1. Sexualidad e Identidad Sexual

1. Sexualidad e Identidad Sexual
"¿Por qué no puede la mujer asemejarse más al hombre?", reclamaba Henry Higgins en My Fair Lady. En la actualidad no podría darse el lujo de expresarse de esa manera sin que algunas personas (no necesariamente feministas) le replicaran: "¿Y por qué no puede el hombre asemejarse más a la mujer?". Es posible que otros no sólo rechazaran ambas quejas sino que incluso pusieran en tela de juicio la importancia de que un hombre tenga que parecer hombre, o una mujer parecer mujer. En efecto, si se les preguntara lo que significa ser hombre o ser mujer, se verían en un aprieto para explicarlo, independientemente de las diferencias corporales elementales. De hecho, estamos viviendo un período histórico en el que la diferenciación sexual está volviéndose confusa, el carácter sexual posee escaso valor y la identidad sexual se encuentra en peligro.
Hoy día resulta difícil hablar sobre sexo o roles sexuales sin parecer defensor de alguno de los dos, en oposición al otro [1]. Yo estoy a favor de ambos. Sin embargo, para los propósitos de este capítulo, me declaro especialmente a favor de la diferencia. "Vive la différence!": porque esta diferencia está en peligro de desaparecer en nuestras sociedades occidentales - excepto de manera física mínima, e incluso en este caso, sometida a alteraciones cada vez mayores.
En la sociedad occidental contemporánea, la sexualidad está en proceso de "de-sexualización". Se le está reduciendo a una relación física que, en ese nivel, ni siquiera es verdaderamente sexual. Se está olvidando el más cabal conocimiento humano en cuanto al sexo, restándole importancia al hecho de que hombre y mujer deberían enriquecerse el uno al otro, no principalmente por la unión física de sus cuerpos sino por la interacción de sus características sexuales complementarias, de la forma específica en que cada uno de ellos es un ser humano.
Paradójicamente, la "de-sexualización" de la vida moderna es particularmente evidente en el área de la "educación sexual". Esta ha seguido un trayecto no de desarrollo y mejoría, sino de empobrecimiento. Centrada en inculcar hechos biológicos, se ha convertido en cierto sentido en una educación sub-biológica, pues enseña a los jóvenes cómo emprender la actividad física eludiendo las consecuencias biológicas naturales. La actual educación sexual "libre de valores", prescinde de una filosofía o teología del sexo capaz de ayudar a la gente a comprender el "por qué y el para qué" del sexo: su importancia real para el enriquecimiento de la persona y la sociedad. No existe una educación sexual que sepa distinguir la sexualidad humana de la sexualidad meramente animal y descubra aquellos rasgos y valores que trascienden lo físico o fisiológico. Tampoco existe una educación en términos de una verdadera psicología del sexo que responda a sus potencialidades sin evadirlas ni frustrarnos por su uso equivocado.
La correcta humanización de la persona se encuentra severamente limitada si no se aprende a distinguir y apreciar la masculinidad y la feminidad. En cuanto que socava el crecimiento del individuo, el unisexismo produce efectos negativos sobre la sociedad en general. Para ser verdaderamente humana, la sociedad requiere tanto de hombres como de mujeres. Una sociedad unisex está destinada a carecer de carácter y humanidad y, de manera notable, también de cohesión.
Esto se aplica particularmente a la familia, donde se desarrolla la solidaridad básica de una sociedad. Una filosofía unisex hace que la construcción de un matrimonio o una familia se vuelva una tarea casi imposible, ya que la experiencia única - que favorece la felicidad y la realización personales - implícita en las relaciones maritales o familiares no se encuentra vinculada en forma accidental sino esencialmente unida a la diferencia y complementariedad de los papeles sexuales.
¿Complementariedad sexual? ¿No es una perspectiva cultural del pasado? ¿No tendemos actualmente a subrayar el derecho de cada individuo a buscar la realización personal, como él o ella deseen, sin dependencias innecesarias?
Gran parte de nuestro mundo moderno parece concebir la auto-identificación en términos de la autonomía del individuo. Pero es preciso que reconozcamos lo que es esto: una gran parte del orden del mundo está de hecho construido alrededor de la naturaleza y la cualidad de la relación entre los sexos. Nuestra comprensión de la sexualidad puede ser correcta o incorrecta; y una comprensión incorrecta ejerce efectos negativos a escala personal y social. Sin embargo, hoy día, la verdadera sexualidad está sujeta a un malentendido radical y constantemente se hace mal uso de ella: es cierto que está en peligro de extinción; corre el riesgo de ser en tesoro perdido de la humanidad.
Cada sexo, imagen parcial de Dios
¿En qué consiste realmente la sexualidad humana? ¿Son, en realidad, complementarios e interdependientes ambos sexos? ¿Es verdad que hombre y mujer se necesitan el uno al otro? Y si es así, ¿para qué? ¿Su complementariedad sexual se refiere solamente a la procreación? ¿Sólo existe para establecer una relación de mutua conveniencia o satisfacción entre hombre y mujer? En mi opinión, una respuesta apropiada a estas preguntas muestra que la sexualidad posee propósitos más amplios y profundos, y su alcance es más rico y desafiante.
La sexualidad es obra de Dios, y la clave a su comprensión la tiene Dios. Nunca como hoy es tan urgente regresar al plan divino acerca de la sexualidad. tal como él mismo nos lo propone claramente desde el principio.
"Dios creó el hombre en su propia imagen", leemos en el primer capítulo del libro de Génesis (1:27). Es en esa "imagen" de Dios donde la humanidad encuentra su singular dignidad; ahí está la clave de su identidad, el desarrollo, y el destino humanos. El libro de Génesis, sin embargo, tiene más que decir. El texto añade inmediatamente: "A imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó". El hombre fue creado en doble modo, varón y hembra. Es por tanto juntos que los dos sexos logran dar esa imagen de Dios. Aquí está la dignidad especial, lo mismo que la igualdad fundamental, de cada sexo. Cada uno es un imagen (parcial) de Dios[2]. Juntos su complementariedad, dan una imagen más plena. "El hombre y la mujer son creados, es decir, son queridos por Dios: por una parte, en una perfecta igualdad en tanto que personas humanas, y por otra, en su ser respectivo de hombre y de mujer. "Ser hombre", "ser mujer" es una realidad buena y querida por Dios: el hombre y la mujer tienen una dignidad que nunca se pierde, que viene inmediatamente de Dios su creador (cf. Gn 2,7.22). El hombre y la mujer son, con la misma dignidad, "imagen de Dios"[3].
Esto se manifiesta tanto en el hombre como en la mujer, y debe ser descubierto por cada uno de ellos en su reciprocidad y en las diversas formas en las que se relacionan. Si se destruye la verdadera relación sexual, el hombre no puede mantener su identidad.
Juan Pablo II, en su catequesis sobre el amor humano, dice: "la búsqueda de la identidad humana de quien al principio estuvo 'solo', siempre debe pasar por la dualidad: 'comunión'".
La sexualidad posee un rango natural dentro de la particular comunión del matrimonio. Este consiste en la unión para toda la vida de un hombre y una mujer, en la que están implícitos dos propósitos interrelacionados: la procreación de hijos como fruto y expresión del amor conyugal, y el desarrollo de los cónyuges como personas, a través de la mutua donación conyugal.
La sexualidad no es sólo para el matrimonio
Pero es necesario completar el panorama. La sexualidad no es sólo para el matrimonio. Aun fuera de ese contexto, es una realidad que afecta profundamente - debería afectar - a los ámbitos más importantes de la vida humana y social. Mientras que su aspecto procreativo asegura el futuro de la humanidad, su carácter de elemento de relación garantiza el presente, como fuerza y factor que humaniza las relaciones sociales. No es bueno que hombre y mujer estén solos. Su mutua relación les ayuda a descubrir los valores humanos y, a través de éstos, a descubrir a Dios mediante la asociación de la masculinidad y la feminidad[4].
La dignidad humana del hombre y la mujer es idéntica; los papeles sexuales no. Y, cualquier intento de abolir sus diferencias produce efectos negativos en la vida personal, familiar, social y religiosa.
La asignación de papeles sexuales distintos y específicos para el hombre y la mujer, o la sugerencia de que hay determinadas cualidades humanas que son - o deberían ser - especialmente características del hombre o de la mujer, no resulta ya evidente para todos. Insinúa prioridad y no complementariedad. Que algo sea más propio de un hombre o de una mujer no significa que no se pueda encontrarse también en el sexo opuesto. Más bien se trata de señalar que cada sexo tiende a reflejar ciertas cualidades, que sirven también de modelo de modelo al sexo opuesto. La complementariedad implica que cada sexo inspira humanidad y guía el crecimiento personal y la madurez del otro.
Tradicionalmente la psicología y la educación sexuales partían de la idea de que el hombre se inclinaba a autoafirmarse y realizarse más en un medio ambiente externo a su casa, mientras que la mujer tendía a lograrlo en su hogar. Hoy día este juicio antropológico carece de sentido. No obstante, no sería correcto rechazarlo de antemano sin tomar en consideración sus posibles implicaciones profundas. Después de todo, podría considerarse que un análisis de esta índole señala que el hombre está más orientado hacia las cosas o las situaciones, y la mujer lo está más hacia las personas. De manera similar, si uno reflexiona sobre otra frecuente generalización: que el hombre tiene mayores aptitudes para los aspectos técnicos de la vida, y la mujer para los aspectos humanos, podría deducirse, de ser válida dicha generalización, que la mujer posee mayores capacidades que el hombre para humanizar la vida.
Resulta que coincido con esta última opinión y, por ende, aunque estoy totalmente de acuerdo con que la mujer debe gozar de libertad para dedicarse a su carrera en el ámbito profesional y de trabajo, pienso que tanto la sociedad como ella misma saldrán perjudicadas si en dichas actividades no pone en práctica sus talentos particularmente femeninos y humanizadores. Su presencia, con la consecuente presencia de dichos talentos, es por demás urgente en los asuntos públicos de la actualidad, en la que los valores humanos están en peligro de verse sumergidos en la tecnología.
Relaciones sexualmente caracterizadas
Más tarde, sugeriré que los esposos que dan la espalda al carácter procreacional de la sexualidad pueden estar empobreciendo su relación matrimonial y sexual. Ahora quisiera señalar que podemos obstaculizar la maduración y el enriquecimiento que normalmente son frutos tanto del proceso de desarrollo de nuestra identidad sexual personal, como del aprendizaje necesario para relacionarnos sexualmente con los demás en todas las modalidades de las relaciones hombre-mujer: entre solteros y solteras; entre personas solteras y casadas; novias-novios; célibes y personas del sexo opuesto. Es precisamente este aspecto, de relaciones interpersonales, el que quisiera examinar. Aunque la sexualidad y los papeles sexuales afectan a la totalidad del crecimiento personal y de la vida social, restringiré mi atención a las relaciones interpersonales familiares: marido y mujer, padre o madre, e hijo o hija, y viceversa; hermano y hermana; hermana y hermano; y necesariamente abordaré dichas relaciones en forma sumaria e incompleta.
Marido y mujer. Es necesario que el hombre encuentre en su esposa a la mujer; su masculinidad crecerá entonces como respuesta complementaria a la feminidad de ella. Y una mujer necesita encontrar al hombre en su esposo; en respuesta a la masculinidad de él, ella aumentará su feminidad. Así pues, dado que cada uno de ellos responde a aquello que le es complementario, los dos crecen, se encuentran a sí mismos a la vez que desarrollan su identidad sexual.
La mujer que existe en una esposa, tendría que estimular el desarrollo sexual de su esposo; el hombre que hay en él debería estimular la sexualidad de ella. Hay algo seriamente incorrecto en un matrimonio en el que los cónyuges no son capaces de producir una respuesta sexual en el otro. Me pregunto por qué será que una afirmación como ésta tiende a hacernos pensar sólo en términos de respuesta física o excitación corporal. ¿Acaso no equivale a aceptar una visión empequeñecida de la sexualidad?
La sexualidad - el carácter sexual - debería ser una fuente de motivación e inspiración continuas entre marido y mujer. Se ha dicho que no hay nada sorprendente en una pareja de jóvenes enamorados; la sorpresa nos la brindan las parejas que siguen enamoradas después de muchos años de matrimonio. Quizá sus relaciones físicas ya no significan tanto para ellos como algunas décadas atrás, pero su sexualidad está viva y potente y genera un amor conyugal más unido. El amor del esposo ha sido inspirado por el desarrollo de la mujer que existe en su esposa, desarrollo que ha sido posible gracias a su lucha constante para alcanzar su plenitud como mujer. Y, de manera similar, el amor de ella ha sido inspirado por la lucha de su esposo por ser un hombre.
Así se inspiran mutuamente. El Papa Francisco lo expresa como "crecer juntos en humanidad, como hombre y como mujer". Y añade, "Esto no viene del aire. El Señor lo bendice, pero viene de vuestras manos, de vuestras actitudes, del modo de amaros. ¡Hacernos crecer! Siempre hacer lo posible para que el otro crezca. Trabajar por ello. Y ... un día irás por las calles de tu pueblo y la gente dirá: «Mira aquella hermosa mujer, ¡qué fuerte!...». «Con el marido que tiene, se comprende». Y también a ti: «Mira aquél, cómo es». «Con la esposa que tiene, se comprende»... Y los hijos tendrán esta herencia de haber tenido un papá y una mamá que crecieron juntos, haciéndose - el uno al otro - más hombre y más mujer" (Papa Francisco, a un grupo de novios, 14 febrero 2014).
Se está difundiendo la idea de que los cónyuges, más que considerarse diferentes, deben verse entre sí como simplemente iguales. Esta actitud no es suficiente, ya que no puede haber matrimonio verdaderamente feliz y duradero a menos que el esposo tenga en gran estima a su esposa y la admire por las cualidades de las que él carece (o no posee en igual medida), y la esposa pueda enorgullecerse de su esposo y admirarlo por cualidades que constituyen, para ella, solidez y nuevos valores en su vida.
Ciertamente pueden tenerse en gran estima por cualidades que no tienen que ver con atributos sexuales: buen humor, por ejemplo, o inteligencia. Si ambos cónyuges son muy inteligentes podría darse entre ellos apoyo e interacción; pero también podría despertar envidia. Esto puede suceder sobre todo si uno es más inteligente que el otro, y este último no cuenta con una cualidad "compensatoria". Por regla general no es recomendable que ambos compitan dentro de un mismo campo de acción (haciendo una excepción cuando "compiten" en darse cariño el uno al otro). El sentido de la masculinidad y la feminidad no es el de competir uno contra otra. Para explicarlo de otra forma, podríamos decir que no pertenecen a la misma categoría y, por tanto, no pueden estar en la misma carrera. Quizá la mejor manera de exponerlo sea afirmando que sí pertenecen a la misma categoría y están en la misma carrera, pero no compitiendo uno contra otra, sino como compañeros de equipo: corren juntos. Es precisamente un hombre cabal quien motiva a una mujer a ser una mujer cabal. Cuando el hombre corre como hombre despierta la admiración de su esposa; y cuando ella corre como mujer despierta la admiración de él. Cuanto más mujer es la esposa, más motiva a su marido a ser un hombre verdadero, y viceversa. La excelencia sexual fomenta el amor propio. Es formando un equipo como ambos pueden ganar.
Padres e hijos. El desarrollo de la personalidad masculina y femenina es esencial para el funcionamiento de la familia. Para ser padre, se necesita ser hombre; y no sólo en sentido fisiológico o físico. Para ser madre; es necesario ser mujer. Uno de los grandes retos de la vida matrimonial es el pasar de ser sólo cónyuges a ser padres. Convertirse en padre o madre (o evitarlo) es sencillo; ser realmente padres es difícil. Muchos padres, consciente o inconscientemente, pasan por alto el reto que esto implica.
La mayoría de las personas buscan ganarse la estimación de los demás. La estima que debería ser más importante es la del propio cónyuge y los hijos. Un hombre podría esforzarse para ganarse la consideración de sus colegas, muchas veces sin conseguirla; o, si lo lograra, sin conservarla. Y siempre es mucho más fácil recibir esa consideración de un hijo o una hija. "No hay nadie como mi papá". Es cierto que el tiempo y el contacto constante ponen a prueba esta estimación; y tendrá que esforzarse para conservarla. Y, sin embargo, es más fácil recibirla de los hijos y más satisfactoria a un nivel humano profundo que la estimación social o profesional. Un padre debería sentir el reto que significa ser un padre para su hija o hijo. Esto mismo se aplica a las madres, aunque el reto al que se enfrenta cada uno es diferente, de acuerdo con su papel sexual.
Los hijos tienden naturalmente a sentir respeto por sus padres, si bien es obvio que necesitan padres dignos de respeto. Este respeto está íntimamente relacionado con el hecho de que esperan algo especial de sus padres, aunque debe tenerse en mente que por lo general no esperan ni deberían recibir exactamente lo mismo de su padre que de su madre.
Cuando, como parece frecuente hoy, la gente teme admirar a Dios o le mira con desconfianza, su vida queda marcada por una soledad que, aunque quizás no se manifieste a la superficie, por dentro está profundamente presente. Mirar a Dios con confianza queda enormemente facilitado si se ha podido admirar a los propios padres y confiar en ellos. Y a la inversa, cuando una persona no ha podido admirar a sus padres o confiar en ellos, su actitud hacia Dios casi nunca se desarrolla de modo adecuado.
Hay una grave confusión de papeles cuando los padres compiten para ejercer autoridad, pero no compiten para dar apoyo. La mujer posee un instinto para ser consuelo y refugio, pero hoy día muchas mujeres descuidan su desarrollo. Incluso rechazan la idea de que la mujer tiene una capacidad especial para dar apoyo, como si esto fuera admitir la debilidad de la mujer, y no una afirmación de que, siendo todos débiles, todos necesitamos el apoyo que a menudo sólo una mujer puede ofrecer.
La vida familiar adquiere una enorme fuerza cuando la complementariedad sexual ha sido bien desarrollada en los padres[5]. Es más probable que los hijos cuyos padres les han permitido acercarse a ellos en diferentes ámbitos compartan sus dificultades con ellos. No es muy probable que confíen en padres a los que perciben como enfrascados en una lucha de poder.
No podemos dejar este tema sin señalar que actualmente se está perdiendo la convicción de que la paternidad es un privilegio. Permítaseme aquí expresar una mera impresión. Todavía se ven hombres afectos a la paternidad, ansiosos de convertirse en padres orgullosos de serlo. ¿Puede ser que haya menos mujeres afectas a la maternidad, menos que sienten que convertirse en madres les brindará grandes posibilidades de realización. De ser esto verdad, resulta especialmente grave para el desarrollo de la identidad sexual femenina.
Perder el sentido de que la paternidad constituye un medio muy importante para la realización personal es peor en el caso de la mujer, porque el orgullo de la maternidad es de un orden mucho más profundo que el de la paternidad. La maternidad exige más de la mujer; ella da más de sí misma al convertirse en madre, su participación es mayor en el proceso de creación[6]. Y los hombres se dan cuenta de esto
De todas las razones por las cuales un hombre puede sentir que la mujer es amirablemente única, ninguna es tan profunda como el hecho de que es madre de sus hijos. Sin embargo, muchas mujeres están dispuestas a renunciar o incluso renuncian a la admiración que la maternidad despierta en sus esposos. Parece que nuestro mundo moderno está perdiendo la perspectiva de una verdad primordial sobre la sexualidad: si nada hace que el hombre respete tanto a la mujer como la maternidad, es porque esta última la saca de la categoría de objeto susceptible de poseerse y la introduce en el ámbito de lo que debe reverenciarse. Al separar al sexo de su contexto de paternidad se le priva de sus dimensiones de misterio y sacralidad, hecho que se aplica particularmente a la maternidad. No hay otro campo en el que el misterio y la gloria de la mujer se expresen como en su capacidad para ser madre. Son pocos los hombres que no se conmueven ante este misterio. Y, sin embargo, no son muchas las mujeres a las que esta capacidad parece regocijarlas.
Niños y adolescentes. Para que un niño o adolescente llegue a ser un adulto que ha alcanzado plena identidad sexual, no basta el paso de los años. El proceso involucra constantemente propósito y voluntad. El joven debe tener al alcance modelos para imitar; y, particularmente durante la adolescencia, dichos modelos deben ser adecuados. Es sumamente importante que los jóvenes y las jovencitas tengan héroes y heroínas que valga la pena imitar. Cabe preguntarse qué inspiraciones pueden ofrecer, por ejemplo, algunos cantantes populares en lo que se refiere a desarrollo e identificación sexual.
Ningún niño se convierte en hombre a menos que pase por una adolescencia en la que conozca lo que es propio de un hombre, aprenda a asumir el reto de la masculinidad y se le ayude a asumirlo. Las niñas - para quienes hoy en día la identidad sexual es un asunto más difícil de resolver que para los niños - tienen que afrontar un desafío similar. Ninguna niña puede convertirse en mujer sin un modelo o varios modelos que le den ejemplo de feminidad. La verdadera educación sexual debe identificar las cualidades distintivas del hecho de ser hombre o ser mujer; debe proporcionar modelos, y debe tratar de producir en los pequeños una respuesta personal y voluntaria.
Comprensión, sensibilidad, ternura, delicadeza... Consciente o inconscientemente, un hombre busca cualidades como éstas en una mujer. Si se casa y no encuentra en su esposa estos rasgos lo asalta la desilusión; probablemente ese matrimonio se encamine hacia una ruptura. ¿Se enseña actualmente a las niñas a comprender que su aptitud para relacionarse con los demás depende de que desarrollen no sólo habilidades propias de ambos sexos, sino también un sentido femenino, carácter femenino y cualidades femeninas; que su objetivo no es llegar a ser tan masculinas como los hombres - eso es precisamente lo que indica el feminismo destructivo - sino ser tan femeninas como las mujeres? La sociedad en general no les ofrece este estímulo. ¿Lo encuentran en la escuela? Más importante aún, ¿lo encuentran en su casa?
Las relaciones familiares como educación en la identidad. La educación de los hijos no es algo que sólo corresponde a la escuela. Por el contrario, los mismos padres son los principales educadores, no para enseñarles matemáticas o física; ni solamente porque pueden adiestrarlos sobre la vida en general, sino principalmente porque les enseñarán cómo se establecen ciertas relaciones humanas únicas, experiencia que constituye una clave para que más adelante puedan llevar una vida social y adecuadamente integrada. Se trata de las diversas relaciones familiares entre hijo y padre, hijo y madre; hija y padre, hija y madre; hermano y hermana; hermana y hermano.
Juan Pablo II, en Familiaris consortio, afirma: "el servicio educativo de los padres debe basarse sobre una cultura sexual que sea verdadera y plenamente personal. En efecto, la sexualidad es una riqueza de toda la persona —cuerpo, sentimiento y espíritu— y manifiesta su significado íntimo al llevar la persona hacia el don de sí misma en el amor" (n. 37).
¿Podría decirse que los niños y las niñas de la actualidad están mejor educados sexualmente: más conscientes de lo que son la verdadera identidad sexual y la estructuración de un niño o una niña; que se esfuerzan por adquirir cualidades que los identifiquen en su respectivo papel sexual?
"¡Vamos, sé hombre!". La mayoría de los niños y, a este respecto, la mayoría de los adultos tienen una idea bastante clara de lo que esta frase significa. Los niños necesitan escucharla con frecuencia; y por lo general saben muy bien en qué momento su comportamiento no está a la altura del reto que implica actuar como hombre.
"¡Vamos, sé mujer!". ¿A qué se deberá que esta frase nunca ha sido un incentivo muy generalizado? ¿Será porque en el pasado no se le enseñaba a las niñas a ser mujeres, o tenían miedo de ser mujeres? ¿O acaso será porque hasta recientemente las niñas y las mujeres poseían un sentido más naturalmente desarrollado de su propia identidad femenina, y no era tan necesario hacerles ver el reto de la feminidad (que, por supuesto, es tan grande como el desafío de la masculinidad)?
Hoy es particularmente importante poner el reto de la feminidad. De manera bastante peculiar, las últimas en hacerlo son las feministas. Es un hecho muy significativo. Parecería que a las feministas no les entusiasma aquello que es característico de una mujer, posiblemente ni siquiera puedan identificarlo. Me imagino que si no incitan a las mujeres a ser mujeres es - creo - porque ellas no se sienten orgullosas de serlo.
Son pocos los padres - hasta el momento - que temerían decirle a su hijo que debe ser fuerte o valiente, haciéndole ver que la valentía es una cualidad masculina. Sin embargo, hoy día es mayor el número de madres que estarían renuentes a decirle a su hija que debe ser tierna o considerada, señalándole que el interés solícito por los demás es una cualidad femenina. ¿Será que implícitamente concluyen que la ternura es inferior a la valentía? A mí me resulta evidente que ambas cualidades son diferentes, y que una es típicamente femenina y otra, típicamente masculina. Pero definitivamente no acepto que una de ellas es inferior o menos importante que la otra para la vida personal y social.
Hijos para con padres. A medida que un niño crece, van modulándose sus respuestas a los padres, de acuerdo con las cualidades de paternidad o maternidad que encuentra. Una actitud filial hacia los padres debería estar caracterizada por un tipo especial de amistad, basada en el respeto, estimación y reverencia. Si tuviéramos que generalizar y decir que el padre evoca más respeto y la madre más estimación y reverencia, nos encontraríamos nuevamente con una expresión de complementariedad. Sólo una antropología defectuosa se propondría debatir cuál de estas actitudes es superior.
San Josemaría Escrivá fue un gran pedagogo. Uno de los principales puntos de sus enseñanzas sobre la familia fue que los padres deben aprender a ser amigos de sus hijos. Esto requiere un gran esfuerzo, ya que las perspectivas y gustos de los niños cambian rápidamente, en especial en los años más críticos de su adolescencia, y no es posible que los padres puedan entablar una amistad con sus hijos si no son lo suficientemente flexibles o ágiles para ajustarse a los cambios. Por regla general, si los padres se ajustan, los hijos siguen respondiendo.
Con el tiempo, probablemente, un hijo tenderá a acercarse más a su padre, y una hija a su madre. Pero esto no es necesariamente una regla; y no para todos los tipos de comunicación dentro de la amistad. Quienquiera que sea el cónyuge más cercano a alguno de sus hijos en un momento particular, a menudo tendrá que ayudarlo o ayudarla a relacionarse mejor con el otro, ya sea el padre o la madre. Ya que, por supuesto, pese a todos los esfuerzos de ambos padres, a veces los hijos no responden y se mantienen a distancia. Los padres que son verdaderamente hombres y mujeres, y que se aman el uno al otro, por lo general encontrarán la manera de superar estas dificultades pasajeras.
Es normal que un hijo muestre una especial deferencia por su madre; y, a medida que crece, adopterá una cierta actitud protectora respecto a ella. ¿Es esto un insulto para su debilidad, o un tributo a su feminidad? ¿No deberíamos medir el peligro de censurar aquello de lo que tal vez debiéramos enorgullecernos? Lo mismo puede decirse en cuanto al frecuente fenómeno de que, a medida que una hija crece, su padre recurre a ella y no solamente a su esposa en busca de ternura: un tributo a su masculinidad paternal y a su feminidad filial.
Hermanos y hermanas. Un área especialmente importante es la que atañe a la relación entre hermanos y hermanas. Samuel Johnson, el gran filósofo y académico inglés del siglo XVIII, que no tuvo hermanos ni hermanas, le confesó a un amigo cuánto envidiaba a quienes los tenían y lo sorprendente que le resultaba ver qué poco apreciaban este don, que con frecuencia desperdiciaban. "Les decimos a las mujeres que las buenas esposas hacen buenos maridos: creo que es más seguro que los buenos hermanos hagan buenas hermanas" (Life, I, 198). Estoy de acuerdo con Johnson, pero creo que es aún más cierto que las buenas hermanas forjan buenos hermanos. Pocos chicos pueden escapar totalmente a la influencia de una buena hermana.
La importancia de una relación hermano-hermana, tiene una dimensión tanto social como personal. Esto sale a relucir si se observan casos en lo que dicha relación no es posible dado que - como sucede cada vez con mayor frecuencia en nuestras familias con hijos únicos - no hay hermanos con quienes relacionarse. En el pasado, dichas situaciones tendían a ser la excepción; actualmente en muchos lugares del mundo occidental casi se han vuelto norma. Tal vez aún no hemos medido los efectos sociales (aunque ya estamos experimentándolos) de la falta de esta vivencia, doméstica y natural, de la fraternidad. Cada vez es mayor el riesgo de que el vocablo "fraternidad" se entienda solamente como un término de contenido puramente ideológico, existencialmente incomprensible para la mayoría de las personas que, siendo niños o adolescentes, nunca supieron lo que significa tener un hermano o una hermana. ¿De dónde, entonces, tomarán la inspiración o el ejemplo que les muestre lo que significa tratar a los demás en forma fraternal?
Hermanos y hermanas tienden naturalmente a pelear entre sí, pero a defenderse unos a otros ante la amenaza de extraños. Debería ser normal que un chico defienda a su familia: especialmente a su madre y, de manera distinta, a sus hermanas. Éste es un signo de hombría, no de superioridad. Es un signo de interdependencia y solidaridad[7]. Es sobre todo signo de la grandeza de su deuda con ellas.
Tengo cierta impresión de que mientras las hermanas siguen defendiendo actualmente a sus hermanos, los hermanos quizá ya no están tan dispuestos a defender a sus hermanas. Si están perdiendo este instinto natural, tal vez se deba en parte a que no se les enseña a comprender y respetar el misterio de la adolescencia propia de las chicas, que cualquier chico puede descubrir fácilmente en su hermana. También es verdad que cuando a las chicas se les fomentar el deseo de atraer por su sexo y no por su feminidad, los chicos, incluso sus propios hermanos, sacan la impresión de que ellas mismas ya no reclaman el respeto. ¿Quién mejor que un hermano para advertírselo delicadamente a su hermana?
La relación hombre-mujer debe encaminarse a un enriquecimiento mutuo como personas, y no a la práctica de un trato utilitario o abusivo. Hemos hablado anteriormente de educación sexual. Si el término educación se entiende, de acuerdo con su significado correcto, como preparación para la vida civilizada, una persona carece de educación sexual si no ha aprendido que para que las relaciones entre ambos sexos sean humanas es esencial la presencia del respeto. Lo mismo puede decirse de quien no ha aprendido que hay que crear dicho respeto, y que éste puede destruirse fácilmente. Ningún muchacho goza del respeto de las chicas si éstas advierten en él la mera intención de utilizarlas; y ninguna chica goza del respeto de los muchachos si permite que la utilicen.
Hoy día algunas jóvenes parecen no percibir la diferencia entre ser femeninamente atractivas o sexualmente provocativas. No ser consciente de la naturaleza de la atracción que uno es capaz de ejercer, de la diferencia entre ser admirada y ser simplemente deseada, denota, por una parte, ignorancia acerca de lo que es la sexualidad y, por otra, una falla por parte de ella para comprender no sólo la sexualidad masculina sino también un elemento muy importante para su propio crecimiento en verdadera identidad sexual femenina. La modestia es algo profundamente arraigado en la naturaleza de una chica, y el papel que esta virtud está destinada a desempeñar en su desarrollo como persona es muy importantante. Pero puede irse desgastando gradualmente como consecuencia de la fuerza de la moda o la presión de los compañeros, combinadas con una falta de guía por parte de los padres o la ausencia del consejo de un hermano.
Los buenos instintos de una mujer son una enorme fuente de fuerza. Pero, como en el caso de un hombre, es necesario evocar esos buenos instintos. San Josemaría Escrivá, en sus conversaciones con mujeres y chicas, las animaba de modo muy positivo a conservar la conciencia de su dignidad, también a través de la natural modestia fememina. A menudo terminaba, a modo de resumen, con unas palabras sencillas: "Os deberá bastar ser mujeres". Fue una llamada a la auténtica feminidad; llamada a una autoidentificación libre e independiente: buscar por dentro la propia y verdadera identidad, también en la sexualidad, y no perder esa identidad a fuerza de presiones por parte de los medios de comunicación, el contexto social o la moda.
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En definitiva, la sexualidad humana, tanto en la diferenciación entre hombre y mujer como en la complementariedad entre los dos, refleja una imagen de Dios. No puede decirse que los rasgos masculinos "expresan" o "reflejan" a Dios más que los femeninos, o viceversa. Cada uno constituye una imagen parcial. Juntos, en su complementariedad mutua, forman una imagen más completa (aunque siempre limitada) de Dios.
No es posible crecer debidamente en personalidad y humanidad a menos que cada persona, al identificarse plenamente con su propio género, no sólo comprenda sino también busque imitar y adquirir las virtudes más "típicas" del sexo opuesto. Esto también forma parte del proceso necesario de identificación sexual, ya que hay modos masculinos de vivir cualidades femeninas, y modos femeninos de vivir cualidades masculinas. El no comprenderlo así, y no ser capaz de responder al reto que esto implica, empobrece a ambos sexos.
La carencia de verdadera masculinidad o de verdadera feminidad implica una carencia de variedad y riqueza humanas. Un mundo que no anima a los hombres a ser más masculinos, y a las mujeres a ser más femeninas, no es el mundo que Dios quería. Es un lugar más pobre para quienes lo habitan: para que puedan aprender a ser humanos, y encontrar a Dios reflejado según dos modalidades, en la mayor obra de la creación visible.
La relación entre los sexos debe representar una fuerza fundamental que humanice a las personas y a la sociedad. Los hombres - y los chicos adolescentes - experimentan esta humanización al apreciar, admirar y enriquecerse con los modos de ser, "imagen" de Dios, que caracterizan la naturaleza femenina bien desarrollada; y, de manera similar, las mujeres - y las chicas adolescentes - , la experimentan mediante la apreciación positiva y enriquecedora de los distintivos modos de ser, también "imagen" de Dios, que aparecen en la verdadera masculinidad. Y tanto hombres como mujeres, a través del contraste y la complementariedad, adquieren una comprensión más profunda de la vida: de su origen, significado y fin último.
NOTAS
[1] Esto es especialmente verdad si se hace hincapié en los papeles femeninos, precisamente - como es mi propósito - para admirarlos.
[2] Sólo una filosofía de autosuficiencia - que resulta destructiva para las relaciones interpersonales, el afecto, la familia, la sociedad - niega la interdependencia, en los diversos modos de expresión que ésta puede soportar.
[3] La maternidad "significa la disponibilidad de la mujer al don de sí", y por ende, una madre posee en forma especial la "conciencia y gozo de que comparte el gran misterio de la eterna generación": Mulieris Dignitatem, n. 18.
[4] Podríamos hacer referencia aquí a la interacción de la lógica y la intuición. Se dice que los hombres son más lógicos (aunque conozco muchos que parecerían anular esta afirmación). Ni la lógica ni la intuición deben confundirse con la inteligencia, pese a que cada una de ellas puede ayudarnos a comprender a personas o situaciones. Si bien es más fácil ser lógico que adecuadamente intuitivo, deberíamos tratar de practicar ambas habilidades y combinar sus recursos. En muchas situaciones familiares óptimas se percibe la interacción efectiva de las dos. Es necesario actuar con lógica, pero es aún más importante captar los factores humanos involucrados. En particular, es poco frecuente que las situaciones familiares difíciles se resuelvan adecuadamente por pura lógica; a menudo la intuición llena los huecos para llegar a una comprensión más profunda.
[5] Las palabras de Jesús: "Mayor felicidad hay en dar que en recibir" (Hech 20,35), señalan una ley para el desarrollo humano y para la felicidad. Es más importante dar que recibir. El crecimiento de la humanidad - humanización de los individuos y también de la sociedad - depende de la capacidad de de dar y de lo que se da. El ámbito sexual debería llenarse de demandas sobre nuestra propia capacidad de dar. La sexualidad en la actualidad está más orientada a recibir que a dar. La educación sexual debe tratar a motivar a una respuesta noble, enseñar a resistir los impulsos de egoísmo y a identificar cuándo conviene aceptar lo que el sexo tiene que ofrecer. Sólo así se alcanza una auténtica realización personal.
[6] ibid. 369.
[7] Siempre teniendo en cuenta que "Dios transciende la distinción humana de los sexos. No es hombre ni mujer, es Dios": Catecismo de la Iglesia Católica, 239.