04. LIBERTAD

 I. ¿Libertad sin ley?

            Algunos albergan un ideal que se podria describir como el de una sociedad donde la libertad no tendria límites y no existiria ninguna ley. En los capitulos precedentes hemos tratado de mostrar que la idea de una sociedad sin ley es un absurdo: tal "sociedad" se desintegraria rapidamente.

            Esta idea, referida a lo social, es un reflejo de la idea que muchos de nuestros contempraneos tienen acerca del individuo. El hombre es libre, dicen; el hombre tiene el derecho de ser perfectamente libre, y este derecho no deberia estar sujeto a restricción o ley alguna. Tal concepto del hombre es también falso, como emerge de una serena consideración. En efecto, el hombre está llamado a la libertad, pero no al margen de la ley.

            Es derecho del hombre ser libre, y es un derecho natural. Con todo, como los derechos derivan de la naturaleza y dependen de ella, el hombre solo puede ejercer el derecho a la libertad en consonancia con su propia naturaleza humana. Si trata de afirmar el derecho a la libertad, en contra de su naturaleza, puede destruirse a si mismo. La libertad del hombre, por tanto, está condicionada por la ley, por la de su propia naturaleza. No es libre, por ejemplo, para situarse en la via de un tren y sobrevivir como hombre; su naturaleza no lo soporta.

            Si el hombre no conoce su propia naturaleza humana - si no sabe como es - y no la respeta, puede llegar a perder sus derechos humanos: el derecho basico a ser humano o el derecho, mas basico aun, a estar vivo. El hombre que piensa que deberia tener libertad para ingerir alcohol o tomar drogas sin límite alguno, se equivoca; y su error puede resultar mortal.

            Pero las leyes que se derivan de la naturaleza del hombre y que por ello condicionan su libertad no son tan solo fisicas o externas, ni son meramente corpóreas. Son también - y de modo mas importante - internas y espirituales. Es esta area interior de la libertad la que debemos analizar con particular atención.

            Hemos visto que la libertad social reposa en la ley, en el reconocimiento y la protección juridicas de los derechos humanos, y en la presencia efectiva de la justicia en las relaciones entre las distintas personas y poderes que constituyen la sociedad. Solo en estas condiciones recibirá cada uno lo que le es debido y al mismo tiempo aportará al bien del conjunto social lo que le corresponde.

            Cada individuo es una especie de mini-sociedad. Siendo un ser compuesto, posee distintas potencias, tendencias, pasiones e instintos. Su vida y su libertad dependen del correcto orden y armonia entre estas multiples tendencias. Si están correctamente ordenadas - entre si, y en relación con los valores superiores - el hombre se puede desarrollar con auténtica libertad. Si en lugar de esta recta ordenación, impera el desorden y el desprecio de la ley, la vida del hombre puede ser desoladora.

            Nadie diria que un alcoholico o un drogadicoo es un hombre libre. Ha perdido su libertad, porque dentro de él un apetito ya no se somete a una norma o medida de "justicia", no se conforma con lo que le es "debido". Pide y toma mas, y al hacerlo domina y explota las otras potencias, sometiendolas a la esclavitud y destruyendo el "bien comun" del hombre considerado en su totalidad. En efecto, no se conoce el hombre si se pasa por alto el hecho de que posee una serie de tendencias capaces de frustrarle o incluso de destruirle a menos que estén rectamente ordenadas: codicia, ira, lujuria, miedo, irresponsabilidad...

            El hombre actual tiende a ser vivamente consciente de todo lo que, desde fuera - sobre todo las injusticias de los demás - , pueda amenazar su libertad. Sorprende, en cambio, la poca conciencia que tiene del hecho de que su libertad es también amenazada por fuerzas interiores: por esa posibilidad de que cualquiera de sus tendencias llegue a ejercer una dominación indebida, haciendose con el gobierno de su vida. Y, sin embargo, si se quiere entender la libertad, es fundamental darse cuenta que sobre ella no pesa mayor amenaza que la interior; efectivamente, es desde dentro que el hombre gana o pierde su libertad. Incluso en condiciones externas de anarquia, explotación o dominación, un hombre puede ser o hacerse interiormente libre. No pocos han hallado y reafirmado su libertad en un campo de concentración. En cambio, también es verdad que muchos se han esclavizado viviendo en el mundo libre. Aun cuando viva en condiciones de justicia, paz y prosperidad, el hombre puede convertirse internamente en un esclavo, permitiendo o forjando su propia esclavitud interior. Vale la pena que nos detengamos un poco para considerar la dinamica - las leyes - que regulan la libertad o la esclavitud interior del hombre [1].

El gobierno de sí mismo

            Necesariamente tiene que haber ley y gobierno dentro del hombre; si no, su vida interior terminará en la mas absoluta anarquia. En la vida de cada uno - quieralo o no - queda por resolver un gran interrogante: "?Quien o qué va a gobernar mi vida?" Es fácil responder: "Yo. Yo me voy a gobernar a mi mismo". Esta bien la contestacion; pero se puede dar demásiado a la ligera. Hace falta profundizar un poco mas.

            Todo hombre está constantemente acosado por una serie de fuerzas internas, cada una de las cuales procura ser la fuerza gobernante de su vida. El hombre debe escoger cual de ellas tendrá el papel principal en el proceso de modelar su existencia. Si se nos permite hacer una analogia con la vida politica, podemos decir que en el sistema politico interno de cada hombre, su "yo" es verdaderamente el electorado; pero tiene que depositar su voto entre los distintos candidatos que quieren llegar al gobierno: anhelo de verdad, hambre de bondad..., ciertamente; pero también vanidad, lujuria, codicia, deseo de poder o de popularidad, o de posesiones... Sus pasiones corporales, que están destinadas a ser ministros secundarios en su gabinete, no quedaran fácilmente satisfechos con esas carteras menos importantes; quieren ser primeros ministros, tener a su cargo la dirección toda.

            Consideremos algunas de las posibilidades que se presentan. Supongamos que una persona elige someterse al dominio de la codicia o la lujuria, permitiendo de este modo que una parte inferior de su ser se haga con el gobierno de su vida. ¿Es libre la persona en tal situacion? Evidentemente no: ha hecho una libre elección en favor de la esclavitud. Su "yo" superior, su espiritu, se queda esclavo de una de sus pasiones corporales, sometiendose a la "ley de sus miembros" (cfr. Rom, 7, 23). Esto es una locura de egoismo y de necedad: cualquier cosa menos auto-gobierno.

            El hombre, en esta situación, puede darse cuenta de que está cayendo en la esclavitud - que un gobierno tal le está quitando toda verdadera libertad - , y puede reaccionar. Es capaz de lograr, con esfuerzo, que sus pasiones queden sometidas al gobierno de su mente y su voluntad. Esto, sin duda alguna, representa un paso adelante; pero incluso esta forma de gobierno ofrece diversas posibilidades.

            Puede establecer este gobierno de un modo defectuoso: cuando lo que pretende es que su "yo" - incluso su yo "espiritual" - se constituya en centro y fin de su vida, y sea la medida y el origen de todos sus valores. En este caso, se situa bajo un gobierno aun peor que aquel del que trata de escapar, ya que queda esclavizado por el orgullo.

            En tal situación, puede tener una visión clarisima de aquella area inferior de su ser donde, a pesar de la ley de sus miembros, él ha logrado imponerse. Pero se niega rotundamente a mirar hacia aquella area superior - la ley de Dios - donde no está dispuesto a servir. Ya que quiere ser ley para sí mismo, y quiere que su propio yo sea supremo, se niega a mirar por encima de sí mismo. El, al igual que Adan y Eva, juega a "ser como Dios" (Gen. 3, 5). Y asi se queda; creyendose grande e independiente, pero hecho en realidad pequeño prisionero de su incapacidad para contemplar nada que esté mas arriba y superior a él.

            El hombre sabra ordenar y gobernar su vida adecuadamente solo si centra firmemente su mente y su voluntad en Dios. Unicamente asi se libera del orgullo de tomar su propia mente - o sus propios prejuicios - como medida de la verdad de las cosas, y su propia voluntad - o sus propias preferencias - como medida de su bondad.

            Cuando se decida a contemplar la verdad y la bondad tal como son, esto es, como atributos divinos, habrá descubierto la ley de su propio ser: de su existencia, de su libertad, de su realización como hombre. Solo el hombre es capax Dei, capaz de poseer a Dios. La plenitud y la libertad del hombre no consiste en ser señor y dios de la creación - !que ridiculo y lastimoso dios seria cada hombre, y como la vida misma daria pena al convertirse en una ridicula competencia con otros dioses! - sino en su capacidad de conocer, amar y poseer la Verdad y Bondad infinitas de un Dios infinito.

            El hombre encontrará la liberación solo bajo el gobierno de sus facultades superiores. Pero debe tener presente, sin embargo, que estas facultades no son en modo alguno autonomas, es decir, que no son ley para si mismas. No crean sus propias leyes, sino que han de someterse a su vez a una ley superior. La ley de la mente humana es la verdad; la ley de su voluntad es la bondad. La mente, por tanto, debe ser gobernada por la ley de la verdad; y la voluntad, por la de la bondad. Cuando esto ocurre, el hombre se hace libre. Conocerá la verdad, y la verdad le hara libre (cfr. Jo. 8, 32); amará la verdad y la verdad le hará libre.

            El reconocimiento de la libertad corresponde a la mente; el alcanzarla, a la voluntad. La verdad me hará libre si yo me decido a aceptarla. Pero puede suceder que yo conozca la verdad - o esté en condiciones para conocerla - y me decida a no aceptarla. En tal caso la verdad no me hará libre: no se lo permito. Rechazo la libertad.

Ruptura de las leyes de la voluntad y de la mente

            La ley de la voluntad es eligir el bien. Pero puedo romper esta ley, y escoger el mal: mal al que una parte de mi ser - codicia, ambición, vanidad - se deja atraer como hacia un "bien".

            Si escojo lo que es malo, rompiendo asi la ley de la voluntad, puedo retener la conciencia de haber elegido mal. Cabe, sin embargo, la posibilidad de proceder a una ulterior elección, aun peor: decidirme a pensar - a procurar pensar - que lo que está mal está bien. En tal caso, elijo pensar una falsedad, y rompo la ley de la mente.

            De la misma manera a como uno puede optar, en el fuero externo, por hablar falsamente, y engañar asi a los demás, cabe también la opción de pensar falsamente, en el fuero interno, engañandose a si mismo (cfr. Cormac Burke, Conciencia y Libertad, Ediciones Rialp, Madrid, 1976, pp. 43 ss).

            Supongamos que una persona ha cobrado su salario mensual y, volviendo del trabajo, pasa delante de una casa de juego. Sufre la tentación - ya que es dado al juego - duda, pero entra; y lo pierde todo. Al salir puede optar por ir a casa y decir a su esposa la verdad - "Tuve un momento de debilidad y lo he perdido todo" - , y atenerse a las consecuencias. O puede, en cambio, optar por "justificarse", con animo de anular las consecuencias: "?Acaso no puedo hacer lo que yo quiera con mi dinero? ¿Que a ella no le parecerá bien? Que no se meta en mis asuntos".

            Es precisamente ese intento de "justificar" lo que no tiene justificación lo que está en la base de lo que denominamos racionalización, o sea, el proceso por el que una persona elige tomar en consideración solo unos aspectos de un asunto, con deliberada exclusión de otros, tratando de aducir "razones", por superficiales que sean, que apoyen una determinada manera de comportarse, dejando intencionadamente de lado los argumentos mas profundos y sustanciales que hablarian decisivamente en contra de esa conducta.

            Si opto de manera deliberada por razonar falsamente, esto es, por racionalizar - estoy infringiendo la ley de la mente que me indica que debo pensar, no lo que elija o quiera, sino lo que yo vea que es la verdad, con independencia de todo sentimiento, prejuicio o preferencia.

            En tales casos, la libertad de la mente está obstaculizada por la actitud de la voluntad. Una persona que se apega indebidamente a una determinada manera de pensar o de actuar, puede acabar por querer que su entendimiento no se detenga en considerar - y por lo mismo, no "vea" - las razones por las cuales esta manera de pensar o actuar es equivocada. No es que las razones no esten alli, o no sean evidentes; es que la persona ha elegido no verlas.

            Asi se explica, por ejemplo, que algunas personas no vean que la contracepción o el aborto son graves errores. Al principio se trataba simplemente de una falta de voluntad; no querian verlo. Al final, con frecuencia, quieren no verlo. Su pensamiento no es libre; está gobernado no por la verdad sino por su voluntad, que a su vez tampoco es libre, pues está dirigida no por el bien sino por la propia conveniencia. Tales personas pueden ser extremadamente inteligentes en otros campos; pero, en estas cuestiones, en tanto en cuanto que no es la verdad sino su voluntad lo que gobierna su mente, han perdido la libertad de pensar con inteligencia. Donde su soberbia o su comportamiento tendria que sufrir las consecuencias desagradables de un raciocinio inteligente, "racionalizan", pero no piensan racionalmente.

            Nadie posee una verdadera libertad de pensamiento si los apegamientos o los prejuicios impiden que su entendimiento ejerce la función que les es propia: llegar a conclusiones que son evidentes en si mismas. Esta verdad queda ejemplificada de modo impresionante en aquella frase del Salmista: "dice el insensato en su corazon: no existe Dios" (Sal. 14, 1).

            ¿Es la Escritura justa con los ateos? A fin de cuentas, hay no pocos ateos que parecen ser bastantes inteligentes. Sin embargo la Biblia dice que el ateo es necio o insensato; ¿por que? Por la sencilla razon que no es su mente lo que le lleva a decir que no existe Dios, sino su "corazon", esto es, sus sentimientos, sus preferencias o sus prejuicios...

            La mente humana - con tal de que se emplee correctamente - nunca concluirá que no existe Dios. Por el contrario, la mente sana lleva natural y directamente a la conclusión de que existe Dios. Por eso es por lo que quienes dicen "no hay Dios" no están empleando sus facultades mentales correctamente. En esta cuestión concreta de la existencia de Dios, dan la impresión de que no las están empleando en absoluto. Están "pensando" con el corazon, que no es el organo mas apto para pensar. Por eso es por lo que los ateos, por inteligentes que puedan parecer en otras areas, son necios e insensatos en este punto capital. Dicen que no hay Dios, pero no es a base de pensar que han llegado a esta "conclusion", sino a base de no pensar.

            II. ¿Ley contra libertad?

La libertad es para elegir

            Algunas personas postulan la oposición entre ley y libertad, porque afirman que la ley ata, en tanto que la libertad no lo hace... Pero lo cierto es que la libertad también ata; si no lo hiciera, no valdria para nada.

            La libertad que no se vincula es inutil. La libertad es para elegir, y al elegir una cosa determinada necesariamente excluye otras. Si tengo miedo de atarme a lo que elijo, será o porque me falta constancia (valgo poco como "elector") o porque no descubro nada a lo que valga la pena adherirse (valen poco las elecciones que se me ofrecen). En cualquiera de los dos casos, mi libertad, mi capacidad de elección, tiene muy escaso valor.

            Cuanto mejor sea el objeto que se presenta a la libre elección, mas vale elegirlo, y mas merece la pena adherirse a la elección una vez hecha. Elegir a Dios y perseverar en esa elección es el mejor uso posible de la libertad. Atarse a Dios es el mas libre de los actos humanos y el que mas libre hace al hombre.

            Incluso en el plano puramente humano resulta evidente. Elegir el matrimonio es escoger algo bueno. Pero elegir un verdadero matrimonio es vincularse indisolublemente de por vida a una persona. Elegir un "matrimonio" disoluble no es elegir el matrimonio en absoluto. Tener miedo de vincularse al amor, es tener miedo al amor, es temer no haber hallado un amor verdadero o ser incapaz de un amor verdadero.

            Podriamos ilustrar este punto de un modo distinto. Ser libre para casarse es ser libre para vincularse. Si una persona se siente incapaz de vincularse, entonces le falta libertad para casarse. Puedo decir, "sí" en la ceremonia, pero si en el fondo lo que quiere decir es "no" - a la idea de aceptar un compromiso permanente - no está eligiendo un verdadero matrimonio o la felicidad que proporciona el verdadero matrimonio libremente elegido. Elige lo que no pasa de ser una relación sexual de limitada duración, y esto nunca puede proporcionar la felicidad.

            Una ley basica de la libertad es que si se escoge algo que realmente vale la pena, hay que mantener la elección. Una persona no es libre si le falta constancia, si no es suficientemente dueño de sí como para seguir adelante cuando un camino que vale la pena se pone dificil. El echarse para atras - renegando sus opciones - es una prueba no tanto de libertad cuanto de debilidad.

Libertad, ley y restriccion

            Para algunas personas libertad sugiere ausencia de restricción, y ley, por el contrario, su presencia; por eso concluyen que la ley y la libertad se oponen entre sí.

            Poner la esencia de la libertad en la carencia de limitación es caer en una falsa idea acerca de lo que es la libertad, por lo menos en su aplicación al hombre en su condición presente. La libertad debe ser vista en función de la naturaleza, y la naturaleza del hombre permanece sujeta a muchas limitaciones. Querer una libertad no condicionada - por ejemplo, la libertad de no tener que comer o respirar - es querer la libertad de no ser hombre.

            Es verdad, como vimos en el Capitulo 2, que la ley siempre implica alguna restriccion: la necesaria precisamente para preservar la libertad en beneficio mio y de los demás.

            En relación conmigo, la ley trata de apartarme de acciones que son contrarias a mi propia naturaleza, que pueden frustrarme y hacerme perder mi libertad de ser hombre: de realizarme de manera auténticamente humana. En relación con los demás, la ley trata de apartarme de acciones que ignoren los derechos fundamentales para su desarrollo humano.

            Efectivamente, la libertad de cada uno ha de someterse al condicionamiento de la libertad de los demás. Esto lo ve en seguida quien realmente ama la libertad; ademas, limita voluntariamente su propia libertad siempre que esto sea necesario para que los demás ejerciten la suya libre y legitimamente. La persona que ama su propia libertad, pero no la de los demás, no es un auténtico amante de la libertad; no la ama en cuanto tal.

            Libertad no es el poder de hacer cada uno lo que quiere; es la facultad y el poder de hacer el bien. Esta afirmación, que pudiera provocar una objeción instintiva por parte de muchos, sin embargo refleja una verdad evidente.

            ¿Vamos a mantener que libertad significa libertad para robar, defraudar, explotar, raptar, asesinar, si esto es lo que cada uno quiere? Indudablemente el hombre hace bien en reclamar la libertad como un derecho. Pero la libertad a que tiene derecho es la recta libertad para obrar el bien, no la erronea libertad para obrar el mal. Tiene el poder, pero no el derecho, de emplear su libertad para obrar el mal: puede cometer el mal, pero no está legitimado para ello. "Nuestros contemporaneos con frecuencia fomentan la libertad de forma depravada, como si fuese licencia para hacer cualquier cosa, con tal que les guste, aunque sea mala" (GS 17).

            La libertad, los derechos y los obligaciones están interconectados. Un hombre verdaderamente libre no lo es unicamente para ejercer sus derechos, sino que lo es también para cumplir sus obligaciones. Y las cumple. Libertad y responsabilidad, libertad y deber, libertad y cumplimiento, son inseparables.

?Esforzarse para que la gente no se descamine?

            Nadie tiene el derecho de obrar mal, aun cuando sea solo internamente o incluso no se da cuenta. Tiene el poder de obrar mal, pero no el derecho a hacerlo.

            Si no tiene derecho a obrar mal, ¿quiere decirse que podemos impedirselo? ¿Podemos detener a una persona enloquecida o embriagada que quiere arrojarse desde la ventana de un quinto piso? Podemos desde luego intentarlo. ¿Podemos parar a un hombre que quiere cometer un suicido espiritual o moral a base, por ejemplo, de dedicarse a leer libros que pueden minar y destruir su fe o su vida moral?

            Aqui la respuesta ha de ser mas matizada. Está claro que no podemos ejercer una coerción fisica sobre la conciencia de una persona. No tenemos ningún derecho - y tampoco tenemos en principio modo alguno - para impedir que una persona se equivoque en sus ideas personales; la conciencia no puede ser coaccionada. Pero tenemos pleno derecho y pleno deber de intentar detener moralmente a una persona que está obrando el mal, esto es, podemos y debemos procurar convencerle de lo erroneo de sus opciones o decisiones, ayudarle a que vea lo que es recto y justo y persuadirle de que lo siga.

            Si una persona con ideas erroneas está también induciendo a error a otros, entonces hay que llevar el asunto un poco mas lejos. Cuando una persona con ideas equivocadas comienza a propagarlas, ya no está moviendose en el area puramente personal de su conciencia - en el que solo tiene que responder ante Dios - sino que ha entrado en el area social, y sus acciones deben someterse a las leyes que regulan el bien comun.

            Por consiguiente, si una persona con ideas y valores erroneos comienza a difundirlos - si, por ejemplo, propaga drogas, distribuye pornografia, predica la discriminación racial o la violencia social - las autoridades civiles tienen el deber de impedirle esas acciones.

            Una persona que reune una audiencia juvenil para pregonarles el atractivo de la droga o de la promiscuidad sexual puede y debe ser frenado en su equivocado proceder. El pensar erroneo, aunque no sea un derecho, es un poder, que no puede ser fisicamente impedido desde el exterior; el actuar erroneammente no es un derecho, y deberia ser impedida siempre que ese error vaya contra el bien comun.

            El Vaticano II, en su Declaración sobre la Libertad Religiosa, enseña que existe un derecho a la inmunidad de coaccion", que se extiende incluso a "aquellos que no cumplen la obligación de buscar la verdad y de adherirse a ella". Esa Declaración, al insistir que "el ejercicio de este derecho no puede ser impedido", añade una clara e importante salvedad: "con tal de que se guarde el justo orden publico" (DH 2).

            Las justas exigencias del orden publico quedan determinadas por el derecho natural y, dentro de la sociedad eclesial, por el derecho eclesiastico positivo. Si alguien no quiere respetar esas exigencias, su libertad de acción puede y debe ser limitada.

Obedecer libremente

            Al no haber una fuerza fisica que nos obligue a obedecer las leyes de la Iglesia, resulta claro que si las obedecemos, lo hacemos libremente. Muchos cristianos, sin embargo, dan la impresión de obedecer esas normas a regañadientes - como si estuviesen bajo coacción - y con escasa o nula conciencia de libertad.

            Efectivamente, como hemos señalado, la ley parece producir una reacción negativa en algunas personas. Esto sucede incluso en la Iglesia, en una sociedad caracterizada por su voluntariedad. Estas personas dan la impresión de pensar que la mera existencia de leyes, la simple invitación a seguirlas, coarta su libertad. Con razon nos podemos preguntar: ¿hay alguna logica en esta reaccion? No, hay confusion; y para aclararla podemos preguntarnos todavia: ¿se pierde la libertad al obedecer? ¿es posible obedecer con pleno sentido de libertad? Por supuesto que lo es. Se obedece con sentido pleno de libertad si uno se determina a obedecer libre y personalmente, si se quiere obedecer y, sobre todo, si se obedece por amor.

            Amor: este es el gran motivo que debemos poner en la obediencia. El amor es lo que hace que nuestra obediencia sea plenamente libre. Para quien quiere seguir a Cristo, la ley no es pesada. Solo se convierte en una carga si no se acierta a ver en ella la llamada de Cristo o no se tienen ganas de seguir esa llamada. Por lo tanto, si la ley resulta a veces pesada, puede ser que haya que mejorar no tanto la ley como nuestro empeño por seguir a Cristo.

            "Si me amáis, guardareis mis mandamientos" (Jo. 14, 15). Esto es por lo que quiero obedecerte a Ti y obedecer a tu Iglesia, Señor; no principalmente porque yo vea la racionalidad de lo que se manda (aunque esa racionalidad es tantas veces evidente), sino - principalmente - porque quiero amarte, y demostrarte mi amor. Y también porque estoy convencido de que tus mandamientos proceden del amor y me hacen libre. "Corro por el camino de tus mandamientos, pues Tu mi corazon dilatas... Andaré por camino espacioso, porque busco tus preceptos..." (Sal. 119, 32, 45).

?Inmadurez de la obediencia?

            Algunas personas sostienen que, si no se comprenden las razones que justifican una ley o un mandato, entonces obedecer seria irrazonable; seria señal de inmadurez e incluso de falta de responsabilidad.

            No seria desde luego razonable - seria inmoral - obedecer a una ley que una persona claramente ve como equivocada y contraria a la voluntad de Dios. Pero supongamos que no es este el caso; supongamos que no se trata de ver que la ley está equivocada, sino simplemente de no ver que es acertada. En tal caso - en el que no vemos las razones que sustentan la ley o los mandatos del superior - ¿seria razonable obedecer? El analisis que hemos hecho acerca de como el amor puede inspirar la obediencia nos permite una respuesta positiva. Sí; es razonable obedecer una ley cuyas razones no se perciben con tal de que se tenga razon para confiar en la prudencia o la autoridad de quien ha dictado la ley.

            Es razonable que un niño obedezca las indicaciones de su padre, aun cuando no comprenda las razones de su padre; es signo de amor. Es razonable que un investigador que colabora con un premio Nobel de fisica siga las indicaciones del profesor incluso cuando no está en condiciones de captar la linea de pensamiento que siga su maestro; es signo de confianza. Es razonable que un soldado obedezca las ordenes legitimas de su oficial sin comprender las razones a las que pueden responder; es un signo de madurez y responsabilidad. El niño que no obedece porque no comprende, no ama. El soldado que no obedece porque no comprende, no es ni maduro ni responsable.

            Es razonable, para un cristiano, aceptar la palabra de Cristo cuando enseña que Dios es Uno y Trino. No comprendemos el misterio de la Santisima Trinidad, pero tenemos motivo mas que razonable para fiarnos de la palabra de Cristo. El motivo, en ultimo término, es el amor. Asimismo es razonable aceptar no solamente la doctrina de la Iglesia en lo que se refiere al dogma y a la moral, sino también sus leyes disciplinares o las indicaciones de los legitimos superiores, tanto si comprendemos las razones que las sustentan como si no. Tenemos razon al creer que Cristo está detras de ellas, y queremos demostrar nuestro amor por El. La razon de nuestra obediencia es el amor, y no hay nada mas sabio que el amor. La obediencia es la libre elección del amor.

            La obediencia ciega - obedecer como un robot - seria un signo de inmadurez; pero no es esta obediencia la que se pide en la Iglesia de Cristo. Los cristianos no son robots; son seres inteligentes y libres que usan su inteligencia para reflexionar sobre su fe, que concluyen que Cristo quiere que vean la voluntad divina tras la autoridad eclesiastica; y que ejercitan su libertad para obedecer a aquella autoridad por amor de Cristo.

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            "Sobran las leyes; basta con el amor". Se oyen frases como esta a veces. Suena bien, pero es falsa; con la misma lógica se podría afirmar, "las señalizaciones de las carreteras no son necesarias; basta el amor". Si queremos llegar a nuestro destino, y especialmente si queremos llegar a nuestro Amor, las señales son necesarias.

            Lo que no es necesario, si tenemos amor, es la coacción. Pero las leyes siguen siendo necesarias: leyes que indican el camino que quiere seguir el amor. Queda mas exactamente expresado si decimos: las leyes son las señales puestas por el Amor de Dios y nos indican el camino que su Amor quiere que sigamos, y el camino que nuestro amor quiere y debe seguir, para alcanzarle.

NOTAS

[1] Si vamos a echar una ojeada al interior del hombre, es preciso que establezcamos ciertas distinciones acerca del modo como funciona interiormente. En la actualidad, algunos pondrian en duda el valor de estas distinciones. Dicen que el homnbre es un solo ser, una unica persona, y que no tiene sentido hablar, por ejemplo, de su mente o de su voluntad o de sus sentimientos, como si fueran realmente algo distintos de él. Ahora bien, no se afirma que estas potencias sean realmente distintas del hombre, cuando se dice que son distinguibles entre sí; ademas, no es posible entender la complejidad de las operaciones internas del hombre si no se distinguen entre sí.

Si bien es verdad que cada uno de nosotros es una sola persona - solo un "yo" que actua - también lo es que la actividad personal se expresa en diversos modos claramente distinguibles. Pensar no es lo mismo que sentir; conocer no es lo mismo que amar; estar cansado o tener hambre, no es lo mismo que estar enfadado o ser egoista. A menos que tengamos presente estas distinciones no podremos jamas entender el proceso por el que el hombre conserva o pierde su libertad interior.