El hombre podria haber sido creado sin ley, en un mundo sin ley. Habria sido sin duda un estado miserable el suyo: un ser vivo sin meta ni dirección, a merced de unas fuerzas externas fortuitas, y esclavizado a deseos y pasiones internas tantas veces contrapuestas: un ser sin vínculo ni norma - ni de amor ni de justicia - en su relación con los demas.
Dios no creó asi el hombre. Por el contrario, lo colocó en un mundo con un orden basico expresado en unas leyes fisicas, dandole la misión de desarrollar y perfeccionar ese mundo. El cumplimiento de esta misión habria de llevar al hombre a humanizar el mundo y a humanizarse a si mismo, dando a las cosas creadas un caracter moral y una finalidad que seria un ulterior reflejo de la sabiduria y bondad de Dios.
Dios creó el hombre como un ser racional y libre, capaz de descubrir el plan divino y la potencialidad de la creación, de modo que, dandole ulterior forma - de acuerdo con ese plan - se realizase a si mismo. Dios hizo al hombre para un fin determinado; le dio el don de la libertad para controlar sus acciones, y el don de la ley para guiar su libertad, porque la libertad necesita de la ley. La libertad que no sabe qué elegir no sirve al hombre para nada; mas bien, es medio para su autodestrucción (cfr. Conciencia y Libertad, Ed. Rialp, p. 117). La libertad exige unas directrices que merezcan confianza; pide la ley.
Le ley es un regalo de Dios al hombre; un don por el cual el Creador indica al hombre sus designios de amor. Podemos distinguir tres niveles o estadios de este don: la Ley de la Naturaleza, la Ley de Moises y la Ley de Cristo.
La Ley de la Naturaleza
Es la ley natural la que, como dice San Pablo, está escrita en todo corazon humano; hecho - añade - testimoniado por la conciencia. A traves de la reflexión inteligente y de la atención a su conciencia, el hombre descubre la ley de su naturaleza: el modo como debe vivir, la dirección que debe seguir, para realizar su potencial humano natural.
La conciencia es el eco de la Ley Natural: su primer portavoz. Es también un inestimable don de Dios, un sistema de seguridad divinamente conformado para guiarnos por el buen camino, para alertarnos ante el peligro de los daños morales, siendo salvaguardia para que no entremos por caminos de autofrustración o de autodestrucción (cfr. Conciencia y Libertad, pp. 51ss).
Hay que respetar y obedecer la conciencia. No obedecerla, subordinarla a la soberbia o al egoismo (no subordinarla a la verdad), manipularla..., significaría rechazar el don de la ley, pecar contra la luz, cometer un suicidio moral, quedandose sin defensas contra el egoismo y contra todo un proceso de frustración humana.
La Ley de Moises
El plan divino, sin embargo, no fue que el hombre viviera tan solo al nivel de la naturaleza. Dios tenia designios mayores y mas altos para el hombre; planes que, como tales, no estaban inscritos en la naturaleza humana, sino que habian de ser revelados.
La Revelación comenzo con los Patriarcas. La Ley de la primera Alianza fue dada por Dios a Moises y a traves de él al pueblo que Dios habia elegido. Esa ley fue la que habia de guiar a Israel en su existencia como pueblo escogido, llamado para recibir, en el momento oportuno, la plenitud de las promesas divinas.
Desde la perspectiva de la Ley de Cristo, por la que habia de ser sustituida, la Ley Mosaica es imperfecta. Sin embargo, tenemos mucho que aprender del Antiguo Testamento, no tanto de las disposiciones de la Ley en si misma cuanto de las disposiciones del Pueblo Escogido hacia la Ley.
Los israelitas tenian la firme convicción de que la Ley que habian recibido como Pueblo Peregrino por el desierto hacia la Tierra Prometida, era prenda y prueba del especial favor con que Dios les miraba.
La posesión de la Ley les privilegiaba entre las naciones, como el mismo Yahveh les habia recordado: "?Que nación hay tan grande que tenga leyes y mandamientos tan justos como esta Ley que yo os propongo hoy?" (Deut. 4, 8). Esa Ley era un don que no tenía ninguna otra nación, y su superioridad habría de ser causa de envidia entre los demas pueblos: "cuando éstos tengan conocimiento de todas estas leyes exclamarán; no hay mas que un pueblo sabio y sensato, que es esta gran nacion" (ibid. 6).
Para los judios, los Libros de la Ley contenian la sabiduria divina revelada a los hombres (cfr. Sab. 24, 23-29). El conocimiento de la Ley era un privilegio y un urgente deber. La observancia de la Ley era una fuente de bendición, y señal de la libre respuesta de cada uno a la Alianza divina. Para el israelita piadoso la Ley no era un yugo sino un favor de Dios y un don privilegiado que debia ser celosamente custodiado: "Este es el libro de los mandamientos de Dios, la ley que permanece eternamente: todos los que la guardan alcanzarán la vida; mas los que la abandonan, morirán. Vuélvete, Jacob, y abrazala, camina al resplandor de su luz. No cedas tu gloria a otro, ni tu dignidad a una nación extranjera. Felices somos, Israel, pues lo que agrada al Señor nos ha sido revelado" (Baruc 4, 1-4).
La Ley de Cristo
Le Ley de Cristo es el don supremo, la revelación definitiva de la sabiduria, la bondad y el designio de Dios. Indica al hombre un nuevo camino; le convierte en un nuevo ser, dandole una nueva vida. El nuevo Pueblo de Dios es linaje escogido, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo de conquista, llamado desde las tinieblas a la admirable luz de Dios ((I Ped 2, 9), a fin de participar de la naturaleza divina (II Ped 1, 4), y asi heredar la gloriosa libertad de los hijos de Dios (Rom 8, 18-21).
La Ley de Cristo nos hace mas libres, para un destino mucho mas grande. La Ley de Cristo es un don divino, como la Ley de Moises, si bien incomparablemente superior. Si los judios, en sus mejores momentos, agradecian la Ley de Moises, nosotros debemos estar aun mas agradecidos por la Ley de Cristo. Pero nuestra gratitud ha de descansar precisamente en el hecho de que la Ley de Cristo es una ley, que nos dice lo que debemos y lo que no debemos hacer. La Ley de Cristo, como toda ordenación, tiene su contenido objetivo y sus exigencias que a veces resultan duras de cumplir.
Algunas personas, como hemos visto, utilizan la frase de Santiago - que la ley evangelica es la "ley perfecta de la libertad" (Sant. 1, 25) - como si significara que al cristiano le esyá permitido hacer lo que le venga en gana; idea que, por supuesto, es radicalmente falsa. La ley cristiana de la libertad impone exigencias explicitas y en modo alguno fáciles de cumplir. Por ejemplo:
- mantener el corazon libre de toda avaricia (Luc. 12, 15; Mat. 6, 19-21, etc)
- perdonar a los demas, sin jamas juzgarlos (Mat. 6, 15; 7, 1)
- evitar las miradas y los deseos impuros (Mat. 5, 28)
- respetar la indisolubilidad del matrimonio (Mat. 19, 6)
- obedecer a Cristo que nos habla a traves de quienes tienen autoridad en su Iglesia (Luc. 10, 16)
Los Mandamientos son el camino de la libertad porque son el camino de la verdad. En el Evangelio de San Juan leemos que, si conocemos la verdad, nos hará libres (Jo. 8, 32); pero a esto hay que añadir la afirmación tajante del mismo autor de que la verdad no está en la persona que no vive los mandamientos de Dios (I Jo. 2, 4).
Los privilegios de los cristianos
Si no observamos las obligaciones de la Ley de Cristo, no tenemos derecho a disfrutar de sus privilegios, que son verdaderamente grandes y en los que vale la pena hacer hincapie, mucho mas que en las obligaciones.
Los cristianos tienen el derecho a todos los medios que les permiten llegar a ser hijos de Dios (cfr. c. 213). Como fruto de su santificación personal, tienen el derecho de ejercer su sacerdocio real, elevando el mundo a Dios (cfr. c. 225).
La gratuitad y la necesidad de la ley aparecen precisamente en el hecho de que la ley expresa y protege nuestro acceso a Cristo. Se comprende, por tanto, que la ley aparezca como un don en la medida en la que cada uno quiere acercarse a Cristo y poseer lo que El le ofrece.
!Dios se da a Si mismo al hombre! Este es el don increible que Jesucristo revela y representa. Jesucristo es Dios que Se ofrece a los hombres en y a traves de su Iglesia. La Iglesia vive con la vida de Cristo, y la comunica. La comunión con Cristo solo se logra con plenitud en y por la Iglesia. Cuanto mas plena es nuestra comunión con Cristo en todos los aspectos de la vida, mas plenamente participaremos de la gloriosa libertad que Cristo nos ha conquistado.
Si tenemos hambre del don que Dios hace de Si - hambre de comulgar con Cristo - buscaremos ese don en todas sus fuentes. Lo buscaremos, con asombro y agradecimiento, en su Palabra, en las Sagradas Escrituras. Lo buscaremos, con no menor asombro, en los Sacramentos, sobre todo en la Sagrada Eucaristia. Comulgaremos con la Mente de Cristo - con su Verdad - en la doctrina de la Iglesia. Y comulgaremos con su Voluntad en la ley y disciplina de la Iglesia.
Si los israelitas se sentian privilegiados por ser poseedores y seguidores de la Ley dada por Dios a traves de Moises, !cuanto mas privilegiados debemos sentirnos nosotros al poseer la Ley dada por Cristo, que nos llega a traves de la Iglesia y que, a traves de Ella, nos lleva a Dios!
¿Como es que este sentido de privilegio - y, mas aun, de admiración y de asombro - parece faltar hoy en ciertos sectores de la Iglesia de Cristo? ¿No debemos nosotros también sentir asombro por ser el Pueblo Escogido de Dios; por tener a Dios tan cerca de nosotros, por poder ofrecerle algo mucho mas que el Cordero Pascual, por ser alimentados por algo mucho mas que el Maná, especialmente por sabernos enseñados y guiados por Dios a traves de aquellos que en la Iglesia enseñan en su nombre, y en su nombre ejercen la autoridad?
Si hoy observamos con demasiada frecuencia una actitud fria o indiferente hacia la Eucaristia, ¿no es señal de una fe debilitada en la presencia real de Jesucristo en este Sacramento? Muchas personas parecen no darse cuenta de que es a Cristo al que tocan en la Eucaristia; que es Cristo, convertido en nuestro alimento, quien comen cuando reciben la Eucaristia.
Si hoy vemos con demasiada frecuencia una actitud reacia y desconfiada hacia la autoridad o la ley eclesiastica, ¿no es eso señal de fe debilitada en la presencia de Jesucristo en la Iglesia? Esa reacción negativa, y a veces hostil, hacia la Jerarquia o el Magisterio es, en definitiva, o una perdida de la convicción de que es Cristo quien nos guia, o una resistencia a seguirle.
Todo se resuelve en términos de presencia o ausencia de fe. Solo con la fe nos es posible descubrir la presencia santificante de Cristo. La Eucaristia es Cristo; por esto hablamos del Santo Sacramento. La Biblia no es Cristo, y sin embargo también es santa, porque Cristo - Dios - nos habla en ella. Solamente quienes la miran con fe ven en ella la Santa Biblia. Y también, de una manera real - aun cuando en un orden distinto - la ley de la Iglesia es santa: mas santa que la santa Ley de Moises.
La ley de la Iglesia es santa. No es inspirada, como la Escritura; no es infalible, como lo es el magisterio eclesiastico; pero es santa, porque nos habla con la autoridad de Cristo y detras de ella está su santa Voluntad: "Quien a vosotros os oye, a Mi me oye..." Lo que atareis en la tierra quedará atado en el Cielo..."
La Ley de la Cruz
Pero - puede objetarse - ¿garantiza Jesucristo todas y cada una de las leyes o disposiciones eclesiasticas? No; no se pretende afirmar tanto. Si queremos responder adecuadamente a la objeción, convendrá hacer algunas precisiones.
Puede que haya en la actualidad (ciertamente ha habido en el pasado) ejercicios concretos de la autoridad eclesiastica que son injustos y a los que una persona debe, en conciencia, oponerse. Sirva de ejemplo la resistencia de Juana de Arco a las autoridades eclesiasticas que la juzgaron; caso por lo demas que demuestra como tal resistencia puede incluso ser señal de santidad.
Pero pienso que tales situaciones son muy poco frecuentes; y que, dejandolas aparte, una condición para la verdadera comunión con Cristo - que es también condición de la eficacia apostolica - es la plena y alegre aceptación de la autoridad de su Iglesia.
Detras de la doctrina de la Iglesia se encuentra la Verdad de Jesucristo, del mismo modo que detras de la autoridad de la Iglesia se encuentra su Voluntad. Le Verdad de Cristo no puede inducir el hombre al error: eso es algo que se nos garantiza. Pero no se nos garantiza en absoluto que la Voluntad de Cristo no puede someter el hombre a la prueba y a la contradiccion; también la de ser llamado a obedecer en algo que no encuentra razonable y que incluso le puede costar en extremo. El mismo Jesus quiso pasar por tal experiencia: se hizo obediente hasta la muerte (Fil 2, 8), aun cuando le repugnaba intensamente (Mc. 14, 33-36). El Concilio Vaticano II afirma que la Iglesia, y por consiguiente todos los cristianos, "debe caminar por el mismo camino que Cristo llevó, es decir, por el camino de la pobreza, de la obediencia, del servicio y de la inmolación de sí mismo hasta la muerte" (AG 5).
Cristo aprendió a obedecer aunque le costaba. Nosotros también debemos aprender a obedecer. Resulta dificil, ciertamente, pero el empeño se fácilita si contemplamos el ejemplo de Cristo y meditamos el gran valor que El atribuye a la obediencia. En cambio, la obediencia se hace extraordinariamente dificil si no vemos ninguna razon para obedecer, si la obediencia no pasa de ser para nosotros una imposición o una limitación.
Entre las promesas de Jesus, no se encuentra la de que su Iglesia seria siempre gobernada - al menos juzgando las cosas de modo humano - con prudencia y sabiduria perfectas. Una ley eclesiastica puede parecerme en ocasiones como inoportuna o imprudente. Pero, ¿esta impresión mia subjetiva puede darme pie para concluir que Dios no está tras esta ley, o que El quiere que la desprecie o desobedezca? ¿No podria ser que todavia me falta aprender que Dios tiene caminos necios - necios a nuestros ojos - que son mas sabios que la sabiduria humana (cfr. I Cor 1, 18-25)?
Solamente la convicción de que una ley eclesiastica es injusta y que su cumplimiento desagradaria a Dios, porque causaria verdadera injusticia (y no mera molestia o incluso sufrimiento), podria legitimar la desobediencia. Quien cree encontrarse ante una ley de esta indole deberia detenerse a considerar si las dificultades y el posible prejuicio que preve - para sí o para otros - no podria ser la simple carga cristiana de la Cruz; la Cruz que, segun la voluntad de Cristo, todos los hombres han de llevar; la Cruz que salva. "Nosotros hemos de gloriarnos en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien somos salvados y liberados" (Antifona de Entrada de Jueves Santo; cfr. Gal 6, 14). Le Ley de Cristo - la ley de la libertad - es también la Ley de la Cruz.
Aqui está la clave que resuelve tantas dificultades. No tenemos ninguna garantía de parte de Cristo - ni la necesitamos - de que todas y cada una de las leyes de su Iglesia sean oportunas, sabias y prudentes. Pero tenemos en cambio garantía de que no solamente no obraremos mal al obedecer las leyes eclesiasticas, sino que al obedecerlas hacemos algo muy agradable a ojos de Dios.
"Quien a vosotros os escucha, a Mi me escucha". Palabras divinas que podriamos parafrasear asi: "Si tienes un Superior que manda algo no razonable - algo molesto, costoso o estupido - ¿no te he dado Yo motivo suficiente, con mi propio ejemplo, para hacerte suponer que ese mandato, con su claro aspecto de Cruz, procede de Mi y que Yo quiero que tú lo aceptes?"
Resulta siempre fácil para un subordinado - que necesariamente tiene una visión parcial de las cosas - ver una falta de acierto en una decisión del Superior. Es verdad que si el Superior - el Papa, el obispo o quien sea - es culpable de imprudencia o injusticia en la promulgación o la aplicación de una ley, tendrá que dar cuentas por ello a Dios. Es también verdad, sin embargo - para recurrir de nuevo a ese pasaje paulino tan denso ((pregnado) de sentido - que Dios usa de las cosas necias de este mundo para sus propios designios divinos.
Quizás lo que frustra mas frecuentemente los planes divinos no es la posible necedad del Superior cuanto la efectiva falta de fe y de amor del subordinado.
Fe y amor; esas son las primeras virtudes que la disciplina eclesiastica debe evocar en quienes le están sujetos. La razon ultima por la que la ley eclesiastica es un don es ésta: nos fácilita probar nuestra fe y amor hacia el Señor. Nos proporciona la oportunidad de ejercer la fe - viendo la autoridad de Cristo detras de una decisión humana - y de responder con amor a su voluntad.
"Obras son amores" (Josemaría Escrivá de Balaguer, Camino, n. 933): el amor consiste en hacer la voluntad de la persona amada. Si lo que queremos es demostrar nuestro amor hacia Dios, jamas supone la autoridad de la Iglesia un obstaculo para ello, sino todo lo contrario. Si queremos y realmente estamos dispuestos a amar a Jesucristo, entonces la obediencia a su Iglesia resulta fácil. Cuando resulta dificil obedecer a la Iglesia, es casi siempre consecuencia de un enfriamiento del amor hacia Cristo.
Alegria y evangelizacion
Esto nos lleva a un punto que tendremos ocasión de volver a tratar (cfr. Capitulo 13): los cristianos contestatarios nunca evengelizarán el mundo. ¿Que actractivos puede presentar una Iglesia cuyos miembros se muestran permanentemente descontentos de sus propios lideres? Ahi tenemos un obstaculo principal para la evangelizacion: los cristianos aparecen como incapaces de dar al mundo la prueba de su alegria en el servicio, en la obediencia, en la abnegación, del modo como Cristo encontró su gozo en servir, obedecer y negarse a Sí mismo.
Si el evangelio se propagó como un incendio en los primeros siglos, fue también porque los primeros cristianos daban la impresión de ser portadores de una Buena Nueva: los seguidores alegres de Aquel que habia llevado la Cruz por amor, que aprendió a obedecer por sus sufrimientos (Heb. 5, 8), y asi nos salvó. Los primeros cristianos eran un pueblo feliz en un mundo triste; y su alegria procedia de su libre obediencia a las exigencias de la ley de Cristo, del mismo modo que El habia obedecido libremente a la voluntad exigente de su Padre.
--------------------
La Ley de Moises ha sido superada. Sobre la Ley de la Naturaleza, ha sido edificada la Ley de la Gracia: la Ley de Cristo.
A pesar de la aparente resistencia contemporanea a la idea da la ley natural, no es arriesgado afirmar que ha llegado el momento, o está a punto de llegar, en que se verificará un nuevo y fuerte despertar del anhelo de una ley natural.
A la par que se extiende la convicción de que lo que mas importa a la persona - el amor, la lealtad, el orden, la honradez, la amistad, el matrimonio, la familia, la comunidad - se tambalea, considero que los hombres volveran a buscar una base comun sobre la que reconstruir los verdaderos valores humanos y una coherente vida social.
Tampoco, sin embargo, es aventurado afirmar que la restauración del orden natural - de la "lex naturae" - solamente podrá ser emprendida por quienes se adhieran firmemente a la "lex gratiae". Es una verdad de siempre, y de especial vigencia hoy, que una vida plenamente humana solo puede ser vivida con ayuda de la gracia divina.