Un principio personalista-institucional impregna la fe cristiana. La Segunda Persona de la Santísima Trinidad se hace carne; vive y muere - y resuscita - por nosotros. Vuelve al Cielo; pero deja atrás - instituye - una Iglesia, unos sacramentos, una doctrina, en los cuales El está presente, y a través de los cuales, cada uno de nosotros puede tomar contacto personal, vital y salvador con El.
En mi opinión, entre los derechos humanos más preciados, junto con el derecho a la vida y a la libertad, se cuenta el de buscar la felicidad. Pero, de manera parecida a como pueden perderse la vida o la libertad, puede perderse la felicidad; o, por mucho que se busque, puede fracasarse en el intento de encontrarla. El fallo puede proceder de no buscar donde puede encontrarse, o de no hacerlo de la manera adecuada. Existen reglas precisas para la búsqueda de la felicidad y también ?una vez que se ha alcanzado?, para su conservación; de manera parecida a como hay reglas para la búsqueda y la conservación de la propia libertad, y para la misma vida. La existencia humana tiene reglas; si no se observan, el resultado puede ser su pérdida, o al menos la incapacidad para lograr que sea libre y feliz.
«Dilexit opere et veritate Ecclesiam Dei et Romanum Pontificem»: estas palabras, que Mons. Escrivá de Balaguer hizo colocar junto a una reliquia de Santa Catalina de Siena, bien se le podrían aplicar a él mismo.
Ya en 1939, escribía: «¡Qué alegría, poder decir con todas las veras de mi alma: amo a mi Madre la Iglesia santa!» [1] «Gracias, Dios mío, por el amor al Papa que has puesto en mi corazón» [2]. Esa alegría y ese amor —bien cuajados en obras de servicio— fueron intensificándose a lo largo de toda su vida sacerdotal.
(Apendice: Felicidad y Entrega en el Matrimonio)
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