11. Conclusión
Hemos estudiado el establecimiento y el predominio durante siglos de la noción de que el matrimonio se ordena al «remedio de la concupiscencia». El efecto práctico de esto, a nuestro parecer, ha sido crear cierta idea que el matrimonio «legitima» la concupiscencia; idea que, ulteriormente analizada, es tanto como decir que el matrimonio «legitima la sexualidad desordenada».
Considero que la vida cristiana ha sido perjudicada a consecuencia de esta larga y extendida tradición de estimar la concupiscencia no como una fuerza que debe ser resistida (y purificada) dentro del matrimonio, sino como simplemente remediada por el mismo matrimonio, en el cual por tanto se le puede dar rienda suelta. La consideración del matrimonio como una salida para la concupiscencia, afirmo, ha sido evidentemente implícita en la sencilla frase, remedium concupiscentiae, siendo de hecho la interpretación casi universal dada a esta frase.
Desde el ángulo de la teología pastoral, he procurado mostrar que el uso por siglos de este término ha propagado una estrecha y empobrecida visión del matrimonio que de forma consistente ha hecho caso omiso de su consideración como un sacramento de santificación. Si esto es así, entonces la desaparición del término debería facilitar la renovada comprensión teológica, ascética y vocacional del matrimonio que ha ido asomando en los últimos tres cuartos de siglo.
En esta renovada comprensión, antes que verlo como «remedio» o incluso come salida para la concupiscencia, el matrimonio debería ser contemplado y presentado como una llamada a crecer santamente en el amor, en un esfuerzo, con la ayuda de gracia, de recuperar la pureza y la casta autodonación de la condición sexual-conyugal humana original.
Una visión cristiana equilibrada evitará tanto un optimismo ingenuo cuanto un pesimismo radical acerca de la naturaleza humana. Siempre verá al hombre como una criatura enferma constituida para un destino divino. Esta visión equilibrada es también necesaria porque las patologías de la naturaleza humana sólo pueden ser evaluadas correctamente por quienes a la vez enfrenten la realidad del pecado y, convencidos de la bondad de la creación y de la naturaleza de la salud original, conozcan tanto los medios como la eficacia de la Redención obrada por Cristo, que nos habilita, a pesar de nuestras dolencias, para alcanzar algo mucho mayor todavía que la plenitud de esa salud original.