2. ¿Sexo antes del Matrimonio?

2. ¿Sexo antes del Matrimonio?
La relación sexual, como vimos en el primer capítulo, es un factor importante en el proceso normal por el que cada hombre o mujer debe crecer en madurez. A la inmensa mayoría de las personas, la sexualidad se presenta como llena de interés e incluso de fascinación. Parece encerrar la esperanza de una felicidad especial; y sin embargo viene caracterizada a menudo por la tensión y la discordia. Puede ser imbuída de idealismo, y nublada por la obsesión. Tiene un fuerte poder de atracción entre las personas, a la vez que puede dejarlas amargamente separadas.
Si la sexualidad es tan importante en el desarrollo personal y en las relaciones interpersonales, ¿por qué ha de ser una realidad tan delicada y tan llena de complejidad y peligro?
De hecho, encierra cierto misterio, pero puede ayudar a comprenderlo si partimos del concepto de la simple amistad, también porque la relación sexual que deseamos considerar en este capítulo implica o debe implicar una forma especial de amistad.
La amistad
La persona humana no llega a madurar (ni encuentra la felicidad) en un situación de aislamiento. Hace falta relacionarse con los demás; no sólo de modo general sino con algunos en concreto que cabe apreciar como amigos, en quienes se puede confiar de modo especial porque se encuentra en ellos simpatía, respeto, comprensión... La tendencia a buscar amigos es universal. La amistad es una de las grandes bendiciones de la vida - que no todo el mundo disfruta. No tener amigo alguno es padecer una desventaja tremenda - sin nadie en quien confiar, con quien comunicar y compartir las vicisitudes de la vida... Quien no tiene un solo amigo en el mundo está verdaderamente solo e infeliz.
¿Por qué necesitan las personas humanas relacionar entre sí? ¿Por qué ha de ser la amistad el factor más normal que crea lazos entre las personas? Volvemos de nuevo al Libro de Génesis y a aquel primer divino comentario sobre la persona humana: 'no es bueno para el hombre estar solo' (Gen 2:18). Dios lo creó para la comunión, no para la soledad o el aislamiento; no para tener sólo vecinos distantes, sino algún compañero real, algún amigo de verdad.
La amistad implica el amor (un amor sin los atributos esenciales de la amistad no es verdadero amor). Amigo es alguien del cual te cuidas, en quien te fías, a quien deseas el bien y no el mal, con quien te sientes más a gusto que con un mero conocido, quien crees que te aprecia y te respeta lo mismo que tú tienes respeto hacia él o ella. La amistad normalmente arranca de un encuentro casual, crece a la par que uno se siente comprendido o complementado por el otro, parece prestar mayor integridad a la propia vida, llegando a veces a constituirse en vínculo que liga hasta la muerte.
Tener muchos amigos es algo que les gusta a los niños, aunque su concepto de la amistad es a menudo bastante egoísta. Si no superan este egoísmo, tenderán a perder a sus amigos, ya que nadie (excepto Dios; y un buen padre o madre) ama a una persona egoísta[1]. Y puesto que todos tenemos una gran dosis de egoísmo, anteponiendo lo que parece bueno para nosotros en vez de lo que es bueno para los demás, el egoísmo al que no se ofrece resistencia es enemigo radical de cualquier amistad genuina y duradera.
La amistad en la niñez y en la adolescencia
En la niñez, aunque hay una cierta tendencia de asociarse los niños más con los niños, y las niñas más con las niñas, los niños y las niñas pueden naturalmente ser buenos amigos entre sí. En todo caso antes de que lleguen a la adolescencia, ya tienen una idea bastante exacta de lo que implica la amistad - ese poder fiarse de alguien que no es egoísta (por lo menos hacia ti), que no engaña o se aprovecha di ti, con quien puedes compartir tus secretos, tus penas, tus sueños...
Entre los chicos y chicas pre-adolescentes, hay por supuesto un sentido de que los sexos son distintos, pero no es un normalmente obstáculo a una amistad genuina entre un chico y una chica en particular - por cuanto cada uno puede por lo demás hacer eco de los juicios comunes: los chicos son todos agresivos y estúpidos; las chicas son todas tontas y blandas.
Con la adolescencia empiezan a cambiar las cosas. Las diferencias sexuales asumen un nuevo significado e importancia en las relaciones interpersonales. Una amistad que ya existe entre dos chicos o dos chicas puede tener que pasar por la prueba de los celos si ambos amigos empiezan a interesarse por la misma chica o el mismo chico. Y, ¿por qué no se le puede incorporar simplemente como un nuevo amigo[2]? No; no ocurre así, porque se está descubriendo ese particular sentido de posesividad, de anhelar exclusiva posesión, que ahora aparece en el nuevo y perplejo mundo de la sexualidad.
Amistad y atracción sexual
En la adolescencia la incipiente atracción sexual es natural y a la vez problemática: es misteriosa, y parece prometer algo grande. En su primer despertar juvenil, la sexualidad humana evoca encanto y respeto. Tiende inicialmente a estar acompañada de admiración y reverencia, y de un deseo de agradar, de ser aceptado y de corresponder a cualquier acogida. Esto no tiene que desaparecer; pero, sobre todo en los chicos, pronto tendrá que enfrentarse con un nuevo factor poderoso y perturbante: una fascinación con el cuerpo del otro sexo, en la que hay poco de admiración y mucho de deseo egoísta. Está a punto de comenzar una batalla, cuyo resultado determinará el equilibrio o desequilibrio sexual de la persona y la calidad de las relaciones intersexuales que será capaz de entablar.
El drama empieza cuando esa atracción general de chico a chica lleva a un interés más personal, a algo que se siente como un afecto particular. Tanto depende de lo que sigue en la práctica. Según la nobleza de lo que se siente como una nueva forma de amistad o de amor incipiente, cada uno comprenderá que este amor está acompañado de una atracción física en la que hay algo egoísta y acaparador que habrá que tener bajo freno para que el egoísmo no mine la amistad o el amor.
No resulta tan difícil - pero absolutamente importante, eso sí - que los jóvenes comprendan la diferencia entre el deseo sexual y el amor sexual, entre la atracción corpórea y el afecto personal. Un chico puede experimentar una creciente fascinación (qué fácilmente puede degenerar en una obsesión) con el cuerpo femenino en sí. Puede comprender, o no, cuánto necesita controlar esa fascinación. La prueba real, el momento de la verdad, viene cuando se da cuenta de que ama a una chica en particular. Ella también tiene un cuerpo femenino; pero su afecto, aun cuando no sea más que una amistad pasajera, puede ayudarle a pensar: me gusta esta chica; me gusta demasiado para querer usarla. No se usa a un amigo; se le respeta[3].
Hemos así formulado una regla primordial que vale para la amistad, y todavía más para el amor, en concreto para el amor entre los sexos. La verdadera amistad, el verdadero amor, respeta al otro. Si quiere aprovecharse del otro o usarlo, ya no es verdadero amor o amistad; el egoísmo lo está adulterando.
Amor y sexo
El sexo es un hecho de la vida demasiado importante para ser simple. Es una de las realidades más delicadas que tenemos que manejar. Se puede romper y, si se rompe, puede con él romperse una vida o una serie de vidas. Pocas realidades son más destructivas que el sexo no regulado. ¿Parece esto un juicio negativo o exagerado? Veamos.
Consideremos dos afirmaciones: "el sexo es bueno", y "no hay nada malo en el sexo". Podrían parecer ser dos maneras ligeramente diferentes de decir lo mismo. No lo son.
El sexo es bueno. La doctrina cristiana no sólo acepta sino defiende la bondad de la sexualidad. Pero decir que el sexo es bueno no es lo mismo que decir 'no hay nada malo en el sexo'. És algo muy distinto. Es una afirmación que ninguna persona cuerda puede sostener, lo mismo que no se puede mantener que no hay nada mal en la naturaleza humana. Nuestra naturaleza humana es buena. Pero también en ella nos encontramos ante cosas malas. ¿No hay nada malo en nuestras reacciones de codicia, de enojo. de odio o de venganza?... No; cualquier sea la causa (los cristianos afirman que es el Pecado Original), muchos de nuestros instintos, buenos en sí, tan fácilmente salen mal, y cabe que muy mal. El instinto sexual se encuentra entre ellos.
El sexo, en su lugar apropiado, desempeña un papel noble en la vida, y lleva a una realización noble en el matrimonio. Sin embargo, no es fácil mantener el sexo en su lugar apropiado. En ese lugar está subordinado al amor, controlado por el amor. Pero se precisan los mejores esfuerzos del amor - del amor para con Dios y del amor humano - para mantener el sexo en su lugar. El hecho es que el sexo no se subordina fácilmente al amor ni al control que sea. Y el sexo insubordinado tiende a ser muy destructivo, sobre todo del amor.
Algunas distinciones
Esto se ve más claramente si se recuerda que, contrariamente a lo que algunos sugieren hoy en día, el sexo y el amor no son lo mismo. Ni mucho menos. Subordinado al amor, como acabamos de notar, el sexo tiene un papel noble. Pero el sexo que domina, el sexo por sí solo, el sexo en aislamiento - lo que propiamente se llama lujuria - es todo menos noble y se diferencia totalmente del amor. A fin de cuentas, el deseo sexual puede dirigirse hacia cualquier miembro atractivo del otro sexo, mientras el amor sexual se dirige hacia uno en particular. No es difícil señalar otros puntos de contraste:
- El amor es generoso; el sexo es egoísta;
- El amor busca dar; el sexo, tomar;
- El amor quiere agradar; el sexo, tener placer;
- Incluso físicamente, el amor es sensible y delicado; el sexo es áspero y agresivo;
No acaban ahí los contrastes:
- El sexo puede comprarse; lo que no es posible con el amor;
- El amor se ríe, es alegre: el sexo es tosco y absorto;
- El amor abre la persona al bien del otro; el sexo la cierra en su propio egoísmo;
- Un acto expresivo del amor deja a la persona feliz y contento; una satisfacción sexual (insisto en que me refiero al sexo aislado del amor) deja atrás un sensación de tristeza e incluso de degradación.
Por tanto, cabe que el sexo - la atracción entre los sexos - ennoblezca a las personas si lo ven y lo viven en el contexto del plan divino para la madurez personal y para el amor humano y el matrimonio. O cabe que degrade a las personas esclavizándolas en el deseo egoísta y de este modo excluyéndolas de la posibilidad de amar de verdad o de ser de verdad amadas.
Por consiguiente no toda actividad sexual muestra el amor o fomenta el amor. Todos tenemos una atracción general hacia el otro sexo. Pero cuando esta atracción se particulariza hacia una persona concreta, es elemental - si se quiere conocerse a sí mismo y saber adonde se va - preguntar: ¿es esto algo que me impulsa a amar, a mostrar mi amor hacia alguien, o es un impulso a buscar mi propia satisfacción y a utilizar a otra persona como medio a ese fin? Si no nos planteamos esta pregunta, entonces no nos conocemos a nosotros mismos y quizás no queremos conocernos.
Atracción y posesión
La atracción sexual puede ser simplemente corporal; entonces es deseo físico más que amor para la persona. Al deseo sexual físico le hace falta poco o ningún tiempo para desarrollarse. Se despierta rápidamente y quiere la satisfacción inmediata. Busca posesión del cuerpo sin ningún compromiso del corazón. Es inconstante, tiende a cambiar, puede llevar a la promiscuidad.
Pero la atracción sexual también entrará en lo que puede llegar a ser un verdadero amor. Ahora bien, el amor, si no es mera infatuación, sí necesita tiempo para desarrollar. Es amor no sólo para el cuerpo sino más importantemente para la persona, y es sólo de modo gradual que la persona puede conocerse. Cuanto más se vaya conociendo una persona que merece amar, más se le puede amar a él o a ella. Éste es un proceso que necesariamente requiere tiempo, pero no necesariamente sale bien. Al llegar gradualmente a conocer a la persona, ésta puede resultar ser menos amable de lo que se pensó en el inicio. O a la par que la otra persona llegue a conocerme a mí, puedo yo resultarle menos amable...
Todos tenemos defectos. Sólo la persona vanidosa piensa que no tiene defecto alguno. Y, al casarse, sólo una persona muy superficial o inmadura piensa que la otra parte no tiene defectos. El matrimonio siempre es una alianza de amor entre dos personas defectuosas. Es ésta la precisa razón por la que tiene que haber - tiene que desarrollarse - no poco amor antes del matrimonio, para que cada uno pueda decir, yo le amo, yo la amo, con sus defectos, pienso que él o ella me ama con mis defectos, y también pienso que podemos no obstante hacer que salga bien, y estar felices juntos.
Hasta el momento del casamiento, se es libre de decidir: No, yo no me casaré con esta persona. Esta decisión puede ser porque una parte ha descubierto demasiados defectos en la otra. También puede ser porque la misma parte es demasiado egoísta y calculadora, y no está preparada a luchar contra los propios defectos lo suficiente para lograr que vaya adelante bien un matrimonio con otra persona defectuosa. Semejante decisión puede ser prudente, ya que evita lo que podría resultar un matrimonio infeliz. O puede ser un error muy grande, en cuanto echa a perder el único matrimonio donde el propio ego defectuoso resultaría amado por otra persona.
Antes de casarse, por tanto, hace falta un período durante el cual puede discernirse el amor, y el amor mismo puede crecer: período que se ha solido llamar noviazgo. Lo que más se opone a un crecimiento en el amor durante el noviazgo no son tanto cualesquiera defectos de carácter como la falta de mutuo respeto. Es esto lo que quisiéramos subrayar. El respeto mutuo, sobre todo en el campo de la sexualidad física, es el único escenario dentro del cual el amor puede crecer. Es la condición para que el amor permanezca clarividente - es decir, bastante clarividente como para ver si hay suficiente amor entre los dos para durar toda una vida. Por tanto, el período del noviazgo no es tanto para disfrutar del amor, cuanto para descubrirlo; para descubrir el grado y la profundidad del amor; y la capacidad de amar de cada uno. En una palabra, es el tiempo para darle al amor la ocasión de crecer.
Si se conoce esa facilidad con que la atracción sexual física se despierta y crece en intensidad, será más fácil tratarla con firmeza para tenerla bajo control. Si se le da rienda, crece; una chica y un chico pueden sentirse fuertemente atraídos entre sí, con la impresión de estar profundamente enamorados; pero si se casan basándose sólo en esta impresión, puede no durar; porque nunca supieron crear las condiciones en las que el mutuo amor y respeto puedan crecer.
Unión sexual, ¿expresión natural del amor sexual?
Ahora podemos plantear la cuestión principal: si el trato sexual en el matrimonio es no sólo una expresión de amor sino un medio para que crezca, ¿por qué ese trato antes del matrimonio no puede igualmente ser un medio para expresar el amor y ayudarle a crecer?
En primer lugar, el trato sexual matrimonial, aunque lícito, no siempre es expresión del amor; no lo es cuando es simplemente un medio de auto-satisfacción y no de auto-donación. En tal caso tampoco ayuda a que crezca el amor, también porque la otra parte será consciente del egoísmo que lo domina. De manera que no es totalmente verdad decir que el acto sexual es la expresión natural de amor sexual humano. Es la expresión natural en ciertas circunstancias, pero no en otras. Importa muchísimo comprender entender esto; y no es demasiado difícil entenderlo - si uno realmente quiere. Veamos.
Hay muchas maneras de demostrar de modo físico o corporal cómo se aprecia a otra persona. Cabe expresar una apreciación negativa poniéndole mala cara o dándole la espalda; o una apreciación positiva con una sonrisa o un apretón de manos, si es sincero. Caminar juntos cogidos de mano parece significar más, y un abrazo o un beso es normalmente una señal de afecto especial[4]. Un apretón de manos excepcionalmente caluroso parece decir, "me alegro de verte porque eres alguien muy especial para mí; alguien con quien creo poder contar; y quiero que sepas que tú puedes contar conmigo". Ciertos gestos físicos de aprecio implican mucho; si no, son falsos e hipócritas.
¿Qué demuestran dos personas cuándo prolongan un apretón de manos? ¿Afecto?; puede ser. ¿Cuándo se besan? ¿Todavía más afecto?; también puede ser. Participar en la intimidad sexual parecería significar más que el mero apretar la mano o besarse. ¿Qué más significa? ¿Y por qué significa más? Significa más porque da más: dando no sólo placer sino dando a sí mismo. Por tanto, si ese darse es mutuo, representa el don recíproco de dos "yos" y de ahí es un acto de unión[5].
Por eso es por lo que es un don que no se da a cualquiera sino sólo a alguien especial, muy especial. En última análisis, pienso que yo me daría sólo a alguien que está dispuesto ciertamente a aceptar ese don mío pero preparado también a hacerme un parecido don de su propia persona. Si no, yo estoy dando demasiado a cambio de demasiado poco; y me quedo más pobre, mucho más pobre, como resultado.
No; el amor auténtico entre un hombre y una mujer nunca encuentra una expresa suficiente en la mera intimidad sexual, porque lo que amor anhela es una unión no sólo de cuerpos sino de almas[6]. Lo que el verdadero amor desea no es meramente poseer o disfrutar de este chico o chica, sino unirse a él o a ella; y eso implica darme a él o a ella, recibiendo su don de sí a cambio. ¡Que maravilloso proyecto!: Yo me doy a otro, y él o ella se da a mí; y nos pertenecemos mutuamente...
¡Nosotros nos perteneceremos! Él o ella me pertenecerá a mí, será mío; y yo suyo. Es importante que las personas jóvenes se den cuenta de la belleza de esta aspiración de amor y del desafío que comporta; de otra manera pueden no tomar conciencia de una especial dificultad moderna que se opone al desarrollo de su amor - qué no es tan sólo una ligereza general con que se trata la castidad, sino también un miedo generalizado hacia cualquier tipo de compromiso: un punto que pronto miraremos en más detalle.
Más sobre la relación entre el amor y el respeto
Tratándose de la relación entre dos personas - yo y él o ella - un modo de calibrar la experiencia de la intimidad es verificar si me deja "más cerca" del otro, con más aprecio del otro, con más respeto hacia él o ella, o con menos? Si hay menos respeto, entonces la "intimidad", en lugar de acercarnos el uno a la otra, nos ha dejado más apartados. Ninguna auténtica expresión del amor debe tener esta consecuencia.
La firmeza y la rapidez por parte de cualquiera de las partes para cortar cualquier cosa que, a su parecer, ha comenzado a mostrarse egoísta, demuestra un profundo respeto para con la otra. Quien reaccione así, lejos de negarse a expresar el amor, lo está expresando de la manera más auténtica. Lo opuesto puede ser una expresión de simple egoísmo.
El respeto, como hemos visto, es parte integrante del amor y de la amistad: el amor pide respeto. La falta de respeto deniega o socava el amor. Como hemos dicho, es éste también un principio básico de las relaciones sexuales humanas. Mi relación con chicas o chicos ¿quedará marcada por el respeto (aprecio, admiración) o será una relación de uso-explotación[7]? ¿Será un abrirme hacia la vida y los demás, o un cerrarme sobre mí mismo? Es la alternativa entre el amor (aprender, paso a paso y con esfuerzo, a amar) y buscarse a sí mismo (cayendo rápida y fácilmente en el egoísmo).
Aquí de nuevo, cabe validar esto por las normas de la amistad ordinaria. La primera calidad, y la más básica, de la amistad es el desear lo que es bueno para el amigo y si el posible ser agente para él de ese bien. Tener un amigo sólo para disfrutar de él o para usarlo o explotarlo, pero sin respetarlo, es no tener un amigo o no serlo. En el caso de una relación más particular de chico-chica esta norma de la amistad retiene su validez y se demuestra aun más importante. Al tener novio o novia, conviene preguntarse: ¿cuánto le aprecio?, ¿cuánto le admiro?, ¿cuánto le respeto? Si faltan tales disposiciones, entonces él o ella no es un amigo mío; o yo no soy un amigo de él o de ella. Nuestra relación real no es de amistad sino de sacar ventaja el uno del otro.
Es importante que las chicas sepan que mientras una mujer, o por lo menos algunas mujeres, pueden admirar a un hombre aun cuando sea perdidamente sensual (cosa que todavía puede resultarle a la mujer una señal de masculinidad), lo contrario no es verdad. Un hombre puede sin duda desear a una mujer sensual, pero nunca la admirará; su sensualidad se ve como un defecto femenino. En balde protestará el feminismo radical contra esto, como si constituyese un "handicap" para la mujer. Nada de eso; estamos delante de un hecho elemental de la psicología sexual: los hombres esperan que las mujeres sean mejores - "más puras" - y desprecian en sus corazones a la mujer que no lo sea.
El "dar" excluye el prestar o el pedir prestado casuales
El acto conyugal implica un don, un darse y no un sencillo préstamo. Una persona puede prestarse a sí misma durante un día o una noche, o indefinidamente - hasta que uno se reclame, puesto que un préstamo es algo del que siempre cabe volver a entrar en posesión. No es así con un don. Uno se da a sí mismo irrevocablemente. Si no, no hay don auténtico. ¿Cómo se ama? ¿De manera temporaria y tentativa, o para siempre? ¿Qué anhela la naturaleza humana? ¿Una amistad o un amor provisional y de ensayo del que nunca me puedo fiar porque puede ser retirado en cualquier momento - y entonces yo me encontraré una vez más desvalido o sin amor? ¿Es eso lo que realmente se necesita? Relaciones provisionales: ¿es eso todo lo que yo quiero, todo aquello en lo que quisiera poder confiarme?
Uno se da a sí mismo sólo a alguien muy especial. ¿Quiero tener a alguien muy especial en mi vida, tan especial que estoy listo a darle a él o a ella lo que no daría a nadie más? ¿O es sencillamente que no me interesa ser tan especial a cualquiera, o tener alguien que sea tan especial a mí? Cabe aquí intentar vestir el "no me interesa" en el disfraz de una aparente autosuficiencia - "yo prefiero mi independencia". Pero eso realmente significa, "no me importa mi soledad", porque ahí es adonde lleva y donde deja la persona al final. ¿Es esto lo que quiero?
Pues bien; queriéndolo o no, ¿no es ésta la situación en que muchos jóvenes se encuentran hoy? Más aislados a consecuencia de haber compartido con otro una experiencia "intensa". Las experiencias intensas de auto-satisfacción no logran superar la soledad. Sólo lo logran las experiencias profundas de compartir y de dar. La experiencia casual del sexo puede ser intensa pero no es profunda; es pasajera y superficial. Deja al individuo aislado porque ha reducido lo que debería de ser una gran experiencia humana a un embriagarse trivial. Tal individuo no tiene nada que anticipar sino más de lo mismo, cada vez más esclavizado a experiencias que dejan su vida cada vez más vacío y sin sentido.
El "sexo seguro" es todo un reclamo del mundo contemporáneo. Pero aquello contra que la relación sexual tiene que asegurarse es sobre todo el egoísmo - que se hace presente tan fácilmente en lo sexual y lo convierte en algo destructivo. El sexo egoísta fomenta la violencia en el hombre, y la explotación en la mujer; instinto bruto en él, y vanidad calculadora en ella. Los dos son enemigos formidables del amor. Toda cesión al egoísmo disminuye la capacidad de amar de la persona, pone trabas al proceso de aprendizaje en el amor, y la encierra más y más en el aislamiento.
Para darse, hay que poseerse
No es posible hacer un regalo si no se tiene nada que dar. La chica que se da a la ligera sabe que ha echado a perder su ser virginal. ¿Y a cambio de que? Esa virginidad, señal y prueba física que una mujer se ha guardado entera para darse integral y definitivamente, ya no es suya para ofrecerla como prenda y prueba de su don definitivo de sí. Ella se ha devaluado radicalmente a su propios ojos y a los ojos de cualquier hombre que la puede casar en el futuro. Es ciertamente verdad que un hombre puede devaluarse de modo semejante. Pero es ley de la naturaleza que la mujer tiene que pagar su propia desvalorización a un costo más alto.
Entonces, ¿no es posible que un matrimonio entre personas no-vírgenes salga bien? Es posible: pero sólo si las dos saben generar un amor matrimonial de calidad tan generosa que logre disipar el sentido de segunda mano que habrá señalado su primer encuentro matrimonial, la conciencia de dar y aceptar un regalo ya usado. Ese sentido de unión de segunda mano siempre acompaña el matrimonio al que han precedido relaciones sexuales con un tercero. Pero las consecuencias devaluantes son también inevitables si la causa del matrimonio no-virginal es que la pareja ha tenido relaciones sexuales pre-matrimoniales entre sí. Nunca pueden tener la experiencia totalmente única de dos personas que en su noviazgo se han amado y se han respetado de manera tal como para guardarse totalmente, precisamente para darse íntegramente y por primera vez - esa experiencia que debe ser propia a la noche de bodas y que más de nada confirma el sello de un amor verdadero, fiel, y exclusivo y consagra a cada uno de los esposos antes el otro. El matrimonio de dos personas que han sido 'remisas' antes de su boda nunca puede tener tal experiencia o sellarse así. ¿Sabrán alcanzar esa profunda reverencia mutua y reverencia para el acto conyugal cuando su acercarse al matrimonio fue señalado por tan poca comprensión del misterio de la sexualidad y de tan poco respeto mutuo?
Compromisos "de prueba". Miedo al compromiso
Como ya hemos apuntado, domina nuestras perspectivas modernas una mentalidad que se habrá de superar si se quiere encontrar toda la felicidad que el amor parece ofrecer; esa mentalidad es el miedo prevaleciente hacia el compromiso. Es un gran enemigo del amor de auto-donación. El hombre contemporáneo tiene miedo hacia el compromiso porque parece pedirle que renuncie a su propia libertad. Si no logra superar este prejuicio, se quedará con una "libertad" inútil, porque nunca sabrá decidirse por una elección que valga la pena, o permanecer fiel a la elección hecha. Tener miedo al compromiso es tener miedo a la misma libertad. Demuestra una inteligencia que no llega a descubrir nada de valor para escoger y/o una voluntad incapaz de mantenerse firme en una opción valiosa; o las dos cosas a la vez. En todo caso tal persona permanece incapaz de una verdadera auto-donación. Tiene miedo al amor, mientras aquello de lo que habría de tener miedo es el egoísmo. El amor abre la persona a nuevos horizontes y retos de generosidad, de felicidad, de comunión. El egoísmo, la incapacidad de amar y de salir de sí mismo, deja la persona en un aislamiento creciente, donde va trazando círculos cada vez más estrechos alrededor de sí[8].
En nuestra cultura actual existe una filosofía o actitud pervasiva que promueve la 'independencia' en contra del compromiso, es decir, en contra de todo "pertenecerse" o mutua dependencia, y por tanto en contra del matrimonio. Quien contempla el matrimonio hoy necesita entender esto y clarificar su propia posición ante la disyuntiva de "libertad vs. compromiso". La persona que siempre quiere la "libertad para ser libre", nunca será libre para amar, porque nadie ama de verdad a menos que quiera comprometerse en el amor. ¿Cómo se puede afirmar "estar enamorado" si se está resuelto a "dejar de amar" en cuanto amar a la otra persona empieza a resultar un poco difícil? Entonces y a lo sumo, uno está "enamorado" de sí mismo, con el peligro de quedarse encerrado en ese amor a sí: en la forma más miserable y aislada del amor que fácilmente se convierte en el auto-desprecio y hasta en el odio de sí. Aislarse en el odio de sí; ¿suena al infierno, no? De hecho, a menos que se supere, es su anticipación.
No es bueno para el hombre estar solo; o darse "a medias". De ahí deriva la naturaleza radicalmente infeliz y frustrante de los lazos "cuasi-matrimoniales"; es decir, lazos que carecen de todo compromiso definitivo. No me refiero aquí a la simple promiscuidad sino a la situación de parejas que quieren alguna clase de relación semi-conyugal en la que habrá un cierto sentido de pertenencia mutua; pero no de manera definitiva, sino siempre con una salida...
Tal relación dista tanto del matrimonio que quienes "experimenten" con ella probablemente no se casarán en la vida; o si se casan, no es probable que su matrimonio dure, basándose sobre presupuestos tan quebradizos. Cada uno en el fondo permanece dentro de su propio proyecto; no existe una empresa compartida. El "yo", en lugar del "nosotros", queda como el punto de referencia y el centro para cada uno. El otro nunca pasa de la categoría de un compañero "de ensayo": útil quizás para cierta finalidad pero no merecedor de un compromiso personal auténtico.
Aquí no hay ningún verdadero don de sí; cada uno sólo se presta al otro, sólo da en parte. Después en la vida es muy difícil que puedan superar el convencimiento de que yo nunca he encontrado a nadie a quien valía la pena entregar mi vida; o yo nunca he sido capaz de entregarme; o quizás sencillamente: nadie me ha aceptado; nadie jamás me ha considerado digno de aceptar incondicionalmente[9]y.
Quienes no aman no saben encontrar el amor; quienes no se dan no saben encontrarse a sí mismos. La vía de cuasi-compromiso es una vía de auto-frustración. Ahí uno no da nada. Uno sencillamente se hipoteca; y así que siempre puede "redimirse". Pero ¡a que costo! Porque lo que se redime es un yo devaluado, y cuántas más veces se hipoteca, más devaluado es el yo que se recupera y con el que se queda.
"El amor entre el hombre y la mujer sería malo, o por lo menos incompleto, si se quedase en el amor en cuanto deseo. Porque el amor como deseo no constituye toda la esencia del amor entre las personas. No basta desear la persona como un bien para sí mismo; también, y sobre todo, hay que desear el bien de esa persona"[10]. Por eso es por lo que hay tan poco amor en la cohabitación: yo viviré contigo (pero no para ti) hasta cuando ya no encuentre en ti un bien para mí.
La concupiscencia
La sexualidad y sus complicaciones seguirán siendo un misterio sin resolver para quien que no entienda que la relación hombre-mujer queda mermada y constantemente amenazada por la lujuria o la concupiscencia carnal. Lo que más se debe temer en la sexualidad es la concupiscencia, teniendo presente que ésta no va equiparada simplemente con el apetito sexual y menos todavía con la atracción sexual. Es aquel aspecto desarreglado y egoísta del deseo sexual que por su misma naturaleza es enemigo del amor.
La concupiscencia no se ha de identificar con el simple deseo - o con la experiencia - de placer sexual que acompaña el acto conyugal. Es el deseo ensimismado, dominante, y asertivo hacia ese placer en sí. La concupiscencia es una fuerza totalmente egoísta. No es el deseo de la verdadera unión conyugal y del placer con que Dios ha querido dotar ese acto físico de darse a sí mismo y de aceptar al otro; es deseo obsesivo del placer carnal como un fin en sí mismo. Si lo que se busca es el placer del acto, y no también su sentido[11], entonces la relación queda dominada por la lujuria. Los casados son los primeros que necesitan comprender esto. Entonces estarán en una situación para mejorar y madurar su amor mutuo, no a base de abstenerse de la intimidad matrimonial sino por un empeño constante de purificar la manera como la viven, de modo que la alegría de la mutua auto-donación y unión sea de mayor importancia que la simple satisfacción del apetito físico.
Sólo el hecho de estar casados capacita a dos personas para ir purificando poco a poco el elemento de búsqueda de sí presente en su unión, y así dotar su amor del sentido de generosa auto-donación y de respeto mutuo en cuya ausencia el amor simplemente no puede crecer. Dos personas no casadas que tienen relaciones íntimas pueden amarse - de momento - pero su unión representa un rendirse a la debilidad y a la concupiscencia más que una expresión de verdadero amor. Como no se pertenecen, el amor de cada uno es utilitario: Yo le uso, yo la uso - para mi propia satisfacción. Tal amor, que huye del compromiso, sigue siendo fundamentalmente egoísta. Acabará muriéndose porque sin comprometerse nadie escoge un amor que valga la pena. No pasa de escoger una emoción, un sentimiento, una simulación de amor al que le falta raíces para madurar y durar.
Recuerdo un caso matrimonial en el que la mujer, en su testimonio, evocó una razón principal por la que se había sentido atraída inicialmente al que sería su marido: "nunca te hizo sentir que él sólo perseguía tu cuerpo; quería tener amistad. Eso es importante hoy también: sentir que no sólo eres cuerpo". Conviene poner la pregunta a lo largo de un noviazgo: ¿Es sólo mi cuerpo que le interesa a él o ella? ¿Es principalmente mi cuerpo? ¿Y qué me interesa principalmente en él o ella? A quien no sabe distinguir entre amor y mero apetito físico, le será difícil contestar a tales preguntas.
El "proyecto familiar"
Es difícil prepararse bien para el matrimonio y contemplarlo en toda su grandeza si se considera simplemente como la unión de dos personas que pueden 'llevarse bien'. Casarse debe ser mucho más que buscar un compañero de camino que promete salvar el viaje de la vida de resultar demasiado solitario. Es todo un proyecto de construir el futuro; de alegría ante la perspectiva de llevar adelante la obra de la creación en unión con otro. Si la idea del matrimonio que tienen dos personas no se alarga hasta abarcar un "proyecto familiar", entonces se quedan atrapados dentro de unos horizontes pequeños y les falta la visión de convertirse en padres fundadores de un mundo nuevo.
¡Que mentalidad más pobre revela quien rechaza el 'proyecto familiar'! "No me interesan las generaciones futuras, las personas que pueden venir detrás de mí, ni siquiera quienes podrían representar una continuación de mí mismo, de mi esfuerzo, de mi dedicación, de mi valor como persona, de mi amor". Pero entonces, ¿qué me interesa? ¿Yo mismo? ¿Semejante yo tan privado de valor? Entonces sí, tristemente es lógico que no quiera perpetuar mi vida sin valor. Pero, ¿esa vida mía resulta inexorablemente sin valores? ¿No podría yo cambiar?
A fin de cuentas, es natural querer aprovechar la propia vida para lograr algo que valga la pena. Se solía considerar el matrimonio como la normal aventura común, y a la vez individual, a la que la gran mayoría se sentía llamada; y la vida adolescente se miraba en gran parte como preparación para tal aventura. Había un sentido de grandeza en esta preparación: la grandeza de prepararse para compartir la vida con alguien en quien se puede confiar, llegar a ser uno mismo alguien digno de confianza, para fundar una familia, para continuar la obra de la creación... En esto había y sigue habiendo un orgullo bueno - al que la persona pusilánime puede en efecto dar la espalda, quedándose entonces con toda la tristeza de nunca haber tenido ideales.
Hace algunos años actué de capellán en una escuela nocturna; un maestro me mandó un estudiante que estaba muy alicaído. Hablé con él un par de veces. De hecho estaba mal. Era difícil encontrar en él cualquier chispa de vida o de ambición. Finalmente, quizás en un momento de impaciencia, le pregunté, "Pero hombre, ¿no tienes ningún ideal"? Vaciló un momento pero por fin contestó, "No". Un tanto desconcertado, quizás por la franqueza de su respuesta, le volví a preguntar: "Pero, ¿eso no te parece triste"? Su respuesta, también después de una breve pausa, fue igualmente directa: "Sí".
Lo que un "No" y un "Sí" pueden decir sobre una vida... Si más gente hoy se preguntase, "¿qué ideales tengo yo en mi vida"?, y contestara con sinceridad, quizás estaría en mejor situación para apreciar el valor real de su vida, y la perspectiva de real vacío que quizás les enfrenta.
NOTAS
[1] Es por un proceso de averiguar que no siempre se puede salir con lo suyo, por cuanto se quiera, por un proceso de reñir, de hacer las paces, de dar y tomar, que el niño aprende gradualmente a compartir, y así llegar a ser un amigo y ganar y guardar a los amigos.
[2] La serie Harry Potter ofrece un ejemplo. En el comienzo, Harry, Ron, y Hermione son amigos particulares entre sí. Dos chicos que "comparten" la misma amiga; y una chica que tiene dos chicos amigos. Por supuesto, más tarde en la serie la relación cambia.
[3] Las personas no han de ser usadas, sino amadas o por lo menos respetadas. El uso sexual es uno de los peores modos y de las maneras más rápidas de degradar las relaciones personales.
[4] es verdad que hoy en día es frecuente prodigar besos a casi todo el mundo, hasta a quienes se acaba de conocer. También es verdad que ciertas señales de afecto, si se exageran, llegan a convertirse en algo banal. El prodigar señales de afecto muy especiales, o es de santos o es de personas con un sentido superficial de las relaciones humanas.
[5] para una análisis más completa de este tema, véase el capítulo 7.
[6] Esto último es lo que muestra una unión real entre las personas. Quienquiera reduce la relación sexual a unión de cuerpos sin unión de almas nunca se casará - o fracasará en el matrimonio -, porque el matrimonio sólo puede entenderse de modo adecuado y sólo puede vivirse con éxito precisamente como unión de dos personas distintas en una unidad de mutua auto-donación, dependencia y común tarea.
[7] "el deseo de usar a otra persona es fundamentalmente incompatible con el amor": Karol Wojtyla: Amor y Responsabilidad, pág. *,; "Hay una contradicción fundamental entre 'amar' y 'usar' a una persona" ibid. pág. *.
[8] "El Amor consiste en un compromiso que limita la propia libertad - es un don de sí, y el sentido del darse a sí mismo es precisamente limitar la propia libertad a favor de otro. Cualquier limitación de la libertad podría parecer negativo y displicente, pero el amor la convierte en algo positivo, jubiloso y creativo. Es por el amor que existe la libertad. Si no se usa, si el amor no la aprovecha, se convierte en algo negativo y nos deja con un sentido de vacío y de frustración": K. Wojtyla: Amor y Responsabilidad, 135.
[9] Según no pocos estudios psiquiátricos la opción de vivir juntos, en lugar de casarse, fácilmente induce una ansiedad profundamente arraigada y el estado de inseguridad: véase, por ejemplo, Nadelson-Notman: "To Marry or Not to Marry: a Choice": American Journal of Psychiatry, 138 (1981), pág. 1354.
[10] Karol Wojtyla: Amor y Responsabilidad, 83.. Por eso es por lo que hay tan poco amor en la cohabitación: yo viviré contigo (pero no para ti) hasta cuando ya no encuentre en ti un bien para mí.
[11] véase cap. 8.