11. AUTORIDAD, PODER, SERVICIO

La Iglesia no es sola una comunidad espiritual sino que, también por ser sociedad, es una realidad juridica: está dotada de instituciones y leyes. Y es evidente que alli donde hay ley tiene que haber autoridad. En la Iglesia de Dios, esa autoridad tiene unos rasgos distintivos que, por su peculiaridad, merecen un poco de estudio.

¿Cual debe ser el espiritu con el que se ejerce la autoridad en la Iglesia? ¿Cual ha de ser el espiritu con el que se acata? ¿La autoridad eclesial implica privilegio o dominacion? Mas concretamente, ¿la autoridad en la Iglesia se asemeja al poder politico que existe en una sociedad puramente humana o tiene un caracter netamente distinto?

Ofrecer contestaciones imprecisas a estas preguntas sera fuente de confusión. Mas aun si se definiera la autoridad eclesial en términos de dominación politica. Esto reflejaria un concepto radicalmente erroneo no solo de la misma autoridad eclesial, sino también de la relación entre el clero y los laicos, de sus papeles respectivos, y hasta de la misión propia de la Iglesia en el mundo.

            Antes de dar respuesta a estas preguntas, no está de mas recordar que los hombres de nuestra epoca parecen desconfiar de cualquier tipo de autoridad. Son muchas las personas para quienes la autoridad es sinonimo de poder. Y - asi opinan - es una constante de la historia que el poder sea un medio de imposición y explotación. "Una lucha por el poder": asi resumirian la historia humana. Los hombres defienden su poder; se oponen al de los demas; quieren arrebatarlo, conquistarlo. Pocos hombres, concluyen,aparecen en la historia dispuestos a abandonar el poder o a emplearlo para otro fin que no sea el beneficio personal.

La piramide del poder

            "Autoridad es poder": también en la Iglesia, y de un modo bastante generalizado, existe esta opinión. Si se parte del principio que toda autoridad viene de Dios (cf. Rom 13,1; Jo 19,11), es fácil elaborar un esquema que muestra como la autoridad y el poder descienden de Dios a traves de las distintos grados de la jerarquia, hasta llegar al pueblo. Cabria representar este cuadro, superponiendo niveles que formarian un tipo de "piramide" del poder:

           

            Dios, logicamente, está en la cuspide de la piramide. Debajo de El, las autoridades visibles - las "estructuras de poder" - de la Iglesia: le jerarquia, el clero; y ellos - en el ultimo lugar, el laicado cristiano.

            Muchas personas no tendran dificultad en aceptar esta imagen como reflejo de su visión de la organización de la Iglesia. Dejando para mas tarde la cuestión de si es o no una representación adecuada, podemos desarrollar, siempre a la luz de la doctrina sobre el laicado ofrecida por el Concilio Vaticano II, unas consideraciones sugeridas por esta piramide del poder.

            Es de todos sabido que la promoción del laicado fue uno de los objetivos principales del Vaticano II. Quienes conciben el poder en la Iglesia tal como acabamos de dibujar, fácilmente veran - como cosa evidente - la dirección que debe seguir la promoción de los laicos. Significaria sencillamente elevarlos "hacia arriba", haciendoles ascender a las filas, o al menos a las funciones, del clero, de modo que queden de algun modo insertados dentro del nivel estructural de la jerarquia.

            Entre los que están de acuerdo con esta perspectiva, hay muchos - que podriamos denominar de moderados - para quienes un paso importante en esta promoción del laicado consistio en la creación postconciliar de los "ministerios laicales", que pueden conferirse no solamente a candidatos para el sacerdocio, sino también a personas que tienen el proposito de permanecer en el estado laical. Abogan por una ampliación del concepto de ministerio laical.

            Para quienes piensan segun estas categorias, el papel del laicado ha quedado notablemente realzado por el hecho de que es ya corriente no solo que los seglares actuen como lectores liturgicos o como ministros de la distribución de la Eucaristia, sino que también participen activamente en consejos pastorales o de asuntos economicos parroquiales o diocesanos. Y hacen notar que, segun el nuevo Codigo de Derecho Canonico, no hay obice para que un seglar pueda incluso ser canciller de una diocesis (canon 482; cf cc. 228, 230, 231, 492, 537, 910).

            Es evidente que el Concilio ha previsto una mayor participación por los seglares en determinadas funciones reservadas anteriormente al clero. En cambio, cabe dudar que el Concilio haya contemplado este proceso en términos de una participación en el "poder", o que, segun la mente del Concilio, esto deberia de ser el primer paso en un proceso de "repartición del poder".

            En ciertos ambientes eclesiasticos, sin embargo, la "repartición del poder" ha llegado a ser un tipo de slogan para describir una situación en la que se desea ver una condición basica de la renovación eclesial. Y se sigue apelando al Vaticano II para justificar el modo en el que la mentalidad del "poder participado" ha desarrollado su propia logica. Se trata de una evolución rapida; y, en algunos casos, extrema.

La politización del poder

            Algunos teoricos recientes han radicalizado le idea de la participación en el poder, interpretandola en clave politica.            Que los seglares puedan participar en ciertas funciones liturgicas antes reservadas al clero, apenas tiene interes para ellos. Que los seglares puedan tener parte en administración parroquial o de la diocesis, les parece una bagatela comparada con lo que realmente está en juego.

            Ya no se trata de solicitar, como derecho de los laicos, una participación en el poder. El poder mismo es lo que se reclama. Lo que está en juego es quien puede y debe ejercer el poder en la Iglesia. Segun ellos, hasta ahora, la relación entre la jerarquia y el laicado ha sido de explotadores-explotados. Por tanto, hay que despertar a los laicos para que se enfrenten a la jerarquia, o en la formulación mas extremada: para que derroquen a la jeraquia, y arranquen el poder de uss manos.

            Esta manera de pensar caracteriza a ciertas teologias de la liberación, que también podrian denominarse teologias "del poder" o "de la explotacion". Sostienen que el poder en la Iglesia ha sidodominionexlcusivo del clerodurante demasiado tiempor. La jerarquia, segun esta tesis, se aproprio injustamente del poder, y sigue sin devolverselo al laicado que, de esta manera, continua privado de su justa participación en las decisiones de gobierno de la Iglesia. Vistas las cosas bajo esta prisma, la promoción de laicado significa su ascensión al poder en la Iglesia, de modo que puedan los laicos - ¡por fin! - recobrar el poder que, en clara violación de la justicia, les fue arrebatado. Cuando esto suceda, los laicos ya no estaran sometidos a la dominación de la jerarquia. Entonces la Iglesia sera verdaderamente una Iglesia del Pueblo.

            Poco interesa señalar aqui la soteriologia deficiente de este tipo de teologia de la liberacion: como se le escapa que el mal fundamental para el hombre es el pecado, y que la liberación radical efectuada por Jesucristo y mediada por la Iglesia es la liberación del pecado. () Mas interesante, para nuestro proposito, es senalar la insuficiente fundamentación eclesiologica en la que se basa: concretamente su concepto del poder en la Iglesia y de las funciones que corresponden tanto a la jerarquia y al clero como a los seglares. Dejando para el capitulo siguiente la cuestión de los papeles eclesiales, vamos ahora a procurar aclarar la peculiar naturaleza del poder y de la autoridad en al Iglesia.

Autoridad: moral, no-politica, sagrada

            Naturalmente que existe la autoridad en la Iglesia; tiene que darse en toda sociedad. Pero esta autoridad dista mucho de cualquier tipo de poder politico. Nos ayudara a entenderlo la distinción entre "autoridad" y "poder". Aunque a veces se emplean como si fuesen sinonimos, un examen de su etimologia demuestra que de hecho apuntan a significados bien distintos.

            Autoridad procede del vocablo latino "auctor", o sea, autor o fuente de algo. Sugiere, sobre todo, la función creativa - directiva - que vela por la vida, los intereses y el desarrollo de un grupo o de una sociedad. Si el que está dotado de autoridad desempeña su oficio de modo debido, tiene el derecho a encontrar una respuesta positiva en los miembros de esa sociedad. La autoridad. La autoridad habla en términos morales, reclama una libre aceptación, solicita acatamiento. Como veremos mas tarde, la vida misma de una sociedad va en declive si la autoridad que la debe guiar no se ejrece eficazmente. Pero, a la vez, la eficacia de este ejercicio depende de la aceptación libre y voluntaria de esa autoridad por parte de los miembros de la sociedad.

            "Poder" deriva del "posse" latino. Significa la capacidad de hacer o efectuar acciones. Cuando se trata de poder sobre las personas, fácilmente sugiere el estar en condiciones para ejercer una coacción fisica frente a la que no hay posibilidad de ofrecer una eficaz resistencia. El poder, en cuanto tal, se define en términos fisicos y no morales. No pide una correspondencia libre: se hace aceptar, se impone.

            En la Iglesia pues, como en toda sociedad, hay autoridad. Se trata de una autoridad moral que guia, no de un poder politico que domina, y menos aun de una fuerza fisica que coacciona. Evidentemente, quienes han optado libremente por pertenecer a la sociedad eclesial, están moralmente obligados a obedecer a la autoridad que la rige.

            Toda autoridad viene desde arriba. Esto es asi de modosingular en la Iglesia, ya qiue, en ella, la autoridad viene directamente del mismo Jesucristo (Mt. 28, 18-19). El Señor, al fundar su Iglesia, quiso que fuese jerarquica. Confirio su propia autoridad a la primera jerarquia, a los Apostoles y - a traves de ellos - a sus sucesores, los Papas y los obispos (y, de un modo participado y mas limitado, a los demas clerigos).

            La autoridad jerarquica en la Iglesia demuestra ciertos rasgos que la distingue radicalemtne de la autoridad secular. La misma etimologia de la palabra "jerarquia" lo revela: procede de la combinación de dos términos griegos, "ieros" (sagrado) y "arkein" (gobernar). Jerarquia, por tanto, significa gobierno sagrado. La sacralidad es el primer rasgo distintivo de la autoridad o gobierno de la Iglesia. Por ser sagrado, se le debe otorgar ese especial respeto que compete a las realidades sacras, sin olvidar que su caracter santo depende, no de la sabiduria ni de la competencia ni de la santidad de quienes la ejercen sino, en definitiva, de que deriva de la voluntad salvifica de Cristo para con todos los hombres.

            Ahora bien, la misión que los gobernantes de la Iglesia han recibido del Señor tiene otro rasgo, que la Lumen Gentium aclara en su Capitulo Tercero (que lleva el expresivo titulo: "La Iglesia es Jerarquica"): "Este encargo que el Señor confio a los pastores de su pueblo es un verdadero servicio y en la Sagrada Escritura se llama muy significativamente "diaconia", o sea ministerio" (LG 24).

La piramide del servicio

            Por lo tanto, la autoridad eclesial no supone un privilegio, y menos aun una dominación. Supone, mas bien, misión y servicio. Es la autoridad de Cristo que no vino a ser servido sino s servir (Mt 20,28). Vino a servir - a salvar - a todos los hombres; vino para enseñarles y quiarles en el camino de la salvación. El sigue sirviendo, salvando y guiando el mundo a traves de su Iglesia: a traves de todos los que la componen, tanto seglares como clerigos; cada uno segun su modo especifico, habra de realizar la obra salvadora del Siervo Jesucristo.

            Quizas podemos ilustrar esto con otro esquema hecho sobre esta nueva premisa: Cristo es el siervo de todos; sirve a la Iglesia - clerigos y seglares - y, por medio de ella, sirve al mundo, en una misión de servicio que es salvadora. Sobre esta base construimos una piramide, no de "poder" sino de servicio:

 

            Jesucristo, para salvar el mundo, se hizo siervo (Fil 2,7). Sirve - para su salvación - a todos los hombres; pero lo hace en y a traves de su Iglesia. Presente en la Iglesia, sirve a los fieles todos , enseñando, orientando y santificando. A traves del sacerdocio ministerial sirve especialmente a los cristianos seglares para que ellos, en el cumplimiento de la misión que les es propia, lleven al mundo la acción santificadora de la Iglesia.

            Cristo, por tanto, obra a traves del clero para servir y vivificar a los laicos. A traves de los clerigos y de los laicos, actua para servir y salvar el mundo y elevarlo hacia Dios.

            Este es el modo correcto de entender la autoridad en la Iglesia: como un servicio El mismo Jesus lo enseño explicitamente a sus Apostoles: "Sabeis que los jefes de las naciones los tratan despoticamente y los grandes abusan con ellos de su autoridad. No ha de ser asi entre vosotros; antes quien quisiere entre vosotros venir a ser grande, sera vuestro servidor; y quien quisiere entre vosotros ser primero, sera vuestro esclavo: asi como el Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20, 25-28).

            Cuanto mas "arriba" se este en la jerarquia eclesiastica, mas obligación hay de servir. Una profunda conciencia de esta verdad se refleja en el titulo tradicional concedido al Romano Pontifice: Servus servorum Dei, el siervo de los siervos de Dios.

            La jerarquia sirve al pueblo cumpliendo el triple "munus" - oficio o misión - que Cristo confio en plenitud a los Apostoles y a sus sucesores: la misión sacerdotal, profetica y real, el ministerio de santificar, de enseñar y de gobernar (cf. LG 19ss).

            No resulta dificil descubrir la dimensión de servicio en el ministerio jerarquico de santificar, sobre todo en el desempeño de las funciones sacerdotales en el culto y en la administración de los sacramentos, maxime la de la Eucaristia y de la Penitencia.

            Que el ministerio de enseñar supone servir deberia también ser fácil de ver; aunque cabe añadir que esto dependera de la disposición de cada uno: su disponibilidad para tener un maestro, ¡para tener a Cristo por Maestro! El que no quiere tener ningún maestro, no lo vera.

            Indudablemente es con relación al oficio o ministerio de gobernar donde puede resultar mas dificil descubrir que la actividad de la jerarquia es servicio. Evidentemente vale aqui el mismo comentario: aquellos que desean ser gobernados y guiados (guiados, repetimos, por Cristo), lo veran con bastante facilidad. Quienes no quieren que nadie les guie ni gobierne, no lo veran tan fácilmente. De todas maneras, nos detendremos en algunos aspectos de esta cuestión.

            Concebir la autoridad de la jerarquia como servicio indudablemente le confiere un caracter mas atrayente. Pero - apresuremonos a añadir - no le quita autoridad. Es importante precisar esto, de entrada, para que nuestra "piramide de servicio" no de lugar a misinterpretaciones. En la piramide hemos colocado toda la jerarquia, el Papa incluido, entre los ministros. Aparecen "debajo" de los laicos y ha de ser asi, porque en cuanto ministros son siervos. Sin embargo, aunque colocados debajo de los laicos, gobiernan a los laicos. Con nuestra piramide no queremos dar a entender que los laicos tengan autoridad sobre los clerigos. Sencillamente pretendemos hacer resaltar que la legitima autoridad eclesial que los clerigos tienen sobre los laicos constituye una misión de servicio. Aunque esto puede parecer paradojico, a primera vista, no encierra ninguna conrtradicción. Se puede, en efecto, estar en una posición de servicio y, por tanto, "debajo de" alguien, y sin embargo estar en esa posición con la misión - la responsabilidad y la autoridad - de guiar y de gobernar. Asi, en la Ultima Cena, Jesucristo, a pesar de las protestas de Pedro, toma el papel de siervo y lava los pies de los Apostoles. Pero al explicarles la lección, recalca que les está sirviendo precisamente en cuanto Maestro: "¿Entendeis que es lo que que he hecho con vosotros? Vosotros me llamais Maestro y Señor, y decis bien, pues lo soy. Si, pues, os lave los pies yo, el Señor y el Maestro, también vosotros debeis lavaros los pies unos a otros" (Jo. 13, 13-14).

            La imitación de Cristo nunca es cosa fácil. Dada la soberbia humana, donde mas dificil puede resultar - para quienes están investidos de la sagrada autoridad de Cristo - es gobernar como lo hizo su Maestro y servirr como El lo hizo.

            "Servir gobernando" puede, a primera vista, parecer paradojico. Desde luego no se logra con facilidad. Sin embargo, las dificultades teoricas acerca de si se puede verdaderamente servir a base de gobernar se disuelven con un poco de reflexión. Veamoslo con algun ejemplo.

            Un guia de montaña es alguien a quien se paga para que haga un servicio. Su trabajo - su servicio - consiste en guiar, en señalar el camino. Esto es precisamente su papel; es lo que le toca hacer, y es lo que quienes le siguen esperan que haga. Si se negase a indicar el camino ("ahora vosotros podeis ir adonde querais"), habria abandonado su misión de servicio, no manteniendose a la altura de sus responsabilidades hacia quienes tienen el derecho a que se les señale el camino.

            La autoridad del guia es moral. Pero las personas (¡sus maestros!) que están "bajo" su autoridad cuentan con que ejerza esa autoridad moral para dirigir y gobernarlas: para moderar sus tendencias a salirse del camino, su pereza para superar crestas necesarias, sus discusiones si no acerca de quien debe ir primero (¿quien sino el guia?), entonces acerca de quien debe ir segundo, su indiferencia hacia peligros desconocidos, su ignorancia acerca de avalanchas o precipicios, su dejarse atraer por plantas o insectos vistosos pero venenosos...

            Cuentan con que el guia les oriente y dirija. Cuentan con que mande, reprenda, que incluso grite, si la situación lo exige. Para todo eso es su siervo: un siervo-guia, un "siervo-gobernante".

            Volviendo a nuestro tema, puede decirse que la jerarquia realmente sirve a los laicos orientadoles en el espiritu de Cristo y dentro de los términos y límites del mandato que El les ha confiado. La autoridad, como sugiere la piramide, procede de Cristo y va hacia arriba; marca una linea de ascensión. Es una autoridad que eleva, siempre a condición de ser obedecida.

Comunidad

            El concepto de servicio es clave para la compresnión de la autoridad cristiana, de la misma manera a que lo es para armonizar la autoridad con la obediencia. Se sirve, al ejercer la autoridad; Cristo sirvio ejerciendola. Y se sirve, al obedecer la autoridad; Cristo sirvio obedeciendola. Todos en la Iglesia tienen que obedecer a la autoridad de Cristo (el Papa mas que nadie). Y cada uno ha de ejercer esa autoridad, en su modo propio, llevandola, en su eficacia salvadora, al mundo.

            Estas ideas pueden complementar lo que intentamos demostrar en un capitulo anterior: que no hay conflicto, sino armonia, entre ley, autoridad, libertad, dignidad, responsabilidad personal y conciencia.

            Si el concepto de servicio da una clave de esta armonia, el concepto de comunidad da otra. Solamente en el contexto de una comunidad - una verdadera co munidad - desaparece la sus picacia hacia el poder, y crece sl repetohacia la autoridad. Solo en el contexto de una verdadera comunidad se llega facilmente a comprender las funciones propias de la autoridad, de una parte, y de la libertad y de la conciencia personal, de otra; y se las ve naturalmentee en un relación no de enemistad u oposición sino de armonia.

            Entiendo por comunidad un grupo de personas unidas para unos fines comunes, una asociación voluntaria que se basa en una coincidencia de voluntades. Las personas que la forman son conscientes de que no pueden alcanzar sus fines comunes si no es bajo la dirección y coordinación de una autoridad. Comprenden que la autoridad representa un servicio imprescindible hacia la comunidad; por tanto, donde faltase, habria que constituirla. Donde existe una verdadera comunidad, la sumisión a la autoridad no es consecuencia de una mentalidad servil o colectivizada. Es, mas bien, algo natural que se produce en la persona normal; ya que quiere pertenecer a esa comunidad concreta con sus fines concretos, acata libremente la autoridad comun. Solo se opondria a la autoridad en el caso en el que estuviese convencido de que ésta ya no está sirviendo el bien comun. Rechazarla tan solo porque contradice sus intereses personales demostraria una perdida del sentido comun; denotaria un espiritu individualista y egoista que - llevandole a poner lo que considera ser su propio bien personal por encima del bien comun - la apartaria de la comunidad.

            Individualismo y comunidad se oponen. Comunidad significa unión con otros; unión que necesariamente implica relación con un principio de autoridad comun. El individualismo, en cambio - cada uno empeñado en subordinarlo todo a su propio interes - ataca al mismo fundamento de toda comunidad.

            La vida ordinaria ofrece un sinfin de ejemplos de esta tendencia del espiritu comunitario a buscar la autoridad: desde clubs de todo tipo o sindicatos laborales o asociaciones profesionales hasta la organización espontanea de un partido de futbol que puede tener lugar entre un grupo de chicos que casualmente se encuentran. Lo primero que hacen es escoger capitanes y dividirse en equipos. Ademas de los capitanes, se escoge un arbitro, y quizas unos jueces de linea. Se eligen capitanes y arbitro porque los chicos saben que, sin alguien que mande, no habra un verdadero partido. Aceptan que el juego tenga reglas, que ha de ser jugado segun estas reglas, y que alguien - el arbitro - tiene que ser juez de su aplicación. Si llega un chico nuevo que quiere incorporarse al juego (que quiere participar en esa acción comunitaria), se le explican las reglas; y el tendra ganas de aprenderlas. Ademas, si algun jugador no está dispuesto a observar las reglas o rechaza la autoridad del arbitro, sera expulsado del campo. Es por acción propia que se separa - que se "excomulga" - de la comunidad. El juego es asi; y la vida también es asi: la vida social y la vida eclesial.

            En una verdadera comunidad - donde los que la forman están unidos por fines e ideales comunes - , la autoridad no es objeto de temor, sino de respeto y de acatamiento por parte de quienes están bajo ella. La conciencia individual, en una persona normalmente constituida, no siente propensión natural a desconfiar de la autoridad o a rebelarse contra ella; su disposición es mas bien la de aceptarla, de recurrir a ella, de apoyarla.  

            En la comunidad cristiana - en la comunidad establecida por Cristo - la armonia es todavia mas clara. La autoridad - que viene de Cristo - implica servicio; es una autoridad que está al servicio tanto del bien comun como de cada persona.

            La autoridad busca la libre correspondencia de la conciencia personal (es Cristo que nos invita - a cada uno - a seguirle); y la conciencia personal busca la orientación que proviene de una autoridad fidedigna (cada uno mira a Cristo, para que sea Cristo quien le guie).

            La autoridad en la comunidad cristiana deriva de Cristo. Es esto lo que lahace merecedora de nuestra confianza. Y es esto también loque la hace tan atrayente. Es Cristo quien me "sirve" de guia!

            Como hemos dicho, si la autoridad falta en una sociedad, se ausencia se nota, y se acaba por instituirla, con un mandato que normalmente viene mediado por el pueblo. Algunos opinan que asi deberia ser en la Iglesia: la autoridad que viene del pueblo. Parten de un presupuesto incorrecto: la autoridad no falta en la Iglesia; no tiene que venir del pueblo, visto que existe ya y procede de Alguien en quien el pueblo tiene mas confiaza que en nadie, mas que en si mismo. Sin embargo, concebir la autoridad como algo "que viene desde abajo" se puede - de algun modo - aplicar a la Iglesia, no en un sentido democratico como si la autoridad fuese conferida por el pueblo, sino en el sentido sugerido por la "piramide de servicio". La autoridad eclesial viene de Cristo, que está "debajo de" todos nosotros, y está ahi para sostenernos, elevarnos, gobernarnos y servirnos.

            La Iglesia es una comunidad voluntaria de personas libres. No es un campo de concentración ni un estado policiaco. No tiene fronteras fisicas, pero si límites morales. A nadie se le obliga a ser miembro de la comunidad fundada por Jesucristo; pero tampoco puede nadie imponer las condiciones segun las cuales quiere ser miembro; las condiciones las impone Cristo. De igual manera que nadie puede participar en un partido de futbol jugando de acuerdo con reglas personales y propias; tiene que jugar de acuerdo con las reglas ya dadas. Si insiste en llevar el balon en la mano, es expulsado del campo. Le quedara entonces la libertad de ir a jugar al rugby, o de inventar un nuevo juego suyo; pero no podra jugar al futbol.

            En la Iglesia no hay fronteras geograficas; no hay pasaportes ni visados. Hay libertad de movimiento, pero siempre dentro de un determinado area espiritual. Es la actitud de una persona - su modo de pensar - y no su movimiento fisico, lo que le puede hacer salir de la Iglesia.

Resistencia a la autoridad

            Si la autoridad, en la Iglesia, significa guiar y servir en el espiritu de Cristo, ¿por que se ve hoy tanta resistencia a la autoridad eclesial?

            Principalmente, pienso, por una falta de comprensión y de asimilación adecuadas del mensaje conciliar acerca de la autoridad y de la misión de regir-servir que compete a todo cristiano, y del reto que este mesnaje nos plantea.

            Para los pastores, el reto ofrece un doble aspecto:

            a) comprender que la autoridad ha de ejercerse con un espiritu de servicio - sirviendo a la verdad, a la justicia, a los demas - y que por tanto tienen que esforzare por evitar el "auto-serviucio": servirse tan solo a si mismos, a su interes o comodidad, a sus preferencias, a su soberbia, a la afirmación de si mismos.

            b) comprender que, al ejercer la autoridad, están sirviendo; en otras palabras, que su mision-servicio exige precisamente que ejerzan su autoridad (y por tanto no pueden ceder al miedo de ejercerla), en interes de la verdad, de la justicia, del bien comun.

            Algunos pastores, en la actualidad, parecen no comprender el primer aspecto. Para ellos, su autoridad parece comportar privilegio; y una autoridad que se entiende como privilegio puede facilmente convertirse en un poder que se emplea como dominación. Tales pastores no reflejan el modo en el que Cristo ejercio la autoridad. En su manera de actuar, resultan a veces arrogantes y dictatoriales, imponiendo sus puntos de vista, con acepción de personas, sin respecto hacia los derechos de cada uno y sin auténtica preocupación por el bien comun. Esto, cabe añadir, también puede ocurrir entre aquellso que se consideran progresivos, sobre todo cuando la base sobre la que quieren progresar son sus propias ideas.

            Otros pastores (y estos quizas se encuentran en mayor numero) dan la impresión de no haber comprendido el segundo aspecto: que su servicio consiste en dirigir; que, enfin, si no dirigen, no sirven. Servir, en el espiritu de Cristo, también significa señalar el camino, con autoridad, coomo Cristo lo hizo (Mt 7, 29), con compasión pastoral, pero sin reducir las exigencias que el seguimiento de Cristo impone.

            Vale la pena recordar las palabras de Jesus sobre los pastores que no tienen suficiente amor hacia su rebaño como para dirigir y defenderlo (Jo 10, 12ss); afirma que no son verdaderos pastores sino mercenarios - falsos pastores - cuya preocupación por el rebaño está subordinada a intereses ego-centricos (que no se reducen necsariamente a la preocupación por el dinero; podria ser igualmente la preocupación por una vida tranquila, por la popularidad, por tener "buena prensa" o una favorable imagen publica).

            El Vaticano II presenta también un reto inmenso al laicado cristiano: no solamente para que obedezca a la autoridad, siguiendo las legitimas orientaciones de sus pastores, sino también para que ejerza la autoridad. Tanto los pastores como los seglares tienen que servir, obedecer, regir: cada uno cumpliendo el papel propio y peculiar que le compete en la Iglesia y en el mundo. Ver detenidamente cual es este papel, sobre todo en el caso de los seglares, merece un capitulo aparte.