En la Iglesia hoy día, hay muchas personas cuya fe es muy débil, o aparentemente no-existente. Unos todavía se clasificarían formalmente como católicos, aunque su práctica religiosa es muy deficiente según lo que podría llamarse parámetros tradicionales. Raramente reciben los sacramentos, sólo de vez en cuando asisten a la iglesia, no son desde luego "de Misa dominical". Otros, quienes también fueron bautizados en la Iglesia, no practican en absoluto, y de hecho tienden a hablar de sí mismos como "no-creyentes".
No pocas razones existen para opinar que el Capítulo Quinto de la Lumen Gentium encierra la doctrina más importante e innovadora - e incluso la más revolucionaria - del Concilio Vaticano II. Bajo el título de "La vocación universal a la santidad", se presenta a cada miembro de la Iglesia un mensaje totalmente personalizado. Cada uno, en efecto, cualquiera que sea su posición en la vida, está llamado a la santidad, a la plenitud de amistad e intimidad con Dios. Ayudar a cada uno a darse plena cuenta de lo que esto implica, y a ver y a utilizar los caminos y medios para responder eficazmente a esta llamada personal de Dios, continúa siendo una prioridad principal en la tarea de renovación eclesial.