del programa del Concilio.
Los signos de los tiempos - se nos dice - son que el hombre moderno desea mas libertad, mas igualdad, mayores posibilidades de afirmarse... La Iglesia, por tanto, perderá credibilidad ante el hombre contemporaneo y toda posibilidad de atraerle si no aparece como una institución democratica, con mayor libertad para el individuo, mas respeto para los derechos personales, menos ejercicio de la autoridad...
Cabe dudar si quienes razonan de este modo han comprendido rectamente el sentido en el que el Vaticano II invocó la expresión "los signos de los tiempos". Cabe dudar también si la nueva imagen de Iglesia que les parece tan deseable podria resultar revestida de "credibilidad" para el hombre contemporaneo.
Examinemos el pasaje de la Gaudium et Spes donde aparece esta frase: "Para llevar a cabo su misión, es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio, para que, de una manera acomodada a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y futura y sobre la mutura relación de ambas" (GS 4).
De modo que no es el Evangelio el que ha de ser interpretado a la luz de los tiempos, sino al reves. Los signos de los tiempos son efectivamente señalados por el Concilio como punto de partida, pero son presentados como criterio no para una revalorización secular del Evangelio, sino precisamente para una valorización evangelica del hombre contemporaneo.
El Vaticano II no pensó que el hombre moderno no esté maduro para el Evangelio. El hombre siempre está maduro para el Evangelio, ya que es para todos la Buena Nueva.
Lo que sugiere el criterio de los signos de los tiempos es que examinemos la situación existencial del hombre contemporaneo para ver cuales de sus aspiraciones - la añoranza de valores que no posee - pueden encontrar su profunda realización en Cristo.
Es verdad que el hombre moderno desea la libertad: en todas las epocas la ha deseado. La ley de Cristo es la ley de la libertad, y toca a los cristianos mostrar al mundo que la hemos encontrado: precisamente dentro de esa ley. Mientras tanto, hemos de animar al hombre moderno a preguntarse respecto a que desea la libertad, y para que la desea; y luego ver si está dispuesto a aceptarla, bajo las condiciones puestas por Cristo, y dentro de su ley. Los cristianos sabemos que no se pueda hallar fuera.
Es verdad ademas que el hombre moderno desea la igualdad. También ésta se halla en Cristo: la dignidad de ser hijos del mismo Padre, disfrutando de unos derechos otorgados por Dios bajo una guia y autoridad que provienen de Dios.
Un deseo de libertad y de igualdad: ¿nuestra analisis del hombre moderno no da mas de sí? Hace falta una lectura mas atenta de los signos de los tiempos si hemos de comprender la situación peculiar del hombre moderno no menos que la llamada particular que se nos dirige a los cristianos para comunicarle el Evangelio.
?Un mal momento?
Cuando el mismo Concilio, en los primeros años de la decada de los 60, "leyó los signos de los tiempos", la imagen del hombre moderno que sacó de ellos fue de alguien con una profunda insatisfaccion: "Con frecuencia se siente mas incierto que nunca de sí mismo" (GS 4); está caracterizado por la "turbación de espiritu" (5), "se siente interiormente dividido" (10), "entre angustias y esperanzas, la inquietud le atormenta" (4); porque "todo hombre resulta para sí mismo un problema no resuelto, percibido con cierta oscuridad" (21).
En el cuarto de siglo transcurrido desde el Vaticano II, la sociedad moderna ha mostrado un desgaste cada vez mayor: la droga, la pornografia, el aumento del indice de la criminalidad, el terrorismo internacional, la general difusión del aborto y el divorcio... Al hombre moderno algo está pasando; le está pasando rapidamente, y él mismo comienza a sospechar que lo que le pasa no es para bien.
Efectivamente, debajo de estos indicios exteriores de turbulencia, se percibe un hondo descontento, un agudo sentido de privación. Algo falta en la vida del hombre contemporaneo: padece la ausencia de fundamentales valores humanos. Entre las privaciones que experimenta destacan tres: falta de certeza, de solidaridad y de alegria. Los juicios que realiza el hombre moderno sobre la vida - sobre si mismo y sobre los demas - corren el reisgo de ser cada dia mas escepticos y negativos:
- la vida es un caminar sin sentido; no lleva a ninguna parte. No tiene meta o, si la tiene, nadie sabe cual es;
- la vida es una carrera entre egoistas. Ya no hay honradez ni lealtad; los demas no son de fiar;
- la vida es un timo: promete la felicidad, pero no cumple su promesa.
Es un mal momento para el hombre moderno. Es un buen momento para la evangelización. Cuanto mas se acerca el hombre a la desesperación, mas se dispone - quizas sin darse cuenta - para un mensaje de esperanza.
Esta situación - falta de certeza, de confianza y unión, de alegria - , ¿es totalmente peculiar al hombre del siglo veinte? No; ha tenido sin duda precedentes historicos, y concretamente tenia un precedente en el mundo de hace 2000 años que ahora - despues de una consideración previa - nos interesará examinar.
Reconocer que la civilización occidental sufre una grave crisis es ya lugar comun entre pensadores y comentaristas contemporaneos. Resulta un tanto paradojico que en algunos ambientes eclesiasticos existe el miedo a reconocer que la misma Iglesia podria estar de algun modo afectada por esa crisis generalizada. Hay pensadores católicos que parecen convencidos de que no se perciben señales de crisis en la Iglesia. Otros, en cambio, conceden que hay crisi - también en la Iglesia - y la explican como reflejo de la que reina en la cultura secular.
Es facil que un mundo en crisis afecta a la Iglesia. Pero es mas cierto aun que la Iglesia ha de evangelizar el mundo y que se le ofrece una especial ocasión de cumplir su misión cuando el mundo se encuentra en crisis. En un mundo con una situación parecida - materialmente poderoso pero espiritualmente indigente - Cristo mandó a sus Apostoles. Y la joven Iglesia de aquellos primeros siglos tuvo suficiente vigor, no solo para protegerse del peligro de ser paganizada, desde fuera, sino para evangelizar - desde dentro - la civilización pagana que la rodeaba.
El mundo pagano de hace 2000 años no estaba ni mas ni menos preparado para la evangelización que el nuestro. Aquel mundo podia a primera vista aparecer cerrado al mensaje de Cristo, que llama a los hombres a salir de las tinieblas para entrar en su maravillosa pero exigente luz (cfr. I Pet 2, 9). Sin embargo, los primeros cristianos, apostoles todos, llevaron a sus conciudadanos a enfrentarse con esas tinieblas y a aceptar libremente las exigencias de aquella luz.
¿Que es lo que daba ese poder de convencer - de evangelizar - a la vida y al ejemplo de los primeros cristianos? Sobre la base de su fe y oración, una combinación de certeza, unidad y alegria: su certeza en cuanto a la verdad de Cristo; su unidad bajo el amor y la autoridad vinculante de Cristo; su alegria por la misericordia y la gracia de Cristo.
Certeza, unidad, alegria: las mismas cualidades que tanto faltan en el mundo actual. Esta lectura de los signos de los tiempos, sí que nos descubre el reto que la epoca moderna plantea a quienes siguen a Cristo: si los cristianos de hoy sabemos vivir y demostrar las mismas cualidades que nuestros hermanos de los primeros siglos, los paganos de este mundo también seran atraidos hacia Cristo.
Certeza
Unos cristianos poco convencidos de su propia fe no serán capaces de evangelizar el mundo. Es misión de los cristianos ser lideres, pero unos lideres titubeantes no pueden ser guias de nadie. ¿Quien seguiria a un dirigente que se muestra inseguro del camino o de la meta: que no ofrece orientación en las encrucijadas, que no se fia de las directrices que recibe y que deberia seguir, es decir, que no se fia de sus propios lideres?
¿Por que habrian de quedar impresionados los paganos por la imagen de una Iglesia donde nada parece seguro, donde todo el mundo es "libre" para pensar y hacer como le apetezca. Ya tienen esa "libertad", y ya han empezado a verificar que quien piensa y actua como le apetezca, puede acabar en una situación donde lo que piensa y hace ya no le gusta. Tantos paganos de hoy se sienten encadenados; toca a los cristianos liberarlos.
Es un error pensar que el hombre moderno no quiera autoridad. El hombre moderno - como el de todas las epocas - desea una autoridad de la que se pueda fiar. Cuando ve que los cristianos siguen la autoridad de la Iglesia, confiada y amorosamente - porque ven en ella la autoridad de Cristo, de quien se fian y a quien aman - entonces puede sentirse animado a considerar que el camino aparentemente duro que procuran seguir los cristianos es efectivamente la Buena Nueva.
Con esto no se afirma que la imagen de la autoridad eclesiastica no necesite mejoras. Cualquier asomo - si lo ha habido - de dominación, de explotación o de irresponsabilidad en el ejercicio de la autoridad en la Iglesia debe desaparecer. La autoridad como servicio: es la imagen que debe presentarse, porque es la realidad que debe vivirse.
Pero la autoridad misma ha de permanecer. En otras palabras, la autoridad ha de seguir ejerciendose: solo asi puede proyectar la imagen de Cristo, que nos guia en la verdad y en el amor y a quien seguimos con toda certeza.
La Buena Nueva tiene que ser cierta, si de hecho ha de resultar buena y - por tanto - atrayente. Unas noticias medio ciertas - rumores buenos - apenas llaman la atencion; tienen que confirmarse como ciertas antes de despertar verdadero interes.
Sobre la base de que "todas las opiniones son igualmente validas" no puede producirse evangelización ninguna. Si mis noticias son tan buenas - o tan malas - como las tuyas, ¿que podria urgirme a propagarlas? ¿que te podria urgir a escucharlas? Es solamente la convicción de que el Evangelio es la Buena Nueva - la Mejor Nueva - lo que nos puede espolear a transmitirla.
El cristiano que no este convencido de poseer la verdad tampoco lo está de poseer a Cristo. Solo los cristianos convencidos tienen posibilidad de convencer a los demas. Los cristianos convencidos a medias no convencerán a nadie.
Unidad
Unidad y amor. Los cristianos desunidos no evangelizarán el mundo. ¿Por que habria alguien de unirse a unas personas que no están unidas entre sí, que no aman a nadie, o que aman tan solo a aquellos que les caen bien? Eso ya lo hacen los paganos (cf. Mat 5, 47)? El Señor, que proclamó que tenemos que amar también a los enemigos, hizo del amor su mandamiento, e insistió que habria de ser la señal distintiva de los suyos: "Un mandamiento nuevo os doy: que os ameis los unos a los otros; como yo os he amado, asi también amaos mutuamente. En esto reconoceran todos que sois mis discipulos: si teneis amor unos para con otros" (Jo 13, 34-35).
Me viene a la memoria algo que sucedió hace unos años en Londres. Jan habia venido de un pais de Europa oriental para cursar estudios de post-graduado en la London School of Economics. La casualidad - o la Providencia de Dios - le llevó como residente a un colegio mayor univesitario donde se respiraba un fuerte espiritu cristiano. Era comunista activo y no-creyente pero, ademas, hombre de buen corazon, y se incorporó a aquel ambiente de calor, comprensión y confianza. Entre los demas residentes, con quien mas congeniaba era con un colega de la Facultad de Economicas, católico. Hacia el final del Año Academico, cuando Jan estaba a punto de volver a su pais, ese compañero me comentó: que pensaba aprovechar para hablar a fondo con Jan, porque le veia impresionado por el ambiente. Mas tarde me contó como se habia desarrollado la conversación. "Mira - la habia dicho - vosotros los comunistas y nosotros los cristianos queremos cambiar - revolucionar - el mundo. Pero vosotros lo quereis hacer por la fuerza, y nosotros por el amor". Luego, le explicó el mandamiento nuevo del Señor, y le contó algunas de las muchas anecdotas que nos han llegado sobre el modo en el que los primeros cristianos vivieron este mandamiento y el efecto que produjo. La historia, por ejemplo, de San Juan en Efeso - ya anciano - que repetia una vez y otra a sus discipulos: "Hijitos mios, que os querais". Y cuando, por fin, uno le preguntó, "Pero, ¿por que nos repites siempre lo mismo?", su contestacion: "Porque es el mandamiento del Señor, y si esto solo se cumple, basta". O el comentario asombrado de los paganos ante la diferencia que apreciaron en los cristianos: "Mirad como se quieren!..." Jan habia escuchado atentamente; y cuando Frank terminó, se quedó un buen rato en silencio. Cuando por fin lo rompió, fue para decir con toda sencillez: "Mira: si vosotros realmente creeis eso, vosotros podeis cambiar el mundo".
Es el testimonio de un pagano moderno impresionado por el poder y la belleza del mandamiento de Cristo. Un testimonio que se nos presenta también como un reto: un reto muy claro: "Vamos a ver si vosotros los cristianos sois capaces de vivir de tal modo. Si lo sois, nosotros estamos perdiendo el tiempo. El mundo no será nuestro, será de Cristo".
En un mundo donde el odio parece estar ganando terreno rapidamente, la primera preocupación del cristiano ha de ser vivir y extender el amor. El amor salva y atrae hacia Cristo; es el incontestable testimonio del discipulo de Cristo.
Cuando los paganos ven que nos fiamos de los demas, que estamos dispuestos a ayudar y a servir, que no guardamos rencor, que sabemos perdonar, que no somos negativos ni murmuradores, que no calumniamos ni hablamos mal de nadie, ni católico ni acatólico, ni los de "arriba" ni los de "abajo", ni Papa ni obispo ni cura ni seglar... entonces, puede ser que digan: esta es gente distinta. Si no ven algo muy particular en el modo como los católicos se tratan entre sí y con los demas, ¿como nacerá la sospecha de que los católicos efectivammente pueden estar siguiendo a Alguien muy particular?
El amor y la unidad que deben caracterizarnos no han de eliminar las diferencias entre nosotros. Diferencias tiene que haber: no en lo esencial - si no, se desharia la unidad - pero sí en lo accidental. Damos testimonio del amor y de la unidad no por no tener diferencias - de opinión, de actuación, etc. - sino por como vivimos nuestras actitudes contrastantes: sin aire de agravio, sin quejas ni auto-compasión, ni tono de victima, sin poner en duda la buena fe de los demas, sin atacar a las personas, sin romper la comunión y la disciplina eclesial.
La Iglesia no es una sociedad de debate; no es una convención o un parlamento. Tampoco es una nación, ni de partido unico ni de partidos multiples. La Iglesia es una familia, y uno de los testimonios principales que puede ofrecer al mundo es el de como los que la componen, a pesar de las diferencias accidentales, experimentan la alegria de vivir como hermanos.
La precupación por los pobres es sin duda una area especial en la que los cristianos pueden demostrar el espiritu de Cristo. Que el mundo queda removido cuando ve una auténtica preocupación cristiana por los pobres se pone de manifiesto en la reacción de la opinión publica ante la Madre Teresa de Calcuta o ante Juan Pablo II. En cambio, es mucho mas discutible que la labor de los llamados cristianos marxistas dé testimonio de Cristo. No hay que dudar de la preocupación de los teologos marxistas por los pobres, sino de la posibilidad de que una teologia de corte marxista pueda lograr la verdadera liberación de los pobres. Los Papas y el Magisterio han respondido negativamente, a la vez que han señalado auténticos caminos cristianos de liberación de la injusticia social y economica y, de modo mas importante, del pecado. En todo caso, de quien dan indudable testimonio ciertos teologos de la liberación es de Marx; si dan o no testimonio de Cristo es mucho mas opinable.
Nuestro amor hacia los pobres no debe olvidar que todos los hombres son pobres. La opción preferencial de Cristo es por los pecadores, esto es, por todos nosotros. Cuando nadie queda excluido de nuestro amor, entonces podemos dar testimonio de Cristo.
Alegría
Unos cristianos pesimistas y descontentos nunca evangelizarán el mundo. ¿Quien puede sentirse atraido hacia una Iglesia triste?
En los discipulos de Cristo, el no-cristiano ha de poder encontrar a Cristo: Cristo Siervo y Crucificado, que sirve y sufre con alegria. Si la imagen que los cristianos ofrecen al mundo no es la del servicio alegre, sino la de la protesta, la del enojo y la de la auto-compasión, no habrá evangelización.
La alegria cristiana tiene una buena base. Como sugiere Chesterton, es alegria no porque el mundo nos pueda colmar todas nuestras aspiraciones, sino al reves. No estamos donde hemos de permanecer: estamos de camino. Habiamos perdido la senda y Alguien ha venido a buscarnos y nos lleva de vuelta al hogar paterno. Es alegria no porque todo lo que nos sucede esté bien - no es asi - sino porque Alguien sabe aprovecharlo para nuestro bien. La alegria cristiana es consecuencia de saber enfrentarse con el unico hecho auténticamente triste de la vida, que es el pecado; y de saber contrarrestarlo con un hecho gozoso aun mas real y mas fuerte que el pecado: el amor y la misericordia de Dios.
Hay quienes acusan el cristianismo de haber perjudicado a la humanidad al introducir el sentido de pecado en un mundo que, hasta entonces, vivia tranquilo. La acusación es falsa. El mundo pagano de hace 2000 años era profundamente infeliz. Quien conoce la literatura clasica de aquel periodo sabe que ese mundo pagano era acosado por la conciencia de la culpa y del pecado. El cristianismo no trajo el sentido del pecado sino la realidad del perdon. La enfermedad estaba presente y asolaba los corazones; Cristo trajo la curación.
Ni la pobreza ni el hambre ni la enfermedad destruyen realmente la felicidad humana. Existen muchos pobres y enfermos e incluso hambrientos que, a pesar de todo, son felices. Igualmente, hay muchos ricos y bien alimentados que son miserables. Lo que puede hacer infeliz al hombre no es lo que los demas - o la vida o la suerte - puedan hacerle; es lo que él mismo hace: su propia y libre elección del egoismo y del pecado.
Para recobrar la felicidad tiene que permitir que Dios le perdone. Lo unico que él, por su parte, tiene que hacer es pedir perdon.
"Arrepentios y creed en el Evangelio": así comenzó Jesus su predicación (Mc 1, 15). Hasta que el hombre moderno recupere la conciencia del pecado y se arrepienta, todas las "buenas nuevas" del mundo - el dinero, el poder y el placer que puedan llegarle - no le harán feliz, porque las raices de su infelicidad permanecen en su interior.
Sin el arrepentimiento, las buenas nuevas no serán realmente buenas; y, sin fe, las malas noticias - la enfermedad, el dolor y sobre todo la inevitabilidad de la muerte - seguirán siendo malas siempre.
¿Reflejan los católicos de hoy la imagen de personas que gozan en el arrepentimiento? No lo sé; me temo que la imagen proyectada por algunos es la de quienes anhelaran ver eliminado el veto del pecado de tal modo que los cristianos pudiesemos ser tan paganos como los demas.
La Iglesia, dicen, tiene que mantenerse a la altura de los tiempos, y no le queda mas remedio - para conservar un poco de credibilidad - que la decisión de declarar que la contracepción no es pecado; que tampoco lo es la relación sexual fuera del matrimonio, ni el aborto, ni el divorcio...
Pero, ¿es éste el camino del Evangelio: el de la fe, de la alegria, de la evangelizacion?
Mirad ahora nuestra Iglesia, renovada - continuaria el mensajero de un nuevo católicismo liberal - : si te haces católico, puedes seguir tal como eres... "Pero - se podria contestar - yo habia imaginado que una Iglesia me tendria que enseñar cómo no continuar tal como soy. ¿O no ha de entenderse asi la redencion?"
¿Por qué un pagano contemporaneo habria de sentirse atraido hacia la Iglesia porque se le dice: ahora en la Iglesia católica tendrás la libertad de seguir cualquier impulso sexual sin reparos de conciencia y sin que nadie te diga que lo que haces está mal? ¿Es ésta la noticia llena de alegria que le ha de atraer? ¿No reaccionará mas bien con desinteres? También es posible que responda despechado: "Ya poseo esa libertad... aunque tengo también reparos sobre no pocos aspectos, que mi propia conciencia - cuando la escucho - me dice que no van. Lo que necesito es alguien, de quien me puedo fiar, que me explique porqué están mal, y sobre todo que me ayude a remediar esa falta de paz interior, que me convenza de que, aunque sea pecado, se puede perdonar: si yo me arrepiento. Necesito alguien que me ayude a arrepentirme. No necesito que se me digan que no soy pecador. Necesito que se me perdonen los pecados".
Lo que precisa saber el mundo actual no es que el pecado ya no existe para los cristianos, sino que existe el perdon de los pecados, para todos los hombres.
Bastaria variar un poco la perspectiva para preguntar: ¿por qué se va a sentir atraida la gente a la Iglesia si los cristianos afirman, con los marxistas, que hay que cambiar las estructuras? Es posible que éstas deben cambiar; pero no pretendamos constituir esto en verdad salvadora. El mensaje no es que "la sociedad" se salvará si cambiamos las estructuras, sino que yo me salvaré si me cambio a mí mismo. Me trae un mensaje de salvación quien me dice que puedo cambiar, aun cuando yo creo que, solo, no me es posible; quien me demuestra que no estoy "solo" - que Cristo, que es Dios, está conmigo, con su misericordia y su fuerza divinas - ; quien me lleve a las fuentes de esa misericordia y fuerza.
Es solo en la superficie de su ser que el hombre quiere oir, "vas bien". En lo mas profundo, en la sinceridad del corazon, sabe que la verdad muchas veces es que no va bien. Los cristianos necesitan tener la percepción psicologico elemental para darse cuenta de que es asi; necesitan desarrollar también la capacidad de llegar a los corazones para remover la sinceridad interior de las personas y ayudarles a que se conozcan de verdad. Luego, estarán en condiciones para comunicar el mensaje cristiano en toda su plenitud: "No vamos bien. Pero hay Alguien que nos ama a pesar de todo esto, y nos perdona, limpia y fortalece... Vamos a acercarnos a El". Será sobre todo mediante la contagiosa alegria de sus propias vidas, renovadas por el perdon divino, como comunicarán el mensaje.
La alegria se encuentra en el arrepentimiento. Y en la fe: porque creemos que nos ha perdonado un Dios bueno, un Dios "increiblemente" bueno, tanto que es la Bondad misma. [La Iglesia no debe temer el perder credibilidad. Como Jesus, la Iglesia ha de proponer a los hombres el reto de la fe. "Creible" se refiere a aquello en lo que se puede creer. Dios, la Iglesia, los sacramentos, la ley moral cristiana... todo es creible si tenemos fe. Si no queremos tener fe, estas realidades permanecen "increibles"; sus riquezas infinitas se hacen inaccesibles para nosotros, y quedamos atrapados dentro de nuestras empobrecidas vidas].
La alegria de los cristianos es sobre todo consecuencia de haber hallado a Dios, Bondad infinita, que nos llama a Sí. La fe y la esperanza son el fundamento de la alegria cristiana. Dios es bueno, me ama, me limpia y me llama a participar de su infinita felicidad.
Nivel de vida
El anhelo de un nivel de vida mas alto: ahi tenemos otro signo de los tiempos. Si es lo que le interesa al hombre, los cristianos pueden decirle que se le ofrece el Nivel de Vida de Dios mismo. Esta es la Vida en la que ya son participes los cristianos y que esperan poseer en plenitud y para siempre en el Cielo. La alegria que proviene de esta fe y de esta esperanza está a prueba de todas las vicisitudes. A diferencia de otras alegrias, ningún hombre y nada terreno nos la puede arrebatar (cf. Jo 16, 22).
Cristo, ademas de redimirnos del pecado, venció la muerte, esa otra realidad que mina todas las alegrias paganas. No hay filosofia ni ideologia que pueda procurar una auténtica felicidad al hombre si no es capaz de solventar esa aparente capacidad destructora de la alegria que tiene la muerte. Ahi reside el poder del mensaje cristiano. Cristo ha vencido la muerte; si le seguimos, no hemos de temerla: pasaremos a traves de la muerte para llegar a la vida eterna.
Los cristianos, como Jesucristo, han de orientar y enseñar al mundo con autoridad (cf. Mat 7, 29). La certeza en cuanto a la verdad de Cristo confiere autoridad a la labor de evangelización, mientras que las dudas la desautorizan. La unidad vivida por los cristianos confiere autoridad al mensaje cristiano, de manera paralela a como el disenso y la desunión lo desautorizan. La alegria de los cristianos confiere autoridad al mensaje mientras las quejas y las murmuraciones lo desautorizan.
Mas certeza, mas unidad, mas alegria: esa es la formula para la evangelización. Una formula no para las estructuras sino para las personas. Lo que el hombre moderno necesita para ser atraido hacia Cristo no es una Iglesia re-estructurada o rehecha - nunca se encuentra con "la Iglesia" - , sino unos cristianos renovados y rehechos: se encuentra con los cristianos todos los dias, aunque muchas veces no se da cuenta de ello. Somos nosotros los que nos hemos de renovar, entonces atraeremos los hombres a Cristo.
El auto-conocimiento - el hacerse cargo de las propias debilidades - lleva al arrepentimiento y a la "alegria de la salvacion" (cf. Sal. 51, 12). Solo cuando descubrimos el caracter intensamente personal de la Buena Nueva, estamos en condiciones de propagarla.
Basta, por tanto, de tanto hablar de estructuras y de tanto afan de señalar debilidades de la Iglesia. Son las debilidades mias las que tengo que cambiar, apoyandome - para hacerlo - en la fuerza de la Iglesia. Si reaccionamos personalmente asi, podremos ayudar al hombre pagano contemporaneo para que, al sondear su propia alma, se enfrente con sus debilidades y vea que encuentran su remedio precisamente en la fuerza divina de la Iglesia.
El Evangelio no es un manifiesto social, y menos aun un programa empresarial. Es la Buena Nueva de la salvación y del destino personal de cada hombre. La Iglesia ha recibido el encargo de llevar este mensaje a todos los hombres. Por lo tanto, la barca de la Iglesia - cualesquiera que sean los mares o los tiempos en los que navegue - siempre está empeñada en una misión de rescate. El sindrome de la "lucha por el poder" amenaza con obsesionar a la tripulación de la barca con cuestiones totalmente secundarias - "?quién debe controlar la barca?" o "qué rumbo debemos tomar?" - impidiendoles ver que el mar que les rodea está lleno de personas a punto de morir ahogadas.
La primitiva Iglesia también sobrevivió a escisiones y rivalidades que minaban la comunión eclesial y estaban a punto de paralizar la tarea de evangelización. Las cartas de San Pablo a los Corintios testimonian su preocupación por que las tendencias "intelectualoides" de estos cristianos aun inmaduros no les separasen del Cuerpo de Cristo y les impidiesen llegar a encarnar el mensaje cristiano y propagarlo.
San Pablo no vacila al defender ante ellos su propia autoridad apostolica. Lo que le mueve no es el afan de poder ni el ansia de privilegios personales, sino tan solo el sentido de su responsabilidad por la constitución divinamente dada de la Iglesia. Les habla en el "lenguaje de la Cruz", y les recuerda que, si la Cruz puede parecer ilogica e incluso una locura a la visión humana, de hecho representa el poder y la sabidura de Dios (I Cor 1, 18-25). Con cariño hondo y fuertes reprimendas les urge a vencer sus disensiones, sus exclusivismos, sus tendencias a conformarse con los modos de vivir paganos...
Su corazon de apostol, ante sus pequeñeces y egoismos, parece llenarse no menos de impaciencia que de preocupación. Con ellos no se siente contento como lo habia estado con tantas de las demas comunidades cristianas fundadas por él. Si les urge a vivir "perfectamente unidos en un mismo pensar y en un mismo sentir" (I Cor 1, 10) es, sin duda, porque comprende que de este modo el mensaje evangelico será propagado por ellos con la misma fuerza con la que lo propagaron, por ejemplo, los cristianos de Tesalonica (cf. I Tes 1, 7-8) o de Filipos (Fil 1, 4).
Si Pablo estuviera presente con nosotros hoy, pienso que no pondria menos energia en urgirnos a vivir la unidad en la fe y la entereza en la moralidad cristiana. Nos recordaria que Cristo no nos dijo que gastasemos nuestras energias en discusiones acerca de nuevas estructuras eclesiasticas u originales modos de enfocar el gobierno de la Iglesia; mandó que fueramos al mundo para evangelizarlo. Pablo nos recordaria igualmente que no comienza la verdadera evangelización hasta que se abandone la preocupación por el lugar que cada uno ha de ocupar en la Iglesia, y se hace plena la decisión de servir, en el mundo - cada uno en el modo que le es propio - , con total aceptación de la autoridad de Cristo, de su yugo y su Cruz, para que las vidas de los cristianos, a pesar de las flaquezas personales, reflejen el espiritu de Cristo y comuniquen su mensaje de salvación.