Los "derechos de la conciencia" es uno de los principales estandartes bajo los cuales se hace actualmente la guerra contra la ley. Muchisima gente, cristianos incluidos, consideran que la ley y la conciencia se enfrentan en inevitable conflicto. Ademas, si se les pregunta a cual de las dos hay que conceder preferencia, suelen contestar, como por instinto, que la conciencia, sin quizas reflexionar que, tal como ocurre con la ley y la libertad, podemos precipitarnos a ver oposición entre realidades cuya naturaleza es estar en estrecha armonia.
En cualquier caso, el tema plantea algunas cuestiones inquietantes. ¿No representan muchas leyes una imposición para la conciencia? La administración de la ley, ¿no viola frecuentemente los derechos de la conciencia personal? ¿Estamos obligados a obedecer la ley, o tenemos libertad para seguir la conciencia?, etc.
Tomando como base algunas de las ideas expresadas en el capitulo anterior, trataremos de arrojar alguna luz sobre este tema.
"La conciencia deja al hombre libre".
"La ley ata; la conciencia deja libre al hombre" es una variación de una idea que consideramos en el capitulo precedente. La frase muestra un profundo desconocimiento de la naturaleza de la conciencia, asi como de su relación con la ley. En efecto, la conciencia también ata, como lo hace la ley. Ata incluso de manera mas intima, porque sus ataduras proceden desde el interior del hombre. La conciencia no deja libre al hombre en el sentido de que le permite hacer "lo que quiera". La conciencia se pronuncia: "haz esto; no hagas aquello, tanto si te gusta como si no". La conciencia no "dialoga" con el hombre; la conciencia dicta. El primerisimo derecho de la conciencia, a fin de cuentas, es el derecho a ser obedecida. El hombre que escucha su conciencia no es libre para hacer "lo que quiera". Está obligado - con obligación moral - a hacer lo que la conciencia le señaale. Puede hacer caso omiso de este mandato moral y desobedecer a su conciencia, pero solamente a costa de violar los mismos derechos de la conciencia, y a costa también de abusar de su libertad, y de degradar la dignidad que le es propia como hombre.
La conciencia obliga, lo mismo que la ley, porque la conciencia es, principalmente, un reflejo de la ley. "En lo mas profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que el no se dicta a si mismo, pero a la cual debe obedecer y, cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oidos de su corazon, advirtiendole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazon, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente" (GS 16).
La misma conciencia, por tanto, es una ley, una ley interior. No es, sin embargo, a se. No ha sido creada por el hombre, y no está subordinada al hombre. Es un eco de la ley de Dios, un eco que, segun el caso, interpreta la ley de Dios clara y fielmente...; u oscuramente...; o incluso de modo radicalmente deformado... Pero en todo caso sigue siendo el eco de una ley que ella no ha creado, el eco de una ley superior.
Si la conciencia es una ley interior, ¿no puede suceder que alguna vez se halle en conflicto con una ley externa: una ley de la Iglesia o del Estado? Puede efectivamente suceder; pero seria muy extraño que esto sucediese con frecuencia. A fin de cuentas, tanto la ley como la conciencia deben servir de guias para las acciones humanas, para el recto actuar humano. Son señales indicadoras, puestas en las encrucijadas de las decisiones humanas; y, en cuanto tales, deberian apuntar en la misma dirección. Si no lo hacen, es que algo marcha mal.
Si tanto la ley como la conciencia son rectas, la una reafirma la otra. Una ley justa ilumina una conciencia sana; una sana conciencia aprueba y acoge una buena ley, urgiendo a su cumplimiento.
Ahora bien, puede producirse oposición entre ley y conciencia. Si esto ocurre, es señal de un defecto grave en una de las dos partes: o bien la ley es mala, o la conciencia está deformada.
Reglas sobre la conciencia
En la paginas anteriores hemos dicho suficiente sobre lo que da valor a las leyes. Si nos preguntamos ahora qué principios pueden establecerse para evalorar la conciencia, veremos que son principalemente dos.
1) HAY QUE SEGUIR LA CONCIENCIA. Si mi conciencia emite un juicio cierto por el que ordena o prohibe una determinada acción, entonces - segun enseña la Iglesia - yo tengo que obedecer a mi conciencia. Si analizamos este principio, veremos que, para que sea obligatorio seguir los dictados de la conciencia, debe cumplirse un doble requisito:
a) hay que seguir la conciencia cuando su juicio es cierto. Si la conciencia es dudosa, no hay obligación de seguirla; al contrario, normalmente no es licito actuar con una conciencia dudosa;
b) hay que seguir la conciencia cuando manda o prohibe: Si la conciencia simplemente "permite", entonces podemos seguirla, pero no existe ninguna obligación de hacerlo.
Si mi conciencia me dice, con absoluta certeza, que una ley es mala y que no se la puede obedecer - por ejemplo, una ley que impone la discriminación racial, o que permite el aborto - la situación es clara: desobedezco; estoy moralmente obligado a desobedecer.
Esto puede acontecer con las leyes del Estado. Por desgracia no resulta nada dificil imaginar leyes estatales que sean moralmente malas, porque impliquen una clara violación de los derechos humanos. Y como tales leyes violan la justicia, de hecho no son leyes en sentido propio. Un ciudadano puede verse fisicamente obligado a someterse a ellas; pero no vinculan ni pueden vincular su conciencia.
¿Puede ocurrir algo semejante con las leyes eclesiasticas? ¿Puede encontrarse la conciencia en conflicto con las leyes de la Iglesia hasta tal punto que se sienta obligada a desobedecerlas? Es preciso distinguir ahora entre leyes meramente disciplinares - ayuno cuaresmal, misa dominical, etc. - por un parte, y, por otra, leyes que la Iglesia presenta como integrantes de la fe y la moral católicas: el primado del Papa, la indisolubilidad del matrimonio, etc.
Consideremos en primer lugar las leyes relativas a la disciplina meramente eclesiastica. ¿Pueden ser "malas" estas leyes?
Antes de responder, no es ocioso señalar que a veces usamos el término "malo" de un modo impreciso. Es obvio, por ejemplo, que una ley de la Iglesia puede ser impopular, y ademas suele ser bastante fácil constatar cuando ocurre esto. Las leyes del ayuno, por ejemplo, no suelen ser muy populares. Pero, ¿hemos de decir por ello que son malas? También es verdad que una ley eclesiastica puede ser imprudente o inoportuna; sin duda sucede a veces, aun cuando no todo el mundo tendrá la necesaria prudencia para saber - con seguridad - cuando lo es de hecho. Pero, aun en la hipotesis de que yo opinara que una determinada ley eclesiastica no es prudente, ¿se sigue de ahi que la ley es mala, y que es mala hasta tal punto que yo en conciencia tengo el derecho a despreciarla o a desobedecerla?...
De todas formas, aun descontadas tales imprecisiones, la cuestión que hemos propuesto sigue en pie: ¿puede una ley meramente disciplinar ser mala? La contestación, por supuesto, es que sí. En otras palabras, una ley meramente eclesiastica podria ser mala en sentido estricto, esto es, en el sentido de que obedecerla seria pecado y desobedecerla viene a ser una obligación en conciencia. Pero, francamente, de las muchas leyes eclesiasticas que he llegado a conocer en todos estos años, no recuerdo una sola mala en ese estricto sentido. Podria imaginarlo, desde luego: por ejemplo, un obispo que se vuelve loco y decreta que todos los fieles de su diocesis deben firmar una declaración reconociendole como Dios... Pero, ¿fuera de tales imaginaciones?...
Con todo, hay quienes mantienen que las leyes meramente disciplinares no obligan en conciencia, y por lo tanto las desatienden. Ademas, las leyes que desatienden no existen solo en la extravagancia de alguna imaginación, sino que son actuales leyes disciplinares de ambito universal: leyes relativas al culto, a la administración de los sacramentos, al celibato sacerdotal...
Si se les pide justificación por el hecho de hacer caso omiso de estas leyes, suelen alegar que se trata "solo" de leyes disciplinares; y que esas leyes pueden cambiar; y, por tanto, estas leyes no obligan. Su logica ha tropezado en el ultimo paso del razonamiento: estas leyes sí obligan.
Las leyes que se refieren a la disciplina eclesiastica - tales como por ejemplo la ley del celibato sacerdotal o la del ayuno o la del precepto dominical - son, sin duda, reformables en el sentido de que pueden ser modificadas o incluso abolidas. Pero, reformables o no, populares o no, oportunas o no, en tanto en cuanto están vigentes, obligan a todos los cristianos y les obligan en conciencia.
Las leyes de una sociedad obligan a sus miembros, a menos que se vea que alguna ley, en un caso concreto, es claramente contraria a la justicia. San Pablo, hablando de la sumisión a las autoridades que ocupan el poder, afirma que debemos obedecer sus leyes, "no solamente por temor al castigo, sino mas bien por seguir la conciencia" (Rom. 13, 5). San Pablo se está refiriendo a las leyes civiles; las eclesiasticas merecen por lo menos la misma obediencia concienzuda. Todas las verdaderas leyes, tanto las civiles como las eclesiasticas, obligan en conciencia; la virtud de la justicia - por la que damos lo debido a Dios y a los demas - hace una llamada a nuestra conciencia a que las obedezcamos. Y, como veremos en seguida, las leyes de la Iglesia se apoyan no solo en la justicia sino en algo que es incluso mas seguro.
Grados de dificultad en la conciencia
Pero, ¿no puede un católico sentir "en conciencia" que una determinada ley, dentro de la disciplina eclesiastica, deba ser cambiada? Sí, puede sentirlo en conciencia (si bien el motor de la conciencia no debe ser el sentimiento sino la razon). Puede abogar por ello (siempre que evite el escandalo). Lo que no puede hacer - en conciencia - es desobedecerla; y si desobedece, peca.
Hay quienes se "eximen" a si mismos de la obediencia a una ley de la Iglesia porque opinan que esta ley "no tiene sentido" para ellos, o les parece "una nimiedad" o "anticuada" o "restrictiva". Pero estas apreciaciones personales no anulan en modo alguno la obligatoriedad de la ley. De otra manera, todo el mundo podria eximirse de la ley que fuera por la sencilla razon de que no le cae bien.
No es suficiente que una persona alegue que, en conciencia, no ve porqué esta o la otra ley ha de obligarle. La desobediencia a una ley no queda justificada por el hecho de que uno "no ve" la razon o la justicia o la oportunidad de esa ley. La desobediencia está justificada unicamente si se está cierto de la injusticia de la ley: cierto, en otras palabras, de que obedecerla estaria mal, en el preciso sentido de que seria pecaminoso.
Volviendo sobre los principios señalados en las paginas precedentes, observamos que las razones que estas personas pueden alegar para desobedecer no son tanto que su conciencia les prohiba la obediencia o les mande desobedecer, como que simplemente les "permite" no obedecer. Pero, como hemos visto, nadie tiene el deber de seguir una conciencia que sencillamente "permite" algo. A esto hemos de añadir que nadie tiene el derecho de seguirla si esto le lleva a violar otras obligaciones serias ya existentes, incluida la de no originar escandalo.
Solamente una conciencia imperativa - "estás obligado a desobedecer" - justifica la desobediencia. Una conciencia permisiva no justifica desobedecer, y mucho menos si la desobediencia puede de alguna manera dañar el bien comun o los derechos de los demas (cfr. I Cor 10, 24 & 28).
Cuando una persona desobedece una ley del estado - por ejemplo, acerca del aborto o la esterilización - su conciencia le dice que debe desobedecer, y que obedecer constituiria un pecado serio, una grave ofensa a Dios.
No resulta fácil imaginar una situación ni remotamente semejante en el caso de la desobediencia a una ley de la Iglesia: imaginar, por ejemplo, el caso de un sacerdote cuya conciencia le dictase que está bajo una obligación de desobedecer la ley eclesiastica relativa al celibato, que Dios estaria gavemente ofendido si la obediciera.
Merece la pena insistir sobre este punto: no es suficiente que una persona diga: "Yo no veo, en conciencia, que una determinada ley de la Iglesia sea aplicable a mi caso". El hecho de que no la "vea" no constituye un nivel suficiente de dificultad de conciencia para justificar la desobediencia. Nada, excepto lo que uno ve como una obligación ante Dios de desobedecer, puede justificar la desobediencia a la ley (cfr. Hech. 5, 29).
Consideremos ahora otra categoria de leyes, las que se refieren a puntos fundamentales de la doctrina de la Iglesia en materia de fe o de moral. De nuevo planteamos la cuestion: ¿puede la conciencia de un católico decirle que tales leyes son malas, y por consiguiente han de ser rechazadas o desobedecidas? No; rotundamente no, al menos si su conciencia de católico le dice -como deberia decirle - que Cristo está detras de esas leyes o de esa doctrina. Pensar que la ley de la Iglesia está equivocada, en tales materias, es pensar que Cristo está equivocado; es concluir que no ha sabido cumplir sus promesas a la Iglesia: "cuanto atareis en la tierra sera atado en el cielo" (Mt. 18, 18); "Quien a vosotros oye, a Mi me oye" (Luc. 10, 16).
Puede ocurrir, en algun caso concreto, que cueste a mi conciencia comprender y aceptar la logica o las razones humanas que apoyan esa ley. Pero mi mente - si la tengo católica - me dice que Cristo está detras de la ley. Y si Cristo la apoya - deberia concluir - entonces la ley ha de ser buena, y de corresponder a la Voluntad de Cristo quien por tanto quiere quo yo la obedezca. Ahora bien, a estas alturas, me veo llevado a otra conclusion: si la ley es buena y si es bueno también que yo la acepte, entonces mi conciencia, que aboga contra le ley o contra su aceptación, debe de estar equivocada...
?Es la conciencia infalible?
"¡Mi conciencia está equivocada!" Para no pocas personas hoy en dia esta parece ser la unica posibilidad no admisible, con lo que resulta evidente que estan dispuestos a atribuir a su propia conciencia el preciso caracter de infalibilidad que niegan al Magisterio de la Iglesia...
Efectivamente, si la conciencia no pudiera equivocarse, no habria nunca ni necesidad ni razon para que cualquiera de nosotros saliese de su propio interior en busca de orientación moral. La Revelación divina, la Escritura, la Tradición, la Iglesia... todas carecerian de función. La conciencia personal de cada uno decidiria infaliblemente acerca de las todas las cuestiones.
Pero no es asi. Mi conciencia no es infalible; puede equivocarse en sus juicios. Puede, por tanto, convertirse en mal guia, apartandome de la verdad en lugar de dirigirme a ella.
La conciencia puede equivocarse. Por esta razon, a la primera regla fundamental que hemos dado en torno a la conciencia - que hay que seguirla - se debe añadir otra.
2) HAY QUE FORMAR LA CONCIENCIA. La conciencia puede errar en los juicios que me proporciona acerca de la verdad moral. Por consiguiente necesita adecuarse a una ley mas alta, ajustarse a una regla de verdad mas precisa.
Aqui puede ser util un sencillo ejemplo: el de un reloj. Yo confio en mi reloj, lo "sigo" a fin de ser puntual. Pero no considero que mi reloj sea infalible; puede marcar una hora equivocada. Por lo tanto, lo ajusto de acuerdo con algun cronometro que me proporcione una medida mas precisa del tiempo...
¿Existe una medida o norma mas precisa de verdad - alguna ley moral superior - segun la cual el hombre puede ajustar su conciencia? Para el no-cristiano parece que no, a menos que conozca y acepte la Ley Natural. Para el cristiano, Cristo es la norma y la medida: "Yo soy la Verdad" (Jo. 14, 8).
También los protestantes lo entienden asi; pero ellos mantienen que la Verdad de Cristo puede ser conocida solamente por la Biblia. Y al aplicar el principio del "libre examen", someten la Verdad de Cristo a su propia conciencia personal. Contemplan la Verdad de Cristo; pero, por encima de esa Verdad, miran a su propia conciencia, como norma superior. Hay algo de esplendido, pero también de maleado, en la idea de la "supremacia de la conciencia". En tantos casos, quien cree en la supremacia de su propia conciencia es como quien cree en la infalibilidad de su propio reloj...
Los católicos entendemos que Cristo nos habla en la Biblia; y en la Tradicion; y en el Magisterio de la Iglesia... Estas tres fuentes forman precisamente la una y sola Voz de Cristo - voz viva y armoniosa - a través de la cual El nos comunica su Verdad (cfr. DV 10). La misma Voz de Cristo nos comunica su Voluntad, hablandonos no solamente a través de los Mandamientos de la Escritura, sino también a través de las leyes y la disciplina de su Iglesia. Tanto la Verdad como la Voluntad de Cristo van dirigidas a nosotros, y esperan nuestra libre respuesta.
Reverenciamos la Verdad de Cristo como la ultima y mas alta guia: aquella Verdad de Cristo - objetiva y audible - como es enseñada en la Biblia y ha sido creida por la Iglesia a través de los siglos. Y reverenciamos la Voluntad de Cristo como fuente de todo bien: aquella Voluntad que nos llega en y a través de la ley del Evangelio y de las leyes dadas por quienes, en su nombre, gobiernan la Iglesia [1].
--------------------
La conciencia, pues, es nuestro guia, pero subordinada a la ley. Por eso es por lo que los textos de moral nos dicen que la conciencia es la regla proxima, pero no la ultima, de lo bueno y lo malo. No es el unico guia que poseemos, y mucho menos el mas sabio. Tampoco es la Corte Suprema de Apelación para juzgar nuestras acciones. No está por encima de la Ley Natural; no es superior a la Revelación ni a la Ley de Dios.
Esta es la razon, en definitiva, por la que no podemos afirmar que la conciencia se situa por encima de la ley. No está por encima de ninguna ley que merezca el nombre de ley. Solo puede estar encima de una ley falsa o injusta que, porque es asi, no es ley. Si nos negamos a obedecer a una tal "ley" es precisamente porque nos sentimos obligados a seguir una ley superior. Y es esta ley superior la que no solamente autoriza a nuestra conciencia a desobedecer sino que se lo manda.
Llegamos de este modo a formular una clara conclusion: la ley, la verdadera ley, siempre está por encima de la conciencia.
NOTAS
[1] Está claro que los motivos de obediencia con respecto a las dos categorias de leyes - las fundamentales relativas a la fe y la moral, por una parte, y las meramente disciplinares, por otra - no son identicos. En el caso de una ley fundamentada en el dogma o la moral, el motivo de nuestra aceptación es el respeto por la Verdad de Cristo, ya que en estas materias, El ha asegurado que su Iglesia no errará, que enseñará con divina Verdad. En el caso de leyes meramente disciplinares, el motivo de nuestra obediencia no es la Verdad de Cristo, sino su Autoridad; obedecemos esas leyes porque vemos la Voluntad de Cristo tras ellas. De hecho, las dos categorias de leyes estan plenamente sancionadas por aquellos textos de la Escritura ya citados: Mt. 18, 18; Luc. 10, 16.