Ley e Iglesia: para algunos, estas dos realidades no se armonizan. Parecen mas bien contradictorias.
Quienes postulan una necesaria oposición entre ley e Iglesia son a menudo los mismos que ven contradicción entre ley y libertad (tema que examinamos en uno de los primeros capitulos). Al hilo del prejuicio de que la ley siempre coarta la libertad, mantienen que las normas juridicas son inaceptables dentro de la Iglesia ya que son enemigas de esa libertad que compete a los cristianos como hijos de Dios (cfr. Rom 8, 22). Ya hemos analizado el razonamiento defectuoso que sustenta esta postura, procurando demostrar que la ley es necesaria, para individuos y para sociedades, precisamente con el fin de proteger la libertad - tanto la personal como la que debe existir en las relaciones interpersonales - y de salvaguardar los derechos contra el uso arbitrario del poder.
Algunos, en la busqueda de una base teologica para su postura, afirman que Cristo fundó una Iglesia esencialmente espiritual, y que todas las estructuras jurídicas e institucionales presentes actualmente en la Iglesia constituyen una invención humana que no concuerda con el proposito de Cristo ni con la naturaleza originaria de la Iglesia que fundó.
No parece que esta cuestión se haya de dirimir segun criterios de preferencia personal, o sea, segun el tipo de Iglesia que cada uno de nosotros pudiera querer, sino mas bien procurando ver el tipo de Iglesia que Cristo quiso y que de hecho instituyó.
Los que defienden la tesis de que Jesucristo se propuso establecer una Iglesia de naturaleza puramente espiritual, no-institucional, no-juridica, chocan inmediatamente con dos dificultades imponentes: una teológica y otra historica.
La dificultad teológica
Una la Iglesia puramente espiritual estaria en total desacuerdo con la forma concreta que revistio el plan divino de nuestra salvacion: la Encarnación.
La Redención del hombre no fue efectuada de manera invisible, aunque podria haber sido asi. Dios podia haber escogido otros caminos - que no fueran la Encarnación - para salvar a los hombres. Podia haber justificado las almas por un proceso totalmente escondido, comunicandoles la gracia directamente, una a una. No lo hizo. De hecho, Dios no escogió un modo exclusivamente espiritual para salvar al hombre. Vino a la tierra para realizar nuestra salvación. Y su venida no fue invisible. El, que es Espíritu, quiso manifestarse materialmente, revistiendose de materia para salvarnos. Quiso hacerse hombre, tomando una naturaleza corporal tangible, audible, real...
¿Cual era el objeto de la Redención que obró? No solo quiso liberar al hombre del poder del pecado y del demonio, sino también darle un nuevo destino, llamandole a participar en su propia Filiación divina por medio de un contacto salvador con su sagrada Humanidad.
Nos salvo por los meritos de cada uno de sus actos como Hombre-Dios, desde su primer lloriqueo de niño en el pesebre hasta su ultimo grito de agonia en la Cruz. Pero también vino a revelarse a Si mismo, a enseñar a los hombres por medio de sus palabras y ejemplo, y a santificarles por medio de su presencia y poder.
Su auto-revelación se opera ya durante aquellos treinta años de vida oculta: alli hay mucho que descubrir, innumerables lecciones para nosotros. Sin embargo, su auto-revelación mas plena tiene lugar durante su vida publica, en el corto espacio de casi tres años. En aquellos treinta meses escasos, se revela de un modo mas pleno, como Dueño de toda la creación, como Señor de la humanidad entera, como Maestro Divino cuyas palabras son Verdad y llevan a la Vida, como Divino Medico y Salvador que cura y alimenta a los hombres, que los libera, perdona y llama de la muerte a la Vida con el Poder de Dios.
Durante aquellos treinta meses los hombres estuvieron en condiciones de oir la voz, no de un mero profeta, sino de Dios Mismo que hablaba en lenguaje humano acerca de temas humanos y divinos. Podian dirigirle sus preguntas y escuchar sus respuestas. Podian ser tocados, curados, alimentados, guiados por El. Tenian relación directa e inmediata con Dios hecho Hombre.
Que estos incalculables beneficios pudiesen ser recibidos unicamente por unos pocos hombres y solamente durante un corto periodo de tiempo, fue consecuencia necesaria del hecho que El escogiera un concreto y determinado cuerpo fisico que, despues de haber vivido entre los hombres, subiera al Cielo el dia de la Ascensión. Cuando el Verbo quiso morar en el cuerpo humano de Jesucristo, se produjo un excepcional y, podemos decir, irrepetible encuentro entre Dios y el hombre. Pero Dios no quiso limitar este encuentro a un limitado periodo historico o solo a unos pocos hombres privilegiados. Su proposito era que el poder y la presencia de su Encarnación llegasen a los hombres de todos los tiempos, en toda la tierra. Se confirma asi la logica divina de la decisión de habitar en otro Cuerpo - siempre Suyo - capaz de hacerse presente en todos los lugares y en todos los tiempos: un Cuerpo que seguiria hablando con su voz, curando con su misericordia, alimentando con su carne, gobernando con su autoridad: el Cuerpo Mistico - aunque visible - de su Iglesia.
La logica de la Iglesia como Cuerpo de Cristo, por tanto, es una simple extensión de la logica de la Encarnación. Es la continuada aplicación de un amplio principio fundamental que caracteriza el entero modo de nuestra salvacion: el principio sacramental, i.e. el empleo por parte de Dios de realidades materiales y naturales como medio de comunicar bienes espirituales y de lograr fines sobrenaturales.
La Iglesia está en la linea de los sacramentos, al igual que tanto la Iglesia como los sacramentos están en la linea de la Encarnación. El principio de los sacramentos es el principio mismo de la Encarnacion: una realidad visible que expresa y comunica la gracia invisible. En un sentido real, la Humanidad de Cristo es un sacramento; de hecho, el primer sacramento. Y en la logica de los planes de Dios, la Iglesia también tiene la naturaleza de un sacramento [1]. La Iglesia existe - con vida visible, tangible, audible y activa - para que los hombres de todos los tiempos puedan tener contacto personal con el poder salvifico del Hombre-Dios.
La sacramentalidad de la Iglesia es fundamental para la comprensión de su naturaleza visible. Es también una ayuda para evitar cualquier "escandalo" ante los defectos que pueden aparecer en los organos que componen este Cuerpo de Cristo, concretamente en los hombres que somos sus miembros. Seria ideal, indudablemente, que no existieran estos defectos pero, dada la naturaleza humana, siempre se habran de encontrar algunos. Hay que rezar y trabajar para que desaparezcan; sin embargo, su presencia no anula necesariamente la gracia ni impide su comunicación.
Puede ocurrir que la señal empleada en un sacramento no siempre signifique tan perfectamente como seria de desear. El agua que se emplea en el Bautismo expresa la significación de lavar; y, por tanto, ella misma debe de ser limpia. Pero aunque fuera sucia, podria seguir sirviendo como instrumento, en manos de Dios, para lograr la limpieza interior de las almas. Sucede igual con la Iglesia, como señal e instrumento. Nosotros vemos los miembros visibles de la Iglesia y sus defectos; no vemos la actuación invisible del Espíritu Santo.
El principio sacramental - el espiritu que obra por medio de la materia - comporta el riesgo de producir escandalo, por lo menos a personas "demasiado" espirituales. Dios sabia que algunos se escandalizarian ante su plan de actuar a traves de la Humanidad de Jesucristo. Cuando amplia su plan para actuar a traves de nuestra humanidad, la probabilidad de escandalo es incomparablemente mas grande.
La dificultad historica
La segunda dificultad con que tropiezan los propugnadores de una Iglesia exclusivamente espiritual es lo que Jesucristo efectivamente hizo. !Que contrastes y sorpresas en el modo de actuar de nuestro Salvador! A nuestro entender humano, está lleno de misterio y paradoja.
La Vida oculta de Jesus parece haber sido caracterizada por la calma y la paz. Su Vida Publica está llena de un apremiante sentido de urgencia. Hay urgencia en sus acciones (cf. Luc. 4, 42-44; Mc 14, 42), igual que la hay en su predicación y en sus parabolas (cf. Mat 24, 42-44; Luc 14, 21). Tiene una aguda conciencia del trascurrir del tiempo (cf. Mat 26, 18; Jo 2, 4; 7, 6; 7, 30; 11, 9; 13, 1) y se pone resueltamente a emplearlo bien (cf. Luc 9, 51; Jo 9, 4; 13, 27). Sin embargo, El es Dueño del tiempo, del espacio y del mundo entero. Como canta la Iglesia el Sabado Santo: "suyo es el tiempo y suya la eternidad".
Cristo tenia mucho que hacer, y sin embargo se concedió poquisimo tiempo para hacerlo. Tenia mucho terreno que cubrir, y a pesar de todo no se movio mas allá de los confines de un pequeño rincon del Imperio Romano.
Podia haberse decidido a pasar otros treinta o sesenta años, enseñando, obrando milagros, formando a sus Apostoles, llevando su palabra y su poder a los fines de la tierra. Tenia prisa para aprovechar su tiempo, y con todo no prolongó su tiempo. Tenia prisa para ir a otras ciudades y lugares de Israel (cf. Luc 4, 43). Sin embargo apenas predicó una palabra fuera de Israel.
Su urgencia está llena de misterio; misterio que se hace todavia mas profundo cuando nos percatamos de que es también urgencia para desaparecer de la escena visible (cf. Jo 16, 7).
Habria sido mucho mas logico y eficaz - a nuestro modo humano de pensar - si Aquel que murió publicamente en la Cruz delante de toda Jerusalen, hubiese resucitado con igual publico: !cual no hubiera sido el impacto en el pueblo judio y en el mundo entero! !Como se nos habria confirmado la fe! Sin embargo, su Resurrección quedó escondida para todos menos para unos pocos elegidos. Podria haber resucitado en publico triunfo, pero no quiso hacerlo.
¿Que queria decir cuando afirmo que nos convenia que se fuera (cf. Jo 16, 7)? No nos parece tan obvio. ¿No nos habria convenido mucho mas que se hubiera quedado? Mucho mas logico habria sido, a nuestro parecer que, en lugar de irse al Cielo despues del cortisimo espacio de cuarenta dias, hubiese permanecido - con su glorioso Cuerpo resuscitado - como Cabeza visible de la Iglesia hasta el fin de los tiempos. Nuestra fe en El, y nuestra voluntad de seguirle, se habrian hecho mucho mas fáciles y concretas.
Esta claro que El no ha deseado fácilitarnos la fe de esta manera. Ha querido efectivamente que nuestra fe fuese concreta: fe en su presencia real en la Iglesia. Pero ha querido que esta fe nuestra quedara sometida a una peculiar dificultad: creer en El, presente en la Iglesia, en y por medio de - e incluso a veces a pesar de - los que gobierna y componen la Iglesia.
Dejó su Iglesia apenas recién nacida, sin su presencia visible, pero no la dejó sin Cabeza, no la abandonó. El - su poder, su autoridad, sus dones, su gracia, su culto - quedo por entero en su Iglesia, en y a traves de los hombres.
Para asegurar la continuación de su obra salvadora, Jesus no escogió espiritus puros. Podia haberla sacado adelante por medio de angeles, como ya los habia empleado para anunciar su comienzo (Luc 1, 11; 1, 26; 2, 9). Es evidente que los angeles, estando confirmados en gracia, ofrecian mejores garantías. Uno no se imagina a Gabriel, por ejemplo, cumplir su misión de mala gana, o huir ante su responsabilidad, como hicieron Jonas o Demas (2 Tim 4, 10). Pero Cristo no escogió angeles, sino hombres, criaturas volubles e inconstantes. Y tampoco eligió a unos genios. Pablo, sin duda, es en cierta manera una excepción, pero vino mas tarde. Desde el principio, Jesus escogio a unos hombres corrientes y debiles. Los defectos de los Apostoles se presentan a lo largo de los Evangelios. No obstante todo esto, aquellos pescadores y aldeanos de Galilea - vanidosos, cobardes - serian las columnas de su la Iglesia y los gobernantes de su Pueblo.
Jesus llamó a unos cuantos discipulos; y, de entre ellos, escogió a doce (Mc 3, 13-14) que habrian de continuar su misión (Jo 15, 16). Los revisitó de poder: de su poder y de la eficacia del Espíritu Santo:
- para enseñar su verdad salvadora a todas las naciones (Mat 28, 19-20; Hech 1, 8);
- para gobernar en su nombre (Mat 16, 18-19; Mat 18, 18; Lc 10, 16);
- para limpiar a las almas, para perdonarlas y alimentarlas, y para ofrecer eternamente el Sacrificio de su Muerte y Resurreción (Jo 20, 22-23; Lc 22, 19; 1 Cor 11, 23-27).
Por tanto, la tesis de que la Iglesia como institución - y concretamente la Iglesia con su estructura jerarquica - no estaba en el pensamiento y en la intención del Jesús historico, es contraria a lo que la historia nos enseña de hecho acerca de las acciones y del proposito expreso del mismo Jesús.
La vida de la Iglesia desde el comienzo ha sido la experiencia de la presencia y acción de Cristo - a pesar de las limitaciones, defectos y pecados de los hombres. De hecho, son posibles dos maneras de contemplar la historia pasada o la vida presente de la Iglesia: con fe, y entonces percibiremos la actuación de Cristo, y nos llenaremos de gozo; o con visión humana, lo que nos limitará a ver la obra y los defectos de los hombres, y nos inclinará fácilmente al desanimo o al escandalo.
Los primeros años de la Iglesia
Junto a los hechos historicos de vida de Cristo, hay que considerar lo que conocemos acerca de las acciones de sus primeros seguidores en el periodo inmediatamente posterior a la Ascensión y a Pentecostes.
Desde el primer momento, los cristianos aparecen como una comunidad organizada, unida no solo en la fe y en el bautismo (Ef 4, 5), sino también en el gobierno y la disciplina. La primitiva Iglesia aparece desde el comienzo como un cuerpo jurídico, jerarquico, estructurado. Tiene sus superintendentes y gobernantes (Hech 20, 28; 1 Ped 5, 3; 1 Tim 3, 2, ecc.), que actuan con pleno sentido de su autoridad: son conscientes de su poder de organizar (Tit 1, 5), de gobernar y dar leyes (Hech 15, 23ss; 1 Cor 6, 1; 1 Cor 7, 12ss, ecc.), de juzgar y hasta de castigar (1 Cor 4, 18-21; 2 Cor 10, 5-6; 2 Cor 13, 10, ecc.).
Es verdad que la mayor parte de las leyes positivas de la Iglesia fueron promulgadas despues de los tiempos de Cristo. Esto fue inevitable, dado que el derecho positivo se desarrolla normalmente desde la vida, no tanto en correspondencia con la vida como poniendo en releción la vida con la verdad y la justicia (Estrictamente hablando, no es a partir de la vida en cuanto tal, sino de la justicia de donde deriva la ley).
Efectivamente, solo con el desarrollo de la sociedad eclesial se hizo patente la necesidad de la ley eclesiastica. Las leyes aparecieron como respuesta a situaciones y necesidades concretas, y señalaron las estructuras basicas y las principales lineas de fuerza [2] que daban cohesión a una comunidad en proceso de rapido crecimiento.
Desde los comienzos, pues, vemos como la propagación del Evangelio va acompañada de leyes y medidas disciplinares. Los Hechos de los Apostoles dan ejemplo tanto de detalles pequeños como de asuntos de destacada importancia. Por ejemplo, la misma puesta en practica del espiritu evangelico de generosidad pronto dió lugar a problemas administrativos. Las dadivas espontaneas crean un fondo. Pero hay que administrarlo, y eso puede llegar a ser una tarea ardua. La situación desembocó en el nombramiento de los diaconos, y asi llegamos a los primeros administradores eclesiasticos (Hech, cap. 6).
Hay que escoger a alguien para que ocupe el lugar que Judas habia abandonado entre los Apostoles que Jesús mismo habia elegido. Se podia haber esperado una intervención divina directa tal como ocurriria mas adelante con Pablo. Pero no. Pedro no duda en hacer participar a la comunidad en un modo humano de seleccionar. Les recuerda lo importante que es esta elección. Oran para que Dios muestre su preferencia; pero no esperan que lo haga por medio de alguna señal milagrosa externa. Pasan por un proceso electoral concreto y todos aceptan el resultado como definitivo y, ademas, como señal de que es el Espíritu Santo quien ha actuado por medio de ese proceder suyo (Hech. 1, 15-26).
A la par que la comunidad crece, se presentan problemas que exigen una solución jurídica, de modo especial cuando la Iglesia - compuesta en los comienzos por judios con tendencia a mantener gran parte de las tradiciones judaicas - empieza, en el cumplimiento de su misión universal, a admitir conversos gentiles. Esto da lugar al ejemplo mas destacado de una acción jurídica positiva en la Iglesia primitiva: el Concilio de Jerusalen (A.D. 49-50), cuyas deliberaciones desembocaron en la decisión definitiva de eximir a los conversos del paganismo de una obligación principal de la ley judaica (cf. Hechos, cap. 15).
Al contemplar el desarrollo de la legislación disciplinar y administrativa en la Iglesia de los primeros años, es importante notar que los Apostoles y presbiteros, al ejercer la función de legisladores, estaban plenamente convencidos, no solo de que cumplian una misión que Cristo les habia confiado, sino que aquello que promulgaban procedia principalmente de Dios y que ellos eran instrumentos. Basta con recordar las palabras impresionantes con las cuales declaran las decisiones a las que habian llegado en el Concilio de Jerusalen: "Porque el Espíritu Santo y nosotros hemos decidido..."; y vale la pena subrayar que las decisiones a las que se referian, aunque tenian indudables resonancias teológicas, eran fundamentalmente disciplinares.
El principio de la Encarnacion
La historia confirma lo que la teologia habia anunciado: Jesus, a fin de perpetuar su misión salvadora en la tierra, siguió el modelo de la Encarnación y fundó una Iglesia, una sociedad divina y humana al mismo tiempo. Una sociedad totalmente excepcional, compuesta de hombres y del Espíritu Santo. Una institución con un fin sobrenatural - la salvación del genero humano - , y con una estructura visible.
Cuando se pregunta si la Iglesia debe de ser carismatica o jurídica, espiritual o jerarquico-institucional, la respuesta es que debe ser las dos cosas [3]. De la misma manera a como un sacramento es tanto material como espiritual; y que, en el plan de Dios, lo que tiene de espiritual actua necesariamente a traves de lo que tiene de material.
"La sociedad dotada de organos jerarquicos, y el Cuerpo mistico de Cristo, reunión visible y comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia dotada de bienes celestiales, no han de considerarse como dos cosas, porque forman una realidad compleja, constituida por un elemento humano y otro divino. Por esta profunda analogia se asimila al Misterio del Verbo encarnado. Pues como la naturaleza asumida sirve al Verbo divino como organo de salvación a El indisolublemente unido, de forma semejante la unión social de la Iglesia sirve al Espíritu de Cristo, que la vivifica, para el incremento del cuerpo" (LG 8).
No se insistirá demasiado en que esto es continuación del principio mismo de la Encarnación. Jesucristo es Dios materializado en un momento de la historia y del espacio. Y la Iglesia es la obra y acción de Jesucristo materializadas a traves del tiempo y del espacio (cfr. AG 5). Un Dios materializado, aunque espiritual, y una Iglesia material, aunque espiritual.
Cristo se nos da en la Iglesia; y nosotros hemos de llegar a Cristo a traves de ella. Quien quiere tener a Cristo sin la Iglesia, quiere tener a Cristo bajo sus propias condiciones; y -como maximo - tendrá solo una "parte" de Cristo: parte de su Verdad, de su Gracia, de su Voluntad y de su Amor. Quien desea encontrar a Cristo bajo las condiciones de Cristo, ha de tomar a Cristo "entero", en y por medio de la Iglesia. Entonces estará en condiciones de recibir todo lo que Cristo ofrece.
Ir "escogiendo" - tomando aqui, descartando allá - en la Verdad de Cristo, tal como la Iglesia nos la entrega, es el planteamiento heretico. Hacer lo mismo con la Voluntad de Cristo - tal como nos viene dada en la ley y la disciplina de la Iglesia - es el planteamiento cismatico. El cismatico, no se debe olvidar, mantiene la unidad en la fe, y en el culto y los sacramentos; pero no la mantiene en la disciplina. Allí rompe la comunión. Quiere adherirse a la Verdad de Cristo, pero no está dispuesto a aceptar las fundamentales expresiones eclesiales de su Voluntad. Ahí divide a Cristo.
?Hacia una Iglesia mas santa?
Jesucristo es Dios y Hombre. Su Iglesia es divina y humana. Jesucristo quiso tener un cuerpo: un cuerpo humano verdadero. Aceptó someterse a las necesidades y limitaciones del cuerpo; y lo mismo a sus leyes de crecimiento (Luc 5, 22). Tuvo una boca para hablar, y también para comer y beber; unas piernas para andar; unas manos para trabajar en el banco del carpintero y, al final, para ser clavadas en la Cruz.
De modo parecido, al fundar la Iglesia visible - también su Cuerpo, pero con miembros que son hombres - quiso un Cuerpo estructurado de un modo particular que, habiendo de desarrollarse y crecer en un mundo visible, tendria necesidades materiales ademas de espirituales; un Cuerpo, por otra parte, con miembros sanos pero, también, con miembros pacientes, desfigurados, atrofiados e incluso muertos: muertos que siempre pueden ser llamados de nuevo a la vida.
La Iglesia no es un cuerpo humano que nosotros tenemos que perfeccionar. Es un Cuerpo divino compuesto de miembros que sí necesitan ser perfeccionados. Pero los elementos divinos en la Iglesia permanecen perfectamente sanos; y estos elementos pueden santificarnos si mantenemos una actitud santa hacia ellos.
La Misa es la Santa Misa, incluso si el celebrante fuese el mayor y mas empedernido pecador. Nosotros no podemos santificar mas la Eucaristia. Pero nosotros nos santificamos mas al ofrecerla o al recibirla. Y podemos hacerlo de una manera mas santa: con mas fe y mas amor.
Lo mismo que la operación de Cristo en y a traves de los sacramentos es santa, asi su acción, al enseñar o guiarnos a traves del Magisterio de la Iglesia, es santa. Nosotros no podemos hacer que la doctrina de la Iglesia sea mas santa. Podemos en cambio hacer que nuestra actitud hacia ella sea mas santa, podemos nosotros ser mas santos en el modo de aceptarla, es decir, recibiendola con mas fe y gratitud, con un reconocimiento mas pronto y profundo de la voz de Cristo, que nos habla en el Magisterio: "quien a vosotros os escucha, a Mi me escucha".
Abundando en el paralelismo con los sacramentos, cabe añadir que, aun cuando los hombres no pueden hacer que la Eucaristia sea mas santa, sí pueden crear formas de celebración liturgica que hacen que la santidad y la eficacia santificadora de la Eucaristia sean mas - o menos - evidentes. De modo parecido, los hombres no pueden hacer que la Palabra de Dios - tal como es recibida en las Escrituras yen la Tradición, y tal como es enseñada por la voz viva de Cristo en el Magisterio - sea mas santa; pero sí pueden, por una investigación teológica acertada, hacer que su eficacia y sentido salvifico sean mayores; o, por una investigación desacertada, oscurecer su poder salvador.
Igual que ocurre con los sacramentos, la verdadera naturaleza de la Iglesia solamente se revela a los ojos de la fe; un análisis meramente humano - los ojos de la razon tan solo - nunca desubrirá su verdadera identidad.
Cristo está presente en la Iglesia de manera parecida a como lo está en los sacramentos: escondido bajo formas y acciones naturales y humanas. Cada dia, en el altar, el sacerdote - actuando "en la persona de Cristo" (LG 10) - pronuncia sobre la Hostia las palabras "Esto es mi Cuerpo", y lo enseña al pueblo. Quienes tienen fe pueden rectificar el juicio de que lo que se ve es mero pan. No; es Cristo. Y, al reconocerle, lo adoran.
"Esto es mi Cuerpo", nos recuerda Cristo a diario, señalandonos su Iglesia. Es una llamada a la fe, a rectificar nuestro juicio natural para que, donde la visión humana no ve mas que doctrinas, ritos, decisiones y leyes - palabras y acciones de los hombres - nuestra fe vea a Cristo ("Es necesario que nos acostumbremos a ver en la Iglesia al mismo Cristo. Porque Cristo es quien vive en su Iglesia, quien por medio de ella enseña, gobierna y confiere la santidad" (Pio XII, Encyc. Mystici Corporis, n. 43)).
Juicios humanos
La tentación de juzgar la Iglesia y cada aspecto de su vida en términos puramente humanos siempre acecha. Quiza nos acompaña mas en una epoca como la nuestra en que la confianza en los demas parece resultar especialmente dificultosa. Un apasionado amante de la Iglesia ha escrito que no es licito "juzgar a la Iglesia de manera humana, sin fe teologal, fijandose unicamente en la mayor o menor cualidad de determinados eclesiasticos o de ciertos cristianos. Proceder asi, es quedarse en la superficie. Lo mas importante en la Iglesia no es ver como respondemos los hombres, sino ver lo que hace Dios. La Iglesia es eso: Cristo presente entre nosotros; Dios que viene hacia la humanidad para salvarla, llamandonos con su revelación, santificandonos con su gracia, sosteniendonos con su ayuda constante, en los pequeños y en los grandes combates de la vida diaria.
Podemos llegar a desconfiar de los hombres, y cada uno está obligado a desconfiar personalmente de sí mismo y a coronar sus jornadas con un mea culpa, con un acto de contrición hondo y sincero. Pero no tenemos derecho a dudar de Dios. Y dudar de la Iglesia, de su origen divino, de la eficacia salvadora de su predicación y de sus sacramentos, es dudar de Dios mismo, es no creer plenamente en la realidad de la venida del Espíritu Santo". (Josemaría Escrivá de Balaguer, Es Cristo que Pasa, Ed. Rialp., no. 131).
Quien quisiera oponer el Espíritu Santo y la Iglesia institucional, afirmando que ninguna institución puede suplir la presencia vivificante del Espíritu Santo, evidencia no haber entendido plenamente la Encarnación. La institución es la presencia vivificante del Espíritu Santo: la presencia audible, visible, tangible del Espíritu por medio de quien Cristo continua su obra entre nosotros y en nosotros. Evidentemente no se puede describir la Iglesia como la encarnación del Espíritu Santo; sí cabe, en cambio, describirla como la materialización de la obra del Espíritu.
Cuando nos acecha la tentación de juzgar la Iglesia o de reaccionar humanamente ante el Magisterio o la autoridad eclesiastica, nos puede ayudar el detenernos y hacer, cada uno, la siguiente reflexion: si yo hubiese vivido en Palestina hace 2000 años, ¿que juicio habria emitido de Jesus de Nazaret? De haber tenido un encuentro personal con El, y de haber oido las verdades claras y a veces incomodas que me dirigia y las exigencias que me proponia, ¿como habria reaccionado ante El?
¿Habria actuado como las muchedumbres de gente sencilla que, se nos dice, se sentian atraidos hacia El precisamente por el hecho de que hablaba con autoridad? (cf. Mat 7, 29) ¿O habria reaccionado como los escribas y fariseos, que no podian convenir con un Jesus que no estuviese dispuesto a pactar con ellos?
¿Como me habria comportado yo de haber tenido un encuentro personal con Cristo? No es tan dificil contestar a esta pregunta porque ese encuentro personal con El lo tengo cada dia en la Iglesia, donde me dice que crea su Verdad en esto, o que cumpla su Voluntad en aquello otro. El modo de comportarme ante la Iglesia es, sin mas, mi modo de tratar a Cristo.
Saulo de Tarso observó una institución que no le gustó, y se opuso a ella, con animo de destruirla; entonces descubrio que la institución es Cristo: "Yo soy Jesus, a quien tú persigues" (Hech 9, 5).
Los disidentes modernos podrian aprender mucho de esta experiencia. La posición de Saulo, si no fue propiamente la del disenso dentro de la Iglesia, supuso desde luego tensión violenta contra ella. Sin duda, él no habia ponderado bastante la cuestion: ¿que es esta institución con la que estoy en tension? Pero una respuesta a la cuestión le fue dada; una respuesta que penetró su mente y su corazon con un fulgor de luz de tal intensidad que la reflexión teológica sobre la naturaleza esencial de la Iglesia quedaria iluminada por ella a lo largo de los siglos: Yo soy Jesus, y tu me estás persiguiendo a Mí. Jesucristo se indentifica con su Iglesia, y el mensaje que dirige a los disidentes de todos los tiempos es el mismo: estas enfrentado conmigo.
No es buena eclesiologia la que opone los dones carismaticos a los jerarquicos. La misma Jerarquia es un don carismatico. La Jerarquia, la infalibilidad, el Magisterio... no contrastan con la obra del Espíritu Santo, sino que son expresiones tangibles y concretas de la manera de actuar del Paraclito.
El decreto conciliar Ad Gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, nos ofrece unas palabras muy a proposito. Citando la Lumen Gentium, dice que "el Espíritu Santo "unifica en la comunión y en el servicio y provee de diversos dones jerarquicos y carismaticos" (LG 4) a toda la Iglesia a traves de los tiempos, vivificando las instituciones eclesiasticas como alma de ellas e infundiendo en los corazones de los fieles el mismo impulso de misión con que habia sido llevado el mismo Cristo" (AG 4).
Son pasajes verdaderamente notables. La Lumen Gentium contempla los dones jerarquicos, de una parte, y los carismaticos de otra, no como opuestos entre sí sino como procedentes del mismo y unico Espíritu (y, en ciertos casos, incluso coincidiendo en la misma persona o personas; por ejemplo, el don jerarquico y carismatico de la infalibilidad). El decreto Ad Gentes presenta el Espíritu Santo que vivifica las estructuras eclesiasticas. Estas estructuras, por lo tanto, son vivas - porque el Espíritu les da vida - y son instrumentos de la obra del Espíritu Santo que vela por la obra de Jesucristo y la sostiene: "el Espíritu Santo mantiene indefectiblemente la forma de gobierno que Cristo Señor estableció en su Iglesia" (LG 27).
?Tenia Jesucristo espiritu anti-jurídico?
Está claro que la Iglesia - por voluntad divina - es una sociedad visible. Y una sociedad visible es necesariamente una sociedad jurídica; una sociedad visible no puede prescindir de la ley. Jesucristo quiso que su Iglesia fuese verdaderamente visible, y verdaderamente espiritual. Pero no la quiso anarquica.
Es totalmente falso sugerir que Jesus estuviese de alguno modo imbuido de un espiritu anti-jurídico. Al contrario, se presenta claramente en el Evangelio como hombre de ley, como legislador, como quien está de parte de la ley. La defiende explicitamente (Mat. 5, 17: "No penseis que he venido a abolir la Ley"); la clarifica (Mat 19, 3-9) y perfecciona (Mat 5, 22, 28, 32, 34, etc.). Quiso, efectivamente, superar la Primera Alianza para que diese lugar a la Nueva. Pero ratificó todos los principales mandatos de la Antigua Ley (cf. Mc 10, 19), a la vez que legisló leyes y mandamientos nuevos (Jo 13, 24; 14, 15; 14, 21).
Al afirmar que la Iglesia es, por voluntad divina, una sociedad jurídica, no se afirma que Jesucristo le haya dado todas sus leyes. No; dió algunas, pero lo que le dió, de manera particular, fue su naturaleza jurídica. Puso la base, y dio a la Iglesia el derecho y el deber de organizarse sobre esta base, prometiendo que, al hacerlo, gozaria de una especial asistencia divina (Mat 18, 18).
En este Cuerpo de la Iglesia, podemos concluir, algunos elementos de la estructura son fundacionales; en otras palabras, han sido dadas y colocadas por el mismo Fundador, con forma y contenido determinados; y son por tanto permanentes e inmutables (sacramentos, primado papal, episcopado...). Otros elementos son accidentales; han sido introducidos por los hombres, y se dejan en manos de los hombres para que los mejoren o desmejoren, de acuerdo con su sabiduria y prudencia, o falta de ellas. E incluso alli, sin embargo - detras de los posibles o inevitables errores de los hombres - Cristo sigue presente, quizas con la Cruz, invitandonos a seguirle.
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Hay otro aspecto a este tema que no tenemos tiempo de desarrollar aqui. Algunos cristianos, incluso algunos sacerdotes - de un modo habitualmente inconsciente - , "dividen" a Cristo. Aman, con amor sincero, al Jesus historico. Pero no aman a la Iglesia, olvidando que la Iglesia también es Jesucristo en la historia.
Esta posición parte indudablemente de una eclesiologia deficiente; pero también de una cristologia deficiente, ya que se basa sobre el supuesto de que Cristo no nos amó bastante como para permanecer con nosotros; que el Señor ha sido incapaz de superar las distancias del tiempo y del lugar, quedando asi como una figura remota y disminuida, que se va perdiendo paulatinamente con el pasar de los siglos.
Una cristologia tan deficiente trae sus consecuencias. La falta de fe en Cristo presente en la Iglesia lleva inevitablemente a una debilitación de la fe en el Cristo de la historia: en su concepción y nacimiento virginales; en sus milagros, en su Resurrección, en su Divinidad... Lleva a una fe debilitada en su presencia y acción en los sacramentos, y por supuesto a una fe disminuida no tan solo en la Escritura, sino también en la presencia y acción de Cristo en la Tradición y en el Magisterio... Quien procura amar a Cristo, debe hacerlo cada vez a mayor distancia. Su voz se hace mas dificil de oir, su voluntad mas dificil de seguir, su presencia mas dificil de hallar. Parece que El ya no está presente.
NOTAS
[1] cfr. el primer parrafo de la Lumen Gentium que dice así: "la Iglesia es en Cristo como un sacramento o señal de la intima unión con Dios y de la unidad de todo el genero humano". También el Decreto Ad Gentes insiste que el Señor "fundó su Iglesia como sacramento de salvacion" (AG 5; cf. LG 48; GS 42). Los aspectos espirituales y los institucionales de la Iglesia se armonizan, en el Vaticano II, en una eclesiologia plenamente Cristocentrica. El enfoque dialectico, que tiende a caracterizar el pensamiento protestante - contrastar y oponer lo material y lo espiritual, lo humano y lo divino - se debe, en ultimo término, a una comprensión deficiente de la Encarnación.
[2] La ley siempre crea cierta tension: la buena tensión que mantiene al hombre errante en el camino de la justicia y le une con sus semejantes dentro de la comunidad.
[3] Quien ve lo "institucional-jurídico" como necesariamente opuesto a los "espiritual-carismatico" cae en esa tendencia dualista que hemos comentado anteriormente: tendencia que lleva a algunas personas a ver oposición donde una visión mas clara ve complementaridad. No tiene por qué existir oposición entre lo institucional y lo espiritual, igual que no la tiene que haber entre ley y libertad, autoridad y conciencia, bien comun y bien particular.