La autoridad y la verdad parecen estar hoy en crisis. Si es así, también lo estarán la conciencia y la libertad.
La actitud de algunos hombres de hoy hacia la autoridad es altamente crítica. La idea misma de la autoridad parece ofensiva a su sentido de la libertad y de la personalidad. Su actitud casi instintiva hacia la autoridad es rechazarla.
Igualmente, algunos hombres modernos se muestran escépticos en cuanto a la existencia de cualquier verdad real y objetiva acerca del hombre, de su destino, del valor de sus acciones.
Quizá hay una verdad en la que el hombre "moderno" todavía cree: la verdad de la ciencia. Este es el único dios en el que algunos parecen creer y al que todavía siguen; aunque recientemente han empezado a perder la convicción de estar siguiendo a un dios benévolo que puede llevar a la plenitud de la vida y de la felicidad humanas. El hecho es que se empieza a tener cierto miedo de este dios de la ciencia y de la tecnología. El hombre que lo sigue lo hace a distancia, y cada vez con menos ganas y con una creciente sensación de estar solo y perdido, incapaz de conocerse o de ayudarse a sí mismo. Esta es la angustiosa paradoja de muchos hombres modernos. Han descubierto y se han hecho dueños de la verdad de las cosas como nunca antes lo habían conseguido. Pero la verdad acerca de sí mismos parece que jamás la han eludido tanto y se les ha escapado tanto de las manos.
Sin embargo, de todos los seres de este mundo, el hombre sigue siendo el único que toma auténticas decisiones, que hace elecciones conscientes. No puede evadirse de la responsabilidad de tener que elegir. Ni puede - salvo engañándose - evitar la convicción (y la realidad) de que lo que elige importa, al menos para su propia vida. Por tanto - y de modo inevitable- , busca algún criterio por el que poder medir el valor y rumbo de sus decisiones. Tras haber rechazado la autoridad externa y la verdad objetiva, el único criterio que le queda es el de su propia conciencia. Pero, en esta situación, si se vuelve a su conciencia - y la examina en serio - se encontrará con que su propia conciencia también está en crisis.
Si no existe ninguna autoridad externa de la que uno se pueda fiar, ni existe ninguna verdad objetiva (o es inalcanzable), entonces la misma conciencia está en un estado crítico. Porque no habrá nada que demuestre que se puede tomar en serio a la misma conciencia. No existirá ninguna prueba de que la misma conciencia es de fiar.
¿Me puedo fiar de mi conciencia? Un hombre que toma su vida en serio tiene que sentirse en crisis hasta que halle una respuesta positiva a esta pregunta.
¿Me puedo fiar de mi conciencia? Es verdad que algunas personas hoy en día contestan a esta pregunta con un Sí absoluto y confiado. Hasta tal punto que parecen revestir la conciencia, en su papel orientador, de la misma característica que, a voz en grito, niegan a la Iglesia o al Papa: la infalibilidad. La "supremacía de la conciencia" es un principio que invocan a menudo, empleándolo en el sentido de infalibilidad de la conciencia, cuando claramente ni significa ni puede significar tal cosa. La confianza en la propia conciencia es un dogma para ellos, un dogma ciego e irracional, porque - rechazada toda autoridad y toda verdad - no pueden aducir ninguna razón para apoyarlo. Sólo a base de ser superficiales pueden parecer satisfechos de esa ciega confianza en su conciencia. Si pusieran su postura a prueba, si profundizaran un poco, si interrogaran sinceramente su conciencia, entrarían en crisis.
¿Me puedo fiar de mi conciencia? El "hombre moderno" - el que no se fía de ninguna autoridad externa ni cree en ninguna verdad objetiva, y quien, sin embargo, quiere tomarse a sí mismo en serio, y está dispuesto a tomar la voz de su conciencia en serio - no tiene base alguna para dar otra respuesta que no sea: no. Ahí radica su crisis.
¿Me puedo fiar de mi conciencia? La respuesta cristiana es Sí; y No. Debo seguir mi conciencia, y si la sigo con sinceridad - poniéndola a prueba - puedo tener la certeza de que me llevará a un conocimiento cada vez mayor de la verdad. Pero, al mismo tiempo, el concepto cristiano de conciencia está impregnado de la idea de que la conciencia es un guía falible. Puede equivocarse. Puede, de buena o de mala fe (no entraremos en ello), escoger un camino erróneo y arrastrarme con ella por ese camino. Por tanto, tengo necesidad constante de poner a prueba los principios que operan en mi conciencia, para evitar que falsos principios - soberbia, prejuicios... - empiecen a dominarla y la induzcan al error.
Si el hombre está en crisis mientras no encuentre una respuesta positiva a la pregunta. “¿ÃƒÂ¯Ã¢Â‚¬Â©Me puedo fiar de mi conciencia?", es evidente que la respuesta cristiana - "Sí; y no" - resuelve la crisis sólo en parte. Como debe ser. Uno debe seguir la propia conciencia (cuando habla claramente), pero nunca debe quedarse satisfecho con ella. Con demasiada facilidad puede estar equivocada. Tenemos un deber grave de seguir nuestra conciencia. Pero es igualmente grave el deber que tenemos de formarla, y de formarla según las leyes morales objetivas y verdaderas (que derivan de la realidad y de la verdad tal como son). Ambos deberes nos obligan siempre. Más aún, son co-relativos; es decir, en la medida en que no estamos constantemente intentando formar nuestra conciencia según la verdad, para que sea siempre una conciencia recta y verdadera, nos estamos privando del derecho de sentirnos tranquilos al seguirla.
Es obligatorio seguir el dictado de la propia conciencia, pero es preciso recordar que no es infalible ni es el único arbitro de nuestra conciencia. Y, de hecho, nunca puede prestar un buen servicio al que no se dé cuenta de que es un guía falible, además de un guía al que efectivamente se debe seguir. Sólo cuando sea capaz de apreciar tanto la grandeza como la delicadeza de la conciencia, sólo aprendiendo a obedecerla y a interrogarla, a escucharla y a formarla, puede contar el hombre con un instrumento eficaz a su servicio.
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De todos los seres de este mundo - decíamos- , el hombre sigue siendo el único que toma auténticas decisiones, el único que hace elecciones libres... ¿O no? En la segunda parte de nuestro trabajo consideraremos temas acerca de la libertad. Veremos en qué sentido el hombre es libre y cómo, hoy concretamente, también la libertad está en profunda crisis para muchos, precisamente por haber puesto en crisis la autoridad y la verdad.