Introducción

Una Posdata al «remedium concupiscentiae» (Mayéutica 33 (2007) 309-353)
Sumario y Nota Introductoria
Si este ensayo es algo largo, será porque (al menos en la opinión del autor y en la de los editores) la tesis que propone parece suficientemente innovadora para pedir una exposición tan extensa, tanto en términos del fondo histórico como de las implicaciones actuales. De todos modos, aunque desarrollado con tanta amplitud, el argumento que propone es bastante sencillo. Intentaré resumirlo brevemente.
El término remedium concupiscentiae, empleado hasta el año 1983 para describir un fin «secundario» del matrimonio, ha sido mal usado y mal aplicado durante siglos. En la práctica favorecía la impresión de que el matrimonio da una salida lícita a la concupiscencia (la lujuria) sexual, y que por tanto los casados pueden acceder a ella, ya que ahora está «legitimada». De ahí seguían otras conclusiones. Si la concupiscencia queda «remediada» por el hecho de casarse, entonces, o estaría automáticamente purificada de los elementos egoístas (y por tanto contrarios al amor) que pudiera comportar; o, si estos elementos persisten, no plantean ningún problema para la expresión y el desarrollo del amor conyugal. Respecto al propio acto conyugal, la única condición moral era que su orientación procreativa fuese respetada; cumplida esta condición, la norma - implícitamente - fue que los esposos pueden dar rienda libre a la concupiscencia, sin que esto plantease dificultades morales o ascéticas de ningún tipo para el desarrollo de una vida plenamente cristiana en su matrimonio.
Mientras el término «remedium concupiscentiae» se encuentra alguna vez en San Agustín o en Santo Tomás de Aquino, tengo para mí que no lo usaron en el sentido que después llegó a adquirir. Santo Tomás en concreto habla del matrimonio como un «remedio contra la concupiscencia», ya que ofrece las gracias para vencer el egoísmo que la concupiscencia lleva consigo. La reducción ulterior del término a «remedio de la concupiscencia» llevó a la pérdida de esta comprensión.
Intentaré mostrar que el deseo sexual y el amor sexual son, o deben ser, realidades buenas - que no deben confundirse con la concupiscencia o la libido sexual, en la que el egoísmo opera en detrimento del amor.
Si la aceptación, dentro del pensamiento eclesiástico, del matrimonio concebido como «remedio» o legitimación de la concupiscencia ha impedido durante siglos el desarrollo de una noción positiva y dinámica de la castidad matrimonial, «la Teología del Cuerpo» de Juan Pablo II, si se asimila a fondo, lleva a una manera de pensar completamente nueva y presenta la virtud de la castidad como salvaguardia del amor conyugal y medio para su crecimiento.
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1. Naturaleza humana y concupiscencia
El Cristianismo es la religión del amor y grandeza de Dios, y del potencial de hombre, lo mismo que de su debilidad, miseria, redención y elevación. En la visión cristiana, el hombre es una obra maestra - caída - de creación, capaz de hundirse de hecho todavía más, pero realmente rescatado y fortalecido para elevarse más alto. Como resultado del pecado original, dice el Catecismo de la Iglesia Católica, «la naturaleza humana no está totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta inclinación al mal es llamada «concupiscencia»). El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual» (n. 405). Llamados a superarnos y alcanzar alturas divinas, estamos todavía arrastrados por esa tendencia hacia las cosas inferiores que denominamos la concupiscencia.
La concupiscencia, en su uso bíblico y teológico, cubre la tendencia inmoderada a seguir o adherir a los bienes creados. «En sentido etimológico, la «concupiscencia» puede designar toda forma vehemente de deseo humano. La teología cristiana le ha dado el sentido particular de un movimiento del apetito sensible que contraría la obra de la razón humana. El apóstol san Pablo la identifica con la lucha que la «carne» sostiene contra el «espíritu» (Gal 5:16ss)» (n. 2515).
Partiendo de la Primera Carta de San Juan, la tradición cristiana ha contemplado tres formas de concupiscencia que surgen del apego egoísta a las cosas creadas. Dos vienen del apetito sensible, el tercero del intelecto. «todo lo que hay en el mundo - la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida - no proviene del Padre sino del mundo. Y el mundo está pasando, y sus concupiscencias; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre» (1 Jn 2:16-17). La soberbia de la vida consiste en tomar satisfacción egoísta en los propios talentos y excelencia, y surge de la apetición intelectual. El espíritu también tiene sus concupiscencias, ya que no todas sus aspiraciones son rectas, siendo con frecuencia vanas, mezquinas, vengativas, egoístas: y así tienden a torcer la verdad. Por tanto el hombre está amenazado no sólo por la rebelión de la carne, sino también por la del espíritu.
Estos breves comentarios pueden servir de introducción al alcance más limitado del estudio presente: la evaluación teológica y humana de la concupiscencia [carnal] en el matrimonio, y la historia - y también la utilidad y la misma validez - de la noción que el matrimonio es y está encaminado para ser un «remedio para la concupiscencia.»